Sánchez echa a Zapatero por delante como un monaguillo con incensario, como un conejito blanco de canódromo, como Curro en los desfiles de la Expo, como un churumbel con platillo para las monedas. O quizá como algo más. Zapatero, con su cosa de payasito viejo, niño viejo o tuno viejo, de ratón de Susanita, de pequeño ruiseñor, de panderetero de los clavelitos socialistas, hace cebo, distracción, blanqueamiento, ternura y misericordia mientras deja un resto de miguitas y serrín. En los medios su voz suena a acordeón de hombre orquesta, a melancolía entre chatarra, y lo que defiende, lo que le mandan defender, suena a fandanguillo ensayado de niño mendigo o a calamidad increíble de mendigo del metro. Sánchez echa a Zapatero por delante, como un profeta con calabaza, para que le defienda el milagro o la mentira de la amnistía, para que le venda la amnistía como el paraíso o como La Farola, y así se plantó ante Alsina. Alsina enseguida le cogió en varios renuncios y contradicciones, pero Zapatero también ha aprendido a perder la memoria o a perder la vergüenza, a cambiar de opinión y a no distinguir entre nada de esto.
La amnistía de Sánchez se la está haciendo en realidad otra gente, como si le hicieran la cama al señorito, que ningún señorito se puede hacer la cama, claro. El ejército de amnistiadores, pacificadores y convivenciadores es numeroso y variado, que depende de lo que Sánchez necesite, si un intelectual comprometido, un jurista creativo o un socialista universal que enfoca al infinito (recuerden lo de Zapatero extasiado o inspirado por el infinito como por el burrito Platero). Cada uno, claro, aporta lo suyo. ZP aporta esa visión ecuménica del bien, la justicia y la paz del monje con papilla, que yo creo que es algo que va a ir a más con la guerra de Israel, que ya veo a los indepes convertidos en nuestros palestinos, un poco con pistola, un poco con carretón de trapos y un poco con puzle del Guernica. No es lo mismo mandar a Bolaños, que es como mandar al padre Apeles, o a Óscar Puente, que es como mandar a un Harry el Sucio imitado por el señor Barragán, que mandar a Zapatero, que viene a poner una paz interesada pero azucarada, como un ángel de Navidad de centro comercial.
Vino a decir Zapatero, con una autoridad acampanada o acampanillada, como de Dalai Lama de León, que la amnistía es constitucional pero excepcional, y que por tanto debe de estar “motivada y justificada adecuadamente” y “que ése es el debate que hay que tener”. Le replicó Alsina que la justificación está clara, los votos que le faltan a Sánchez, pero la verdad es que Zapatero tiene razón en una cosa, en que se trata de buscarle la justificación a esa necesidad de Sánchez. Y yo creo que justo ahí está el papel de Zapatero, en que esos votos que le faltan a Sánchez parezcan la estrellita de paz y mazapán que le falta al mundo, y que él viene a poner encima del árbol como al final de Qué bello es vivir. ZP está encasillado en estos papeles, un poco como Michael Landon, que pasó de buenazo con peto en su casa de la pradera a ángel también con peto por las carreteras. Pero Sánchez ya sabemos cómo cuida a sus secundarios y hasta a los extras, que Óscar Puente parece el Joe Masticapeñascos de un live action de Mortadelo y Filemón y sus petanquistas eran dignos de una coreografía de My fair lady.
Zapatero va siendo ya una especie de Sánchez con sonsonete de hare krisna, que ya no es que se acuerde o no de lo que le pareció la sentencia del Constitucional sobre el Estatut, sino que ya le ha dado la vuelta a lo que dijo
Lo que le pasa en realidad a ZP es que no distingue el bien del mal, y así cualquiera se pone a tocar el violín, a inflar caniches de globo o a bordar flores de trapo en medio de un crimen, de una injusticia o de una guerra. Zapatero, pacificador de corcho, diplomático de palomar, conjunción histórica que se quedó en conjuntivitis moral, juguete de los dictadores como esos juguetes de los perretes, con bocinilla que suena cuando le clavan los dientes; Zapatero, en fin, es el que le está vendiendo la amnistía a Sánchez como unas galletitas de scout, que todo no van a ser matones ni bachilleres haciéndole el trabajo a Sánchez. Zapatero va siendo ya, en realidad, una especie de Sánchez con sonsonete de hare krisna, que ya no es que se acuerde o no de lo que le pareció la sentencia del Constitucional sobre el Estatut, como le recordó Alsina, sino que ya le ha dado la vuelta a lo que dijo.
La amnistía, por supuesto, va para adelante, no porque sea conveniente, ni moral, ni constitucional, ni porque nos la venda Zapatero como una monjita del Domund, sino porque Sánchez la necesita. Lo demás es sólo, como confesó Zapatero sin querer, el debate de justificarlo. Y ese debate, que hay que sacar de la lógica, de la verdad y de la ética, o todo se desinfla; ese debate, decía, consiste sobre todo en la musiquilla de justificarlo, el teatrillo de justificarlo. Hay mucha gente haciéndole la amnistía a Sánchez como si le hicieran el huevito pasado por agua al señorito, mientras él ni pronuncia la palabra; hay mucha gente a la que Sánchez echa por delante, a mancharse y a quemarse, mientras él se queda en ese gustosito domingo de edredón y mantequilla. Pero sin duda es el teatro, el circo, la lágrima pintada y la sonrisa despintada, lo que más necesita. Ya le ayuda bastante en esto Yolanda Díaz, pero la gran estrella es Zapatero.
Sánchez echa a Zapatero por delante no como ofrenda, como descarte, como mascota, como cobaya ni como pimpampún. Lo echa por delante porque es el mejor para poner alegría a la miserabilidad, esperanza a la indigencia y música a la chatarra. Zapatero es el hombre orquesta de la amnistía o de lo que sea, bueno, malo o pésimo, que todo lo tocará con sentimentalismo y ruido, con grima y menesterosidad, con sonrisa y tufo, con armónica y chistera, más como flautista de Hamelin que como vagabundo fracasado de la justicia universal.
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