Subida al atril gubernamental como a una caja de botellines, Ione Belarra, que no es una activista de campus primaveral sino ministra de España, casi nos mete en un conflicto diplomático con Israel. O nos ha metido, que no sabe uno si Albares lo ha arreglado o lo ha empeorado con esa diplomacia suya como de Rompetechos. En realidad el Gobierno no tiene política exterior, como no tiene política en general, sólo reacciones automáticas a las necesidades automáticas de Sánchez. O sea que Sánchez podría estar tan cerca del reconocimiento de Palestina que le pide Podemos como de la amnistía puigdemoniaca. Más próximo le pillaba el Sáhara y ahí se lo dejó entero a Mohamed VI como para que corrieran sus reales yeguadas, y sin que sepamos todavía a cambio de qué. De Sumar y Podemos ya asumimos la postura activista, tradicional y folclórica sobre Oriente Medio, esa vieja postura de tetería y tapetito que no es moral, ni estética, ni gimnástica, sino táctica, lo hemos dicho. Al menos el mundo sabe qué van a decir Belarra o Yolanda, como sabe qué van a decir el cura o el ayatolá, cosa que no pasa con Sánchez, y ésa es la verdadera bomba diplomática.
El conflicto palestino es un conflicto generacional no sólo allí, en aquellas tierras que fueron británicas u otomanas o romanas o israelitas pero nunca palestinas (aunque el derecho no lo forja la historia sino el contrato social, no está mal aclararlo). Es además un conflicto generacional en la izquierda y es también un conflicto generacional y existencial en Occidente, y esto, la verdad, me parecen muchos conflictos para que los maneje Albares con su repertorio de José Luis López Vázquez. Y menos para confiárselos a Sánchez, que podría tener un cambio de opinión de los suyos a escala planetaria e invertir los mapas o la polaridad geomagnética. No podemos pedir una diplomacia inteligente, ni siquiera una postura coherente, con esto que tenemos aquí, con este Gobierno entre el activismo con furgoneta del turronero de unos y la geoestrategia basada en su galán de noche de otros, o sea de Sánchez.
El conflicto palestino, ya digo, son muchos conflictos y ninguno deja bien al Gobierno. Belarra, por ejemplo, se iba a la manifestación propalestina o así, que en la izquierda estas cosas tienen aire de Corpus toledano, entre la ostentación acaracolada y el auto de fe. Yolanda, por su parte, se iba a la entrega del Premio Planeta, que otra vez se lo han dado a un folletín de costureras o para costureras (yo llegué a pensar que se lo daban a la propia vicepresidenta, en un alarde de mercadotecnia, oportunidad y cobardía y pereza editoriales). Pues con esto la izquierda, sermón de Pablo Iglesias mediante, ya tiene su propio conflicto histórico, que es el de toda la vida, el de una izquierda contra las demás izquierdas, por la pureza, por la radicalidad, por el megáfono o por la caja. El Gobierno ya no es que esté dividido entre Sánchez y su izquierda, con la diplomacia un poco apingüinada de Albares y la ortodoxia bienquedista de Sánchez frente a los antiimperialistas de festival, sino que el ala izquierda del Gobierno también está dividida o enfrentada en un irónico hermanamiento fratricida, como si fueran las propias facciones palestinas.
El conflicto también es de todo Occidente, que a través de él no deja de preguntarse sobre sí mismo. Por ejemplo, hay que preguntarse si se puede ir allí con una banderita, una chocolatina y una cantimplora a pedirle la paz a gente que no le da ningún valor a la vida y todo el valor a la muerte. O sea, ir allí con nuestros tratados, nuestras leyes, nuestro humanismo y nuestra superioridad a convencer a gente que sólo piensa en engordar la gloria de su dios de cabreros a través del martirio de sus hijos y del asesinato de infieles, que cuantos más mártires y más infieles sacrificados mejor para el banquete de los dioses y para su jubilación celestial con no sé cuántas vírgenes o quizá sólo cabras. Ir allí y pedirles paz, piedad y derecho internacional. Y también a los israelíes, rodeados de bárbaros que han jurado, sencillamente, exterminarlos, y que no dejan de intentarlo, uno a uno. Sí, hay que preguntarse qué estamos haciendo, y qué sitio tenemos en esta guerra, que debemos de tener un sitio porque hay quien nos ha asignado ya la tumba.
Lo malo de la equidistancia es que significa ignorar que este conflicto es también nuestro, también es por nuestra supervivencia, que París o Bruselas o Atocha están muy lejos de aquel desierto donde los dioses y los hombres se matan a pedradas pero eso poco importó. Es cierto que Occidente aún no lo tiene claro, pero en esto tampoco Sánchez ayuda. Fíjense que Albares le ha venido a decir a Israel que, en realidad, a pesar de las formas y de la unidireccionalidad de las acusaciones, Belarra no defendía más que la legalidad internacional. Eso mientras Errejón, con su piquito de oro de cura guerrillero, nos enseñaba que lo de las organizaciones terroristas no es más que una etiqueta interesada que ponen los países por cuestiones políticas, como si Hamás fuera sólo un sindicato clandestino de linotipistas.
Se nos viene una guerra o estamos hace mucho en guerra, y volvemos a encontrarnos con este gobierno nuestro que, según sus facciones, surfea apocalipsis sin mojarse o pretende enfrentarse al mal absoluto con cirios de beata y regaliz de niñato
Se nos viene una guerra o estamos hace mucho en guerra, y volvemos a encontrarnos con este gobierno nuestro que, según sus facciones, surfea apocalipsis sin mojarse o pretende enfrentarse al mal absoluto con cirios de beata y regaliz de niñato. Que se cumplan las resoluciones de la ONU, piden las almas de cántaro desde la voz de cántaro del megáfono, cuando lo primero que pasaría en un estado palestino sería una horrenda guerra civil entre Hamás y Hezbolá, suníes y chiíes, más algunos otros de los linotipistas puristas de la zona. Y con zarpazos de Irán, Siria, Egipto, Jordania, Turquía, Rusia y más invitados. Todo para ver quién vuelve a liderar la matanza del israelí, del sueco, del americano, del bobo malasañero y de su propio pueblo, apenas reses o sacos terreros para ellos y para su dios.
Allí están en guerra, pero aquí todavía no nos hemos enterado de que nosotros también. Y no va a ser Sánchez quien haga algo; él, que mira el mundo, como España, con la calculadora que lleva en la huevera; él, que hace mucho que nos metió en casa a todas las tribus, a todos los fanáticos y a todos los enemigos.
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