La guerra en Oriente Próximo polariza la opinión pública de todo el mundo y también en España. Mucho más que la guerra en Ucrania, que ha pasado a ser una noticia de tercer orden en los informativos. Aquí vivió una gran comunidad judía que fue expulsada. Aquí los musulmanes dominaron la Península durante siglos y luego no sólo fueron echados, sino que la últimas guerras de España han sino con nuestro vecino del sur.

Hasta la manera en la que nos referimos a la situación en Gaza supone un posicionamiento. ¿Es una guerra de Israel contra Hamas? ¿Es una guerra de Israel contra Palestina? La primera supone implícitamente una postura de apoyo a Israel, ya que es legítimo que el estado judío se defienda de la agresión de un grupo terrorista. La segunda supone estar del lado de los palestinos, que sufren y van a sufrir en sus carnes, simpaticen o no con Hamas, las consecuencias de una venganza a una acción cuyo objetivo era precisamente ese, provocar una respuesta que "cambiará Oriente Próximo", en palabras del primer ministros israelí, Benjamín Netanyahu.

Es la situación ideal para atizar la islamofobia o el antisemitismo. Dos enfermedades que tienen raíces profundas y que son agitadas con enorme irresponsabilidad por algunos dirigentes políticos.

Tenemos, por un lado a Vox pidiendo que se corten en seco las nacionalizaciones de personas de origen árabe, y, además, que el Gobierno suspenda las ayudas a Palestina (100 millones en cinco años). Palestina, países árabes... terrorismo. Parece una secuencia casi lógica en la dinámica de un partido que basa parte de su fuerza en criminalizar a los inmigrantes.

Pero, al otro lado, tenemos a los que, por defender al pueblo palestino, se olvidan de las barbaridades cometidas por los grupos terroristas que dicen defender su causa, como Hamas.

El antisemitismo de izquierdas tuvo como gran pope al dictador bolchevique Stalin, y no sólo porque su antagonista Trotsky fuera judío, sino porque en su paranoia situó a los judíos en el centro de las conspiraciones para acabar con su vida. En eso, además de en otras cosas, se parecía a Hitler, aunque no llegó al grado de maldad que supuso el Holocausto. En eso le ganó el nazi.

La creación del Estado de Israel fue una aspiración transversal de un pueblo que había vivido durante siglos en la diáspora. Era, por decirlo así, algo que el mundo le debía a un pequeño pueblo que estuvo a punto de ser exterminado. David Ben-Gurion, primer ministro del Estado de Israel, era un hombre de izquierdas y presidió el Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai, origen del Partido Laborista). Los kibutz no son sino una adaptación de las comunas, una creación teórica marxista.

Una parte de la izquierda rechaza por principio todo lo que tiene que ver con Estados Unidos y sus aliados, lo que le lleva a ser condescendiente con los grupos terroristas que atacan a Israel

El antisemitismo de la izquierda en España es producto de la guerra fría. Todo lo que suponía Estados Unidos era intrínsecamente malo, ya que los yankees eran la personificación del gran Satán, en contraposición de la URSS, defensora de la paz y de los oprimidos en el mundo. ¿Qué hubiera pasado si los aliados hubieran cruzado los Pirineos en la Segunda Guerra Mundial y hubiera caído el régimen de Franco? Los comunistas siempre confiaron en que la URSS convencería a Estados Unidos y a Reino Unido para acabar con la dictadura en España, pero eso no ocurrió. Tal vez las cosas serían ahora distintas.

Existe en la extrema izquierda ese poso antiyankee (Yankees no, bases fuera) que le lleva a ser pro palestina y antisemita, aunque diga que no lo es. Recuerdo al edil de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid, presidido por Manuela Carmena, que en un tuit había escrito: Cómo meter a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero". Guillermo Zapata, así se llama el gracioso, se apresuró a apelar a su libertad de expresión y pidió disculpas argumentando: "No soy antisemita".

Pero no se le ocurrió hacer chistes sobre los masacrados en Sabra y Shatila.

Se entiende que compañeros de ideología, como la ministra Ione Belarra, defiendan la suspensión de relaciones diplomáticas con Israel o exijan llevar a Netanyahu ante el Tribunal Penal Internacional y, al mismo tiempo, no condenen sin paliativos el ataque terrorista del 7 de octubre. O que pasen por alto que sus posiciones sobre, por ejemplo, los derechos de la mujer o del colectivo LGTBI en Palestina o en Irán les llevarían directamente a la cárcel, como poco.

El antisemitismo inconsciente aflora no sólo en los comunistas o asimilados de Podemos, sino incluso en el PSOE. Recordemos al entonces presidente Rodríguez Zapatero luciendo un pañuelo palestino (kufiya) en un festival internacional de las Juventudes Socialistas (2006) o su irrespetuoso gesto de no levantarse al paso de la bandera de Estados Unidos en el desfile que tuvo lugar en 2003 (entonces, todavía no era presidente de Gobierno). Y, más recientemente, el exabrupto de Amparo Rubiales (esto ha ocurrido hace sólo unos meses) al llamar "judío nazi" a Elías Bendodo. Que, en efecto, es judío, pero no tiene nada de nazi. Fueron los nazis los que quisieron exterminar a los judíos, insisto.

Si bien no espero nada respecto a la reconsideración de la posición islamófoba de Vox, sí confío en que el PSOE y el Gobierno mantengan una posición justa y equidistante en este conflicto. Equidistante no quiere decir que no se condene el terrorismo de Hamas o que permanezca en silencio ante la limitación de los derechos humanos de los palestinos de Gaza. La posición de España tienen que servir para solucionar el conflicto, lo que, en ningún paso, pasa por la guerra o por el ojo por ojo.