El pasado jueves, en el pleno del Parlamento Europeo, Josep Borrell hizo un discurso a la altura de los acontecimientos críticos que vivimos tras el brutal atentado de Hamas contra civiles israelíes y las dramáticas consecuencias humanitarias por la respuesta militar sobre Gaza.
El responsable de Política Exterior de la UE nos dijo en Estrasburgo que es momento de dar espacio a la razón y de no dejarnos llevar por las emociones. Y esto es lo verdaderamente difícil para todos nosotros.
Mientras escribo este articulo no puedo abstraerme del dolor de una madre israelí que lleva 14 días de inimaginable angustia pensando cómo, dónde y en qué condiciones estará su hija secuestrada por la organización terrorista y cuándo podrá recuperarla. Al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar en el terror de una madre palestina que abraza a su hija ante la impotencia de saber que sus brazos son el único refugio para protegerla de las más de 6.000 bombas que caen incesantes sobre esa cárcel sin salida que es Gaza.
Nuestra posición en esta tragedia tiene que basarse en un respaldo incondicional a los derechos humanos y los principios democráticos que los sustentan. Por eso hay que condenar, de la forma más enérgica, el brutal ataque contra civiles israelíes por el grupo terrorista Hamás y pedir de manera inmediata e incondicional la liberación de todas las personas secuestradas. Y desde los mismos principios, condenar la muerte de miles de palestinos, civiles indefensos que están perdiendo su vida en los bombardeos masivos de la franja de Gaza. La condena de una tragedia no nos debe impedir condenar la otra; es más, nos da mayor legitimidad para hacerlo, como nos recordó Borrell en su discurso.
La condena de una tragedia no nos debe impedir condenar la otra; es más, nos da mayor legitimidad para hacerlo, como nos recordó Borrell en su discurso
Israel tiene derecho a defenderse. Eso está claro. Lo tiene como cualquier otro Estado. Pero este derecho está limitado por el derecho internacional y el humanitario. La comunidad internacional basada en leyes decidió que, incluso en la guerra, estas también existen, y que el respeto a las mismas es lo que separa a los estados democráticos de los regímenes autocráticos y de las organizaciones terroristas.
Las leyes de la guerra nos protegen a todos: a los que sufren las guerras ahora y a los que las sufrirán en el futuro. Son nuestro último escudo de protección para amparar a los más vulnerables, a los niños, las mujeres, la población desplazada, cuando la irracionalidad de la violencia se impone. Por ello, la protección de los civiles en los conflictos armados es el pilar primigenio del derecho internacional humanitario.
La población civil no puede ser objetivo militar, ni caben castigos colectivos contra esa población. La destrucción de infraestructuras básicas como la electricidad y el suministro de agua, y el asedio que impide la entrada de alimentos y medicinas son considerados crímenes de guerra. Los traslados forzosos de población están prohibidos; los hospitales, personal sanitario y humanitario, protegidos.
En los 365 kilómetros cuadrados que ocupa la franja de Gaza, en los que habitan más de dos millones de personas -la mayor densidad de población del mundo, sometida a bloqueo por tierra, mar y aire por el ejército de Israel- no hay salida ni refugio, ni lugar seguro en el que resguardarse de las bombas. El deterioro de la situación humanitaria es dantesco. Antes de este último bombardeo, el 60% de la población ya dependía de la ayuda humanitaria. Las cifras nos dan una dimensión de la catástrofe: en 14 días de bombardeos sobre la franja, 4.137 muertos; de ellos, 1.500 son niños. Hay 13.162 heridos, más de 4.000 son niños. Por encima de 300 muertos diarios; más de 100 niños y niñas pierden su vida cada día. Cifras que no dejaran de incrementarse por el corte de suministro de electricidad, agua, alimentos y medicamentos.
La entrada de la ayuda humanitaria y el restablecimiento de suministros básicos es urgente. Ahora mismo, de los tres pasos activos de ingreso a Gaza, están cerrados Erez y Kerem Shalom, los dos controlados por Israel, que ha reiterado que ninguna ayuda humanitaria entrará por ellos. La única esperanza es el paso de Rafah, por Egipto, donde la ONU y las ONGs han acumulado más de 3.000 toneladas de ayuda humanitaria. Es necesario un alto el fuego, no solo una pausa humanitaria, para que pasen cientos de camiones al día y no los 20 que entraron ayer: ante el colapso humanitario creado, parece una broma macabra. Y hace falta distribuir la ayuda a más de 2 millones de civiles heridos y exhaustos, sin agua, comida ni medicamentos.
Es necesario un alto el fuego, no solo una pausa humanitaria, para que pasen cientos de camiones al día y no los 20 que entraron ayer: ante el colapso humanitario creado, parece una broma macabra
Ante esta situación, ha llegado el momento de denunciar el flagrante incumplimiento del derecho internacional humanitario y exigir de forma activa a Israel que lo respete. La UE tiene que defender los valores democráticos que representamos y que deben tener vigencia tanto en la paz como en la guerra. Si no lo hacemos en Gaza, no podremos hacerlo con credibilidad en ninguna otra parte del mundo.
Eso no es incompatible con el apoyo incondicional al Estado de Israel a vivir en paz. Tampoco con el incondicional apoyo a las legítimas aspiraciones del pueblo palestino de lograr un Estado propio.
Que el derecho internacional no desaparezca entre el humo y las llamas de las bombas es una obligación imperiosa de la UE.
Pero también lo es dar un impulso que debe ser definitivo para conseguir la paz en la región. Invertir toda nuestra energía y capital político en resolver el conflicto entre Israel y Palestina.
No hay otro camino para la paz que la solución de los dos Estados acordada por la comunidad internacional y cuya arquitectura esta diseñada en las resoluciones de Naciones Unidas, pero que, desde los acuerdos de Oslo, hace ya 30 años, está cada día más lejos.
El número de asentamiento ilegales y colonos se ha triplicado, reduciendo el territorio del futuro Estado palestino. Los enemigos de la paz hoy son más fuertes. Hamás, cuyo objetivo es la destrucción de Israel, se fortalece en la medida que se debilita la Autoridad Palestina, nuestro interlocutor para las negociaciones de paz. Las fuerzas ultraortodoxas y de extrema derecha hoy forman parte del gobierno de Israel, que es claramente anexionista y niega el legitimo derecho del pueblo palestino a tener un Estado propio.
Por eso construir la paz es hoy más difícil que nunca, pero también más necesario que nunca. No se alcanzará solo con declaraciones vacías como hacemos desde la UE, sino trabajando activamente para conseguirla. Miles de vidas están en juego, así como la estabilidad de la región y también la credibilidad de la comunidad internacional, que en 1947 decidió el reparto de Palestina en dos estados para garantizar la paz y la convivencia de judíos y palestinos, y que ha fracasado estrepitosamente.
Recuerdo en estos trágicos días que vivimos lo que me dijo un día el israelí Shlomo Ben Ami: trabajemos para la paz con la esperanza de que la paz, por incompleta que sea, será siempre más deseable que la victoria en la guerra, por completa que ésta sea.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos
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