Sánchez no tiene bastante con salvar España que está salvando también el mundo, así entre turno y turno, quizá entre los anuncios de la tele, igual que Sonsoles Ónega dice que escribió su novelón, como si fuera un novelón de croché (lo es, claro). Sánchez llama a Netanyahu con su teléfono rojo de juguete o de góndola, o con su teléfono blanco y alto de bañera de diva de Hollywood, y no es que lo llame sino esa manera de contar que lo ha llamado, con esa autoridad o trascendencia de llamada del destino, del Pentágono, de la suegra o de Vodafone. Pero quizá Sánchez tiene razón, que Puigdemont es una especie de ayatolá con todos los almohadones polvorientos y sanguinolentos de los dioses puestos en la cabeza y en el culo, y aun así nuestro presidente está seguro de poder contentarlo.

Sánchez va a contentar a toda la yihad de palitroques y cencerros de los indepes, a la derechaza crística de Puigdemont y a la izquierda aria de Junqueras, al PNV carlistón y panzón, a los nacionalismos ricos y a los nacionalismos pobretones y amorriñados, a la izquierda de puñito vintage y revolución de carpetita, y hasta a Bildu con chaqueta metálica y bandera de huesos, y al lado de esto, la verdad, resolver el conflicto árabe – israelí puede parecer una minucia. Si sabrá Sánchez sobre guerras por la tierra o por la pureza, por los dioses o por la sangre, por la pela o por la venganza. Sánchez tiene esas guerras en sus aspirantes, en sus socios, en su propio Gobierno y hasta en su propio partido, aunque es cierto que no ha resuelto ninguna, sólo se ha limitado a sobrevivir. Sánchez es un solucionador que no soluciona, más como un vidente con amarres mágicos que como aquel señor Lobo de Pulp Fiction, más un conllevador que un salvador, más un superviviente que un pacificador, más un actor que un héroe, más un estafador que un profeta. 

Ya hemos dicho alguna vez que España no tiene política exterior, ni tampoco interior, sólo necesidades de Sánchez que lo pueden llevar igual a Dos Hermanas, a Vic, a Ondarroa, al Muro de las Lamentaciones o a una jaima del Gadafi que esté de moda. Sánchez llama a Netanyahu y parece que le quiere vender esa franquicia suya de la convivencia, la reconciliación y el diálogo, y a lo mejor incluso le quiere vender a Salvador Illa, que es como un candelabro que igual luce en los agasajos que en los entierros. Pero la verdad es que lo que quiere Sánchez es venderse él, no ha hecho ni hace otra cosa que venderse a sí mismo mientras pasan las ideologías, los socios, la realidad, las mentiras o los cambios de opinión, las guerras o los apocalipsis, y ahí sigue él, llamando por el teléfono blanco igual a presidentes que a prófugos, mientras mete el dedo voluptuosamente en el grifo de la bañera con patas.

Sánchez no pretende acabar nada, claro, sólo seguir impulsándose a sí mismo a través de los espejos, bañeras y teléfonos de cordoncillo que le ponen por delante la política y el mundo

Sánchez se mete en todas las guerras, indepes, nacionalistas, ideológicas o bíblicas, no como un diplomático, ni menos como un vendedor de munición, que eso sería ya muy resolutivo y vinculante, sino como un vendedor de tambores, que los tambores les sirven a todos. La verdad es que estas guerras de los medievos de la tierra o del cielo no se acabarán hasta que tanto los creyentes como los no creyentes aprecien más la vida, el bienestar y la libertad de las personas que los mandatos de la raza, la historia o los dioses. Pero Sánchez no pretende acabar nada, claro, sólo seguir impulsándose a sí mismo a través de los espejos, bañeras y teléfonos de cordoncillo que le ponen por delante la política y el mundo. Tel Aviv o Barcelona, Bruselas o Manhattan, son como escalas de crucero que le llevan, como cada noche, al colchón monclovita con luces y expectativas de casino de guapo con baraka.

Sánchez llama a Netanyahu, llama desde el poder ficticio del almohadón de su culo, como los ayatolás o como Puigdemont. Pero no salva nada, por supuesto, como no salva a España, que no se trata de salvar cosas sino de venderlas o incluso de malvenderlas, que en todo caso lo que vende Sánchez no es suyo, sino de todos. Sánchez llama a Netanyahu, o a quien sea, pero sólo se trata de posar ante esos fotógrafos o editorialistas como de Kennedy o del Papa que tiene el presidente para que le saquen salvando el mundo desde un escritorio de marino o una cama de faquir. Sánchez, entre papeles, cuajarones y globos terráqueos, hace como que soluciona cosas que se quedan siempre igual o peor que estaban, y hace como que se preocupa por graves asuntos y conflictos no ya políticos sino morales sobre los que, curiosamente, cambia de opinión sin culpa ni perdón, según le conviene a él. Es la postal, el relato y el tambor que sigue vendiéndonos, todavía con éxito.

No sé si Netanyahu, contestando a Sánchez como el que contesta al de Vodafone, le haría notar que medio gobierno español lo considera un genocida mientras Hamás les parece sólo una fiesta exótica de banderas y colores, como un Año Nuevo chino. No sé si Netanyahu le diría a Sánchez que quizá debería resolver sus propias y urgentes guerras antes de salvar al mundo de sus dragones milenarios. Y no sé si Sánchez colgaría pensando que sin duda su llamada no es suficiente para salvar el mundo, aunque sí para que lo inviten a las cumbres y a las embajadas, a esos cócteles siempre con espías, con posibilidades, con ligues y con segundas. Sánchez no soluciona nada, pero sigue exhibiendo ese optimismo de los estafadores, aquí en España como en Oriente, así en la tierra como en el cielo.