Leonor, nuestra joven princesa de sable y flor de té, va a cumplir la mayoría de edad y no le van a poner para celebrarlo una tarta borbónica, como de óleos velazqueños o santos, ni un vestidito de señorita con meninas, ni le van a pagar el carné de conducir coches o helicópteros. Leonor, princesa de ballet y de banderas, que es como un cisne haciendo la mili, una cosa entre surrealista, mágica y wagneriana, lo va a celebrar jurando la Constitución, o sea acatando el catecismo de la ciudadanía, que es mucho más de lo que harán nunca no ya la mayoría de los jóvenes con edad del pavo sino nuestros republicanos de botellín y guillotina, con los indepes a la cabeza. Así estamos, que resulta que estos republicanos pueden saltarse las leyes por tradición, por sangre, por autoridad, por el bien del pueblo sin el pueblo, por haberlo decidido en una partidita de cartas o de caza, o por habérselo dicho el dios barbudo y borrascoso de las revoluciones, mientras que los monarcas, todavía con la color del primer banderazo en la cara, como del primer beso, tienen que prometer pública y solemnemente que, antes que reyes o muñecos, y antes que los demás, serán súbditos de la ley.

La princesa Leonor, que no va con diadema sino con petate y libretilla, que no busca un príncipe con penacho y manga jamón sino sacarse carreras y entender el mundo, tiene que jurar la Constitución porque no es una princesa teológica ni mágica sino una princesa democrática, que a algunos aún les parece eso una contradicción y no lo es. En realidad eso es lo único que salva a la monarquía del medievalismo o de la inutilidad, ser reyes con obediencia a la ley más que con obediencia a las tradiciones y a los curas. Lo que sí es una contradicción es el republicano teológico, estos ayatolás de la republiqueta, ensotanados hasta las cejas, que no tienen ley sino mitos y profetas y que todavía encienden su medievo cada noche con antorcha, como el pasillo de una mazmorra. O sea, que uno entiende que no quieran asistir a la ceremonia esos republicanos de tea y Necronomicón, ni tampoco esos nacionalistas que no son republicanos sino lo contrario, que están entre carlistones y merovingios, entre el fuero medieval y su propio rey de piedra o de árbol, o prometido por las piedras y los árboles.

Todavía no podemos saber si nos saldrá una princesa del 'Hola', una princesa de cojín o una princesa de Mónaco, pero desde luego está siendo educada para ser una princesa útil y obvia

Leonor, princesa joven y guapa como una monja joven y guapa, va a jurar la Constitución bajo las alegorías de tazón y de ateneo del Congreso, y eso les debe de parecer a muchos ya no una misa negra sino una acusación directa. Quiero decir que el que esa realeza con mano de madera y peana por piernas, como dolorosas, juren festivamente lealtad a la Carta Magna deja en mal lugar a aquellos otros cargos, políticos y particulares que sólo le han jurado lealtad al partido o al ayatolá de lo suyo. Éstos que, en muchos casos, ni siquiera han sido capaces de acatar la Constitución sin añadir una coletilla o conjuro que les salve del pecado o la contaminación que les supone a ellos la democracia, o sea un gobierno de leyes y no de hombres, pandillas, tribus, intereses ni mitologías.

La verdad es que sigue habiendo una contradicción un tanto escandalosa en eso de que un heredero jure una Constitución que lo declara, una vez coronado, “inviolable”. Luego, claro, el monarca se hace aficionado al oro macizo, a los barcos macizos y a las señoras macizas y no hay nada que se pueda hacer salvo dedicarle maldades, metáforas u olés, como si en vez de un rey fuera el Dioni. Mientras esto no se corrija, ese juramento queda más como un compromiso con el honor y con el propio armario que con la ley. Cumplir la ley, ciertamente, no debería ser una cuestión de honor, ni de capricho, ni de nacimiento, ni de jerarquía, pero esto debería valer tanto para el jefe del Estado como para Sánchez o Puigdemont. A nuestros republicanos, sin embargo, supongo que les costará admitirlo, y eso, de nuevo, es más contradictorio que los reyes que prometen cosas que nadie les puede obligar a cumplir.

Leonor, princesa hecha como de loza constitucional o papiroflexia constitucional, jurará la Constitución en unas Cortes de gala con la platea apretada y las ausencias gamberras de los gamberros de gallinero de siempre. Todavía no podemos saber si nos saldrá una princesa del Hola, una princesa de cojín o una princesa de Mónaco, pero desde luego está siendo educada para ser una princesa útil y obvia. Lo que deber ser una princesa / reina es la princesa / reina de las obviedades democráticas, ése es el único objetivo que puede tener hoy en día la monarquía. Que haya alguien dedicado exclusivamente a ir diciendo una y otra vez todas las obviedades de la democracia que se nos van olvidando. E incluso que, entre la fealdad general de la política, esas obviedades de la democracia, de lo común, de lo público, parezcan un tapiz, un ballet o hasta un cisne cursi en ese ballet.

Leonor, princesa con tareas escolares pero mapas del tamaño del mundo, jurará la Constitución porque sin esa Constitución ella sólo sería una muchacha con una herencia de teteras y un novio cadete bajo la ventana, como una criadita antigua. La Constitución es su trabajo y ahí estará la princesa, en el tajo. Si la monarquía no cumple ese trabajo desaparecerá, o sea que al final cumplir la Constitución no es una cuestión de honor sino de supervivencia. No ocurre así con estos republicanos de por aquí que pueden elegir el bandidaje o el caos, que no se consideran sometidos a las leyes igual que los reyes de globo crucífero y milagro de escrófula.

Si la monarquía sigue en España como ahora es probable que la república tarde mucho o no llegue nunca. Y es que estos nuevos reyes y príncipes, de paisano o de guardiamarina, parecen republicanos de ateneo, mientras los supuestos republicanos andan todo el día en sus guerras de caprichos y blasones, en sus torreones de privilegios y pasteles, en sus saqueos de tierras, instituciones y hombres. Alguno hay por Waterloo peinándose cada noche, como trenzas de princesa, las venas de sangre azul y aterciopelada de sus antepasados y su clase.