Ya me habrán leído aquello de que estamos en la era del “ellos contra nosotros”. Un enfrentamiento que, si nos lo tomamos con humor, desinforma y entretiene a partes iguales.

Entretiene porque las rivalidades, especialmente las que se llevan lejos, son capaces de atraer audiencias. A lo mejor no enormes, pero sí numerosas y, sobre todo, ruidosas.

Decía Dave Chapelle que, cuando sacó su espectáculo Stick and Stones, la comunidad trans le arrastró por el suelo de Twitter (ahora X), pero que no le importó lo más mínimo (no quiero reflejar aquí el literal que empleó) porque “Twitter no es un lugar real”.

No digo que todo sea una caricatura, porque hay gente que lleva las redes sociales muy bien y las utiliza como el canal de información que deberían ser, pero esos casos en los que usted y yo estamos pensando, son un ejemplo ilustrativo del “ellos contra nosotros” mediante el cual, “si no estás con nosotros, estás con ellos”.

El “ellos contra nosotros” es una realidad cuyo universo expandido está en lo digital. Ahora, para ambos mundos, el enfrentamiento es la primera derivada de una función llamada política y el valor de la pendiente en el punto de tangencia, es un supuesto heroísmo a la hora de denunciar las injusticias que ellos cometen.

… son matemáticas de BUP, no me digan que se han perdido.

En cualquier caso no importa. De lo que se trata es que lo de ser héroe es una tentación muy grande y tener la oportunidad de serlo es un regalo a la vanidad, lo que hace del enfrentamiento, un verdadero entretenimiento para muchos.

¿Dónde está la parte de la desinformación? Pues acabamos de vivir un ejemplo muy reciente que deriva de un ejemplo muy sonado.

La reforma laboral que aprobó el Gobierno de Pedro Sánchez a principios de 2022 anunciaba grandes incrementos en las incorporaciones del mercado de trabajo pero, al poco, descubrimos que lo que hacía era potenciar una figura ya recogida en el sistema laboral español: los fijos discontinuos.

Hoy sabemos que no ha arreglado nada, sólo maquillado las estadísticas, porque seguimos siendo el país con más paro de la Unión Europea, el que más paro juvenil acumula y los 18 en PIB per cápita.

Es más, En el último año se han firmado 766.000 contratos de jornada completa, 412.000 en parcial y 214.000 fijos discontinuos… y estaría bien conocer cuántos fijos discontinuos están cobrando la prestación por desempleo porque no están actualmente trabajando.

Es más, estaría muy bien conocer cuántos ya no cobran la prestación porque no están trabajando y tampoco tienen carencia (periodo de cotización necesario para cobrar una prestación), pero en ninguno de los dos casos el Gobierno ha estimado conveniente aportar datos.

La reforma fue catalogada por Yolanda Díaz como un gran avance social y, como ella llegó a decir, “[…] cuando avanzamos socialmente hay que votar a favor. El resto es politiqueo…”.

Así que, en el “ellos contra nosotros”, estar en contra de la reforma laboral es estar en contra del avance social y, por tanto, con ellos.

Pero la realidad es que el gran avance social es el propio empleo, el favorecer condiciones productivas y mayor inversión para que haya (y este concepto es importante), más puestos reales de trabajo.

Los datos demuestran que no hay más empleo, sólo se ha repartido lo que había entre más gente y, muchos de esos 626.000 (fijos discontinuos + tiempo parcial) juegan como reservas esperando a saltar a la cancha

… pero los datos demuestran que no hay más, sólo se ha repartido lo que había entre más gente y, muchos de esos 626.000 que menciono arriba (fijos discontinuos + tiempo parcial) juegan como reservas esperando a saltar a la cancha.

Piensen en el empleo real de un país como en un rectángulo cuya superficie tiene un valor de 100m2. Este valor representa el trabajo real existente. Ahora imaginen que ese área está cubierta por una rejilla que la conforman 100 rectas longitudinales y 100 transversales. Esto da una cuadrícula de 10.000 casillas o 10.000 trabajadores.

Pues bien, la reforma laboral ha añadido 1 recta longitudinal y otra transversal, lo que amplía el número de casillas a 10.201, produciendo dos consecuencias curiosas: la primera es que para que quepan 201 casillas más, algunas de las anteriores tienen que ser más pequeña.

La segunda que, por más casillas que se incorporen nuevas, el área total sigue siendo la misma: 100m2. Es decir, no hay más trabajo: el área no es mayor. Lo que hay son más trabajadores, más casillas, algunos con una asignación menor a la que tenían porque la parte que pierden la ocupa gente nueva.

Pero es que esta cuestión genera un problema adicional: al haber el mismo trabajo, pero más trabajadores, la productividad baja, porque empleas a más gente que, lógicamente, imputa más horas para producir exactamente lo mismo (les recuerdo que el crecimiento se está estancando).

Así que, ¿cuál ha sido el siguiente avance social? Proponer reducir la jornada laboral de 40 a 37,5 horas. Aquí ya ni integrales, ni tangentes, ni geometría básica. Esto es ya una fracción (quebrados los llamaban) en la que el numerador es lo producido, el denominador las horas trabajadas y el resultado la productividad. Como en toda fracción, si el denominador es más pequeño, el resultado es mayor.

Vamos, que si divido 100/5 = 20 y si divido 100/4 = 25 y éste será el siguiente gran logro del gobierno: el incremento de la productividad

¿Quién se va a oponer a que la gente trabaje menos horas? ¿Cómo se puede ser tan reaccionario como para seguir exigiendo 40 horas semanales? ¿Que no saben qué ocurre en “los países de nuestro entorno”? (Miren a Francia, por cierto). 

Total: ante las matemáticas, enfrentamiento. Ante la incapacidad de generar más empleo real, X (antes Twitter) y las ruedas de prensa del Consejo de Ministros, se llenaran de términos como “reaccionarios”, “gran capital” y demás derivadas del “ellos contra nosotros”.