El día 17 de octubre a las 19:30h se reportó un ataque contra el Hospital Bautista Al Ahli, situado en la Franja de Gaza. La información que nos llegaba por aquel momento fue que un misil israelí había impactado en el centro sanitario y había causado 800 muertos, según algunos canales de Telegram. Esta información, que la publicaba el Ministerio de Salud de la Franja de Gaza, controlado por Hamás, iba cambiando a medida que pasaban los minutos, incluso las horas. Incluso la prensa árabe informaba de diferente cantidad de muertos, según el país donde estuviera ubicado cada medio informativo. Las autoridades del hospital hablaban de 250 muertos, y Estados Unidos dijo que había entre 100-300 muertos. Por otro lado, Israel decía que la explosión había sido provocada por un cohete de Yihad Islámica, y publicaron en las redes sociales vídeos con los que avalaban esta tesis. Estos vídeos, según algunos analistas, en realidad no mostraban nada y tampoco dejaban claro qué había ocurrido.
No hay ninguna investigación internacional en marcha, ni tampoco hay interés por parte de Hamás, ni de los grupos insurgentes que controlan la Franja de Gaza, de esclarecer nada. Tampoco por parte de Israel, que considera válida su versión de los hechos. Parece que algunas cuentas OSINT (Open Source Intelligence) dan la razón a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), y otras a Hamás. Este trágico suceso encendió las calles de Oriente Próximo. Pero, aunque se demuestre que fuera Yihad Islámica, la comunidad árabe seguirá responsabilizando a Israel de lo sucedido directa, o indirectamente. Un hecho que nos demuestra hasta qué punto la verdad, o la realidad, es poco importante en este conflicto, pues toda respuesta se hace desde el relato. Y el relato se amolda a las necesidades de cada Estado implicado.
Un ejemplo de ello lo tenemos a la solución al conflicto que promueven algunos Estados árabes como Arabia Saudí y Qatar. A pesar de que no reconozcan a Israel, ni hayan hecho movimientos destacados para hacerlo, la solución que proponen para el conflicto actual se fundamenta en las líneas de alto el fuego de 1967, que son las fronteras reconocidas para Palestina para muchos Estados de la comunidad internacional. El hecho de que Estados que no reconocen a Israel propongan la llamada solución de los dos Estados, es una muestra más de la importancia del relato. El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, ha dicho ahora que Hamás es un grupo de liberación, no un grupo terrorista, pero Turquía reconoce a Israel desde su creación, y también defiende la solución de los dos Estados.
Otro relato que está surgiendo con fuerza es el de la cooperación y la ayuda a la causa palestina, que parecía enterrado con los Acuerdos de Abraham. Egipto, Jordania, Qatar, Omán, Irak, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, como también Marruecos, Túnez y Argelia, han movilizado recursos humanitarios para ayudar a la población de la Franja de Gaza. Israel ha autorizado ahora que puedan entrar uos pocos camiones humanitarios, después de bombardear la zona fronteriza, del centenar que espera en El Arish y el paso de Rafah para entrar.
Por otro lado, el ministro de Economía de Bahréin declaraba el 25 de octubre que la relación económica entre Tel Aviv, Manama y Abu Dhabi no tenía por qué verse afectada por la situación en Gaza, porque las consecuencias económicas serían malas. Es decir, a pesar de que el relato sea de apoyo total a la causa palestina y sus reivindicaciones, tampoco nadie busca enemistarse o romper relaciones diplomáticas con Israel. De allí que la solución de los dos Estados haya tomado especial relevancia dentro del mundo árabe. Hay un abismo entre las decisiones políticas, guiadas por el pragmatismo, y la voz de la calle, que va mucho más allá en su hostilidad hacia Israel.
Y por el lado israelí, nos encontramos con la lucha entre varios relatos políticos. El gobierno intenta mostrar que son capaces de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pero también está el relato sobre la calidad democrática del Estado israelí.
El ataque de Hamás y otros grupos terroristas a Israel el día 7 de octubre marcará un antes y un después en la región, y creo que también en el mundo. No tanto por el ataque en sí, sino por sus consecuencias directas e indirectas.
Por un lado, se ha desmontado el relato de Israel como Estado seguro para sus ciudadanos, igual que se desmontó en 1973, con la Guerra del Yom Kippur. Ha habido 50 años de falsa seguridad, donde el relato apuntaba que la situación, a pesar de escaladas puntuales como las dos intifadas, estaba bajo control. De la construcción de los refugios antiaéreos, de los diferentes muros, del sistema de la Cúpula de Hierro, entre otros, hemos pasado a ver diferentes ministros pedir a sus ciudadanos que se armen. Y al mismo tiempo han declarado el estado de guerra por primera vez en cinco décadas.
El quiebre de la seguridad se ha saldado con más de 1.400 israelíes muertos, y 224 secuestrados, por un grupo que se consideraba que estaba bajo control y estricta vigilancia. Esto ha provocado protestas en las calles de familiares de las víctimas y de los secuestrados contra el gobierno, como también enfrentamientos entre las familias de los secuestrados y de las víctimas con los simpatizantes del gobierno. Se trata de situación tensa y grave, rodeada de un clima de incertidumbre sobre qué pasará a continuación. Incluso hay quejas de las pocas comparecencias del gobierno y las ruedas de prensa exageradas del portavoz de las Fuerzas de Defensa sobre todo tipo de asuntos, desde militares a políticos.
La meta del gobierno israelí de acabar con Hamás plantea incertidumbres sobre si realmente logrará sus objetivos, o si hay otras claves internas relacionadas con la supervivencia política de Netanyahu
Y también el relato sobre la calidad democrática del mismo Estado. A pesar de la propaganda de Hamás, Yihad Islámica, Hizbulá, el FPLP y el FDLP, el Tanzim y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, entre otros, que nos llega desde Gaza y Cisjordania, sea el conocido documental Pallywood, también hay el bloqueo periodístico contra Al Yazira (emisora qatarí) y periodistas que han sido víctimas de bombardeos israelíes. A eso se suman los informes de la UNRWA que dibujan un escenario de respuesta desproporcionada para la opinión pública, no solo en el mundo árabe, sino también para la sociedad israelí y la occidental. La meta que se ha planteado el gobierno israelí de acabar con Hamás, y como ha dicho que lo haría, plantea incertidumbres sobre si realmente logrará sus objetivos, o si hay otras claves internas relacionadas con la supervivencia política del primer ministro, Benjamin Netanyahu.
En conclusión, y tal como apunta el presidente de EEUU, Joe Biden, tenemos que ser escépticos con lo que nos llega desde la Franja de Gaza. Por un lado, porque la información procedente de allí es de parte, como la publicada por el Ministerio de Sanidad, elaborada por Hamás y sus aliados. De hecho, cada vez más medios puntualizan que la cifra de muertos que se reporta la elabora el Ministerio de Sanidad, y no un ente autónomo o internacional observante. Y por otro lado, como decía Ayman Safadi, ministro de Exteriores de Jordania, la comunidad internacional no puede haber dobles varas de medir entre los bombardeos israelíes y los de Hamás, porque las víctimas civiles no dejan de ser víctimas inocentes sean palestinas o israelíes.
Tendremos que estar atentos a lo que vaya sucediendo, como también como se mueve el mundo árabe, Turquía, la sociedad israelí y la llamada comunidad internacional. De momento, España está en la palestra con su propuesta de paz y de reconocimiento de los dos Estados. Veremos.
Guillem Pursals es doctorando en Derecho, máster en Seguridad, especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado.
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