Pedro Sánchez culminó ayer en el Comité Federal del PSOE el trágala para que su partido le de luz verde a ser investido presidente con el apoyo del partido del fugado Puigdemont. Lo hizo recurriendo a una burda maniobra, que pone de manifiesto que el partido, con la honrosa excepción de Emiliano García-Page, ha perdido su pulso y ya sólo respira en clave de poder.

El líder del PSOE, en principio, sólo tenía previsto someter a votación del máximo órgano de dirección del partido, para luego pasarlo por el filtro de la militancia, el acuerdo programático con Sumar, un bodrio lleno de futuribles, y cuyas propuestas más concretas, como la reducción de la jornada laboral o la subida del impuesto sobre beneficios a las empresas, dependerá de algo tan voluble como el voto de dos partidos de derechas, el PNV y Junts (la derecha tiene mayoría en el Congreso). Pero, como dijo la vicepresidenta y jefa de Sumar, Yolanda Díaz, en la presentación del documento, el fin último del nuevo gobierno de coalición es "la felicidad". ¡A qué preocuparse por pequeñeces!

Se les había dicho a los periodistas que en este Comité Federal no se hablaría de la amnistía, ni de los pactos con otros partidos políticos... Pero, hete aquí que el presidente del Gobierno decidió cambiar el guion sobre la marcha.

Al final, a los miembros del Comité Federal y a los militantes socialistas, se les pregunta lo siguiente: "¿Apoyas el acuerdo para formar un gobierno con Sumar y lograr el apoyo de otras formaciones políticas para alcanzar la mayoría necesaria?".

El pacto con Sumar se conoce, pero los acuerdos con las "otras formaciones políticas" no. Es decir, lo que le pide Sánchez al órgano de dirección del PSOE y a las bases del partido es un cheque en blanco para acordar lo que crea conveniente con Bildu, PNV, ERC y, por supuesto, con Junts. Lo definió con gracia el presidente de Castilla-La Mancha: "Es como el juego del rasca, que tienes que darle para saber exactamente la pregunta".

A preguntas de los periodistas en Bruselas, que fue donde Sánchez anunció su cambio respecto al contenido del Comité Federal, de por qué ese doble rasero, la respuesta fue tan simple como tramposa: "Si esperásemos a cerrar los acuerdos para hacer la consulta no habría tiempo para cerrar la investidura antes del 27 de noviembre". ¡Menudo argumento!

Si la amnistía es por el bien de España, estaría dispuesto el presidente a defenderla en las próximas elecciones, llevarla como primer punto de su programa, si Puigdemont rompe la negociación y no logra la investidura

A saber, lo más importante que va a negociar Sánchez para lograr su investidura es la amnistía. En eso estamos de acuerdo todos. Pues bien, sobre los términos de ese pacto concreto, que puede suponer, entre otras cosas, el regreso a España de Carles Puigdemont y la sacralización del referéndum ilegal del 1-O como un ejercicio democrático, sobre eso no se consultará a las bases del partido ¡porque no da tiempo!. Tampoco casa esa excusa con la filtración, por parte del propio Gobierno, de que el pacto estará cerrado en la semana del 11 de noviembre. Tiempo hay, lo que no hay son ganar de someter al criterio de la militancia una cesión con la que muchos, como García-Page, no están de acuerdo.

Pero ayer, en el Comité Federal, supimos por primera vez de boca del presidente la razón última de la amnistía: "En el nombre de España, por el interés de España". Algo que no se cree ni él. Porque, vamos a ver, si Puigdemont decidiera romper la negociación en el último momento, lo que no es descartable, aunque sí poco probable, ¿defendería Sánchez la amnistía en la campaña para las elecciones generales que habrían de celebrarse en enero? Ni de broma. Ya no sería tan buena para España.

La amnistía es el precio a pagar por los siete escaños de Junts. La cesión se produce por el interés de Sánchez de seguir en la Moncloa cuatro años más, no por el interés de España.

Alguno se preguntará por qué el líder del PSOE ha llevado ese tema al Comité Federal, cuando nadie se lo hubiera reclamado en caso de no haberlo hecho. ¿Es acaso para darle legitimidad a su negociación con los independentistas? No, en absoluto. Si fuera así, lo lógico es que hubiera sometido al criterio de la militancia el resultado de la negociación, como se ha hecho en el pacto con Sumar.

La votación sólo tiene el objetivo de blindar a Sánchez frente a las críticas de dirigentes históricos de su partido, como Felipe González y Alfonso Guerra. Lo que se persigue con esta consulta-trampa es poner a estos dirigentes frente al PSOE. Una vez que la votación se decante, la amnistía, sobre la que no se les consulta, no será ya cosa de Sánchez, sino el fruto de una negociación que ha avalado el partido en su conjunto.

La amnistía no persigue el "reencuentro", como dijo ayer el presidente, entre Cataluña y España. De hecho, su campaña en las elecciones de julio tuvo como uno de sus ejes la mejora sustancial de la situación en Cataluña gracias a los indultos y a las modificaciones en el Código Penal para favorecer a los independentistas. ¿Y si Puigdemont no se conformara ya sólo con eso? ¿Será también la autodeterminación otra vía para el reencuentro?

Las amnistías que tienen como fin la mejora de la convivencia requieren de dos condiciones: que se acuerden con un amplio consenso parlamentario; y, quizás lo más importante, que los amnistiados se comprometan a no reincidir en los delitos por los que fueron condenados. Ninguna de esas dos premisas se cumple con la amnistía que negocia Sánchez.