En la Plaza de Colón, que ya parece bombardeada y abollada de manifas como otras plazas parecen bombardeadas de flores y abolladas de tranvías, había convocado a la gente Vox, o Abascal, o una de las fundaciones de Vox o de Abascal, que ya no sabe uno. Abascal parece un señorito de domingo y fundaciones, como el señorito de domingo y casinos, y Vox parece un fórum filatélico de banderas, entre la heráldica de tintorería, el patrocinio sospechoso y la estafa piramidal. El caso es que convocaba la manifa Vox, con mil nombres, tapaderas o intermediarios; una manifa para gritar contra la amnistía de Sánchez y yo creo que sobre todo para arropar a Abascal, que uno ve un poco solo ahí, como el señorito a caballo en el campo de amapolas de las banderas españolas. No fue mal la cosa, si creemos a la organización y a la propia Delegación del Gobierno, que contaron 100.000 asistentes o un par de plazas de toros. Sin embargo, nada va bien en Vox, que yo creo que se va a Colón como el que se va a Lourdes.

Estaba el día nublado y los días nublados las banderas parecen mantas mojadas, que es un poco añadir tristeza a la causa y frío al abandono. Las banderas eran las de siempre, entre tenísticas y austrinas, pero por eso mismo uno diría que Vox se está quedando en una raspa de palos de banderas y cruces de hueso, mientras dimiten cargos, se van cabezas de cartel, les acusan de negocios oscuros y obediencias aún más oscuras y, además, van perdiendo votos y banderizos desencantados, desengañados o despertados. La crisis, como le pasó a Podemos, empieza justo cuando al populismo lo sacan de su acuario de estandartes y consignas y lo ponen a gobernar. Entonces se suele descubrir que ser agitador no es lo mismo que ser político, que el partido en realidad son unos cuantos que fuman en un cuarto o se pelean en un cuarto, y que los escasos sillones de fraile que van consiguiendo cuentan más que el programa y hasta la patria.

Vox está en crisis justo cuando tiene más presencia por las autonomías y los pueblos, gobernando o a lo mejor sólo haciendo campanas de los cañones o cañones de las campanas, plantando banderas como si fuera trigo rojo y llamando a los labriegos al Ángelus. A la vez que el votante va viendo que apenas son más que dogma y folclore con sitio guardado en el Corpus y en la cabalgata de la vendimia, el poder ganado va haciendo cada vez más ruidosa y salpicante la lucha de las facciones y más duro y obvio el control jerárquico. El carguito del pueblo o de Madrid tiene que aceptar ser soldado no de la patria sino del sanedrín de Abascal o de la fundación de Abascal o de la tapadera que tiene puesto a Abascal ahí, a caballo entre banderas, como un rejoneador de cartel. O, si no, irse, que ya se fue Macarena Olona, a hacerse como el Camino de Santiago en tacones, como una folclórica guapa, y hasta Iván Espinosa de los Monteros, que se diría que se retiró de todo para dedicarse a fabricar espadas o laúdes.

Ya sabemos que ha ganado el ala falangista, que enseguida se ha centrado en colgar o descolgar banderas, y que ha ganado el Yunque, que en seguida se ha dedicado a colgar o descolgar exvotos y pecadores

Vox está en crisis, que se nota no ya por los votos sino porque es cuando los populismos se vuelven más fanáticos y verticales y pretenden estar haciendo lo de siempre a pesar de que no cesan las deserciones o las traiciones, las purgas o los purgantes, las acusaciones de ida y de vuelta. Ya sabemos que ha ganado el ala falangista, que enseguida se ha centrado en colgar o descolgar banderas, y que ha ganado el Yunque, que en seguida se ha dedicado a colgar o descolgar exvotos y pecadores. Pero aunque Abascal siga ahí, con el fachaleco como una especie de hábito o casaca o traje de luces goyesco, no sabemos quién manda exactamente en Vox. No ya porque lo diga Olona, que se manifiesta ahora como en una especie de santidad hereje, sino porque no lo vemos. Quiero decir que las últimas decisiones de Vox, incluidos sus colgamientos, cuelgues o descuelgues, parecen venir en palomas mensajeras o en rayos mensajeros que sólo después del resplandor oímos justificar y santificar a Abascal en domingos eucarísticos y retumbantes. Responsabilizábamos a Buxadé, pero hay quien dice que Buxadé es sólo un feo que han puesto para parar los golpes, como ese boxeador feo de las películas, y el que manda es Kiko Méndez-Monasterio. Pero yo a Méndez-Monasterio no lo veo mandando en nada, sino apuntándolo todo como un escriba de sombra afilada y líquida.

Vox se está quedando en sus huesos de trapo y en sus plumas de pollo, y eso se nota hasta cuando sale a decir lo evidente y a menear las banderas de goleta o de mundial de waterpolo de siempre. Eran las mismas banderas, era el mismo Abascal, y hasta parecía el mismo anublado de aquella primera vez en Colón, que ahora parece la foto de unos ahogados del Titanic. Pero algo estaba deshilachado o triste en la paleta de colores y de discursos. Algo no funcionaba, quizá eso de que en Vox haya muchos sospechosos de mandar y nadie con pinta de mandar de verdad, o que esté cayendo demasiada gente fulminada de repente en ese camino claro y expedito a la salvación de la patria, o que Vox se siga manifestando en tantas advocaciones diferentes e idénticas, para multiplicar la fe y el dinero.

Allí se fue Vox, a Colón, con su cosa de santuario un poco abandonado, con mal fario de los dioses y de los vientos. Pero no era tanto por la amnistía, por hacer su conjuro contra la amnistía como lo anda haciendo Feijóo, que también amontona banderas y rayos en las manos (nos está quedando una derecha tonante y jupiterina). Era más porque Vox está en esa fase de indisimulable decadencia en la que, como digo, hay que pretender que se hace, se proclama y se defiende lo de siempre mientras todas las sillas se mueven, todas las cabezas ruedan y todos los cielos se abren. Algo se desmoronaba en Colón, que la manifa de siempre parecía hecha de pedrusco, relente, pelusa, ceniza y astilla podrida y milagrosa.