Ayer fue la ocasión para que el presidente del Gobierno en funciones nos mostrara las dos caras que ofrece al público. Una cara la vimos ayer con la jura de la princesa de Asturias, institucional, impecable en las formas, correctísima en el fondo. Y la otra, la tuvimos el día anterior en los periódicos digitales y ayer en los de papel, con la entrevista al presidente (porque en la nota compartida le llaman presidente) Puigdemont, que es un poema de humillación institucional y de sometimiento personal a los dictados del prófugo de la Justicia.
Vamos con lo primero porque es lo más agradable y, sobre todo, lo más permanente. La jura de la princesa Leonor fue una maravilla de armonía y buen hacer. Todo estuvo en su sitio y ni siquiera las ausencias de los socios de Sánchez en el futuro gobierno se notaron porque eran tantos los senadores y los procuradores presentes que su ausencia -que era la de todos los que van a apoyar a Pedro Sánchez en su investidura- pasó desapercibida en el acto. Otra cosa es que no hayamos tomado nota de que no participaban de una ceremonia que suponía el compromiso de la princesa de Asturias con la Constitución y con los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas y fidelidad al Rey.
Hizo ella un discurso impecable que fue respaldado por más de cuatro minutos de aplausos de los diputados, senadores y público en general, puestos todos en pie para recibir la mayoría de edad de la princesa de Asturias.
Pero luego intervino la princesa en el acto del Palacio de Oriente, antes del cual habló el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, quien hizo una loa de la España moderna sobre la que le tocaría a la hoy princesa de Asturias reinar y que está empezando a surgir ahora. Y terminó diciendo algo que no tenía por qué decir, pero el caso es que lo dijo. Dijo: "Contad, alteza, con la lealtad, el respeto y el afecto del Gobierno". Y eso estuvo muy bien.
Luego de que el Rey pusiera sobre los hombros de la princesa el collar de la Real Orden de Carlos III, distinción que otorga el Gobierno, habló ella. Y después de decir que lo que había jurado la compromete de por vida, pidió a los españoles que confíen en ella. Estas fueron sus palabras: "Me debo desde hoy a todos los españoles [...] Les pido que confíen en mí como yo confío en el futuro de nuestra nación, en el futuro de España. Muchas gracias".
Después tuvo lugar el almuerzo, previo saludo, uno por uno, de los asistentes al acto donde se produjeron los brindis de rigor y con el que se cerró la solemne ceremonia con que se había arrancado la mañana.
Hay otra cara, que se produjo anteayer por la tarde, en la que se ve al número 3 del PSOE visitando en su despacho de Bruselas al prófugo Carles Puigdemont y es la imagen de una humillación absoluta, total, por parte del presidente del Gobierno
Esta fue una cara del presidente con la que nadie, o casi nadie, puede estar en desacuerdo. Es una cara institucional. Pero luego hay otra, que se produjo anteayer por la tarde, o eso parece, en la que se ve al número tres del Partido Socialista visitando en su despacho de Bruselas al prófugo Carles Puigdemont.
Y es la imagen de una humillación absoluta, total, por parte del presidente del Gobierno. Porque allí están presentes Santos Cerdán, Iratxe García, presidenta del grupo del PSOE en el parlamento europeo, que se ha pasado la legislatura europea vendiendo que Puigdemont era un prófugo de la Justicia española y ahora le visita y le rinde honores, y Javier Moreno, jefe de la delegación socialista en el europarlamento, que estaba allí de miranda.
El video que se entregó a los medios no se sabe quien lo hizo pero seguramente lo hizo Toni Comín, que siempre está junto a Puigdemont en los momentos cumbre.
El caso es que allí se veía a Santos Cerdán, incomodísimo, y a Puigdemont encantado de lo conseguido, y lo conseguido era que sus siete votos valieran una amnistía y ya veremos qué cosas más. Pero más brutal que eso, que ya era tremendo, era la foto que en el vídeo pasado por el PSOE está detrás de Puigdemont y Jordi Turull pero que está cortada.
Y la foto, gigantesca, muestra a una joven manteniendo en el aire una urna de las que se pusieron para el referéndum ilegal de 2017. Una foto que se le tuvo que atragantar a la delegación socialista desde el minuto uno del encuentro, a menos que tengan unas tragaderas a prueba de urnas.
Esa era la escena que ha puesto los pelos de punta al más pintado porque es la constatación de que la amnistía es un hecho, de que Carles Puigdemont está amnistiado de entrada y de que solo falta conocer el alcance de la medida, que estará lista cuando los negociadores decidan pero no será más allá de la primera semana que viene.
Es la foto del sometimiento de Sánchez a Puigdemont por el valor de los siete votos que han de hacer presidente a Sánchez. Y por ese precio tan infinitamente bajo, se pone en cuestión la Separación de Poderes, la independencia del Tribunal Supremo y la Constitución misma, que no permitió la amnistía aunque hubo varias mociones para que fuera aprobada.
Es la foto de la vergüenza que vamos a pasar todos los españoles cuando veamos andar por la calle a un delincuente como Puigdemont sin que haya tenido que pasar por la cárcel ni un minuto tan solo. Y encima sin haber renunciado a volverlo a hacer porque aquí que se sepa no ha habido la menor concesión por parte de los separatistas. No han renunciado a nada.
La afirmación de Puigdemont de que a cambio de sus siete votos, Pedro Sánchez "va a mear sangre" se ha hecho realidad con la foto del lunes. Terrible.
La amnistía a cambio de siete monedas de estaño.
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