En política, como en la vida, nada suele ser lo que parece. Resulta curioso observar en que forma se ha ido modulando la percepción general, la de la opinión pública y la de la opinión publicada. Acerca de las posibilidades del actual presidente en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez, de ser revalidado en su cargo para una legislatura más, tras la endiablada aritmética electoral que nos dejaron los resultados del pasado 23-J y habida cuenta de que el candidato más votado, el líder del PP Alberto Núñez-Feijóo no contaba con los apoyos parlamentarios suficientes para recibir la confianza mayoritaria del Congreso de los Diputados.
El rechazo absoluto hacia Alberto Núñez Feijóo por la práctica totalidad de los grupos parlamentarios, no tanto por su propia figura o programa, sino por cuanto sus únicos compañeros de viaje, digamos “seguros”, eran los representantes de la formación ultraderechista que preside Santiago Abascal, hicieron que desde la propia madrugada del 23 al 24 de julio, todas las miradas se dirigieran hacia el segundo partido más votado y hacia su líder y candidato, a la sazón jefe del Ejecutivo desde junio de 2018.
Lo cierto es que Pedro Sánchez tampoco tenía ante sí un camino de rosas. El hecho de que la única combinación matemática posible para él pasara por la confluencia de un puñado de grupos, tan diversos entre sí, como Sumar, marca heredera de Unidas Podemos y con quien lleva cuatro años gobernando, pero también por minorías nacionalistas e independentistas como Bildu y el PNV, por el lado vasco, y ERC y Junts, por el lado catalán, en ambos casos enfrentados “a cara de perro” entre ellas, ya hacían prever una negociación larga y difícil y que iba a requerir de notables dosis de minuciosa -y en algunos casos exasperante- diplomacia florentina para cuadrar una inverosímil cantidad de círculos.
Matemáticas endiabladas y virtualidad política casi inverosímil, al menos sobre el papel
Matemáticamente, a diferencia de Núñez Feijóo, la investidura de Sánchez Castejón sí podía ser posible. 176 apoyos constituyen la suma “mágica” que convierte a un candidato en presidente. Pedro Sánchez podía aspirar incluso a obtener la confianza de 178 parlamentarios, pero… ¡ay!, el hecho de que el líder de uno de esos grupos, Junts, marca de la antigua y corrupta Convergencia, la gran criatura política de Jordi Pujol, siga siendo nada menos que Carles Puigdemont, un sujeto que acaudilló una DUI -Declaración Unilateral de Independencia- que, tras el fracaso de la misma huyó vergonzosamente de España en el maletero de un coche a diferencia de otros protagonistas de aquellos hechos como el líder de ERC, Oriol Junqueras, condenado por el Tribunal Supremo y que antes de ser indultado tuvo que pasar una temporada en la cárcel, ha dibujado en estas últimas semanas un trazado político con ribetes, en unos casos de drama y en otros, directamente, de farsa surrealista.
Como era de prever, Carles Puigdemont planteó desde el “minuto cero” unas condiciones de máximos: el voto de los siete representantes de Junts en la carrera de San Jerónimo en favor de cualquier candidato a la Presidencia al Gobierno de España debía pasar, indefectiblemente por el reconocimiento de Cataluña “como una nación”, por una amnistía para los condenados por el ‘Procés’, por la obtención del nihil obstat a un nuevo referéndum en Cataluña y por supuesto por una mejora en las condiciones de financiación de esta comunidad, amén de nuevas cesiones de competencias, que tal y como ha sucedido en el pasado siempre han levantado ampollas -por considerarse agraviadas- en otras como Madrid, tradicionalmente gobernada por la derecha.
¿De dónde venimos? Echemos la vista atrás y ordenemos nuestras ideas
La estabilidad del Estado -de la que hemos gozado durante un período razonablemente largo de tiempo- tal como la hemos conocido, mucho me temo que pasará a ser historia
Conviene en este punto hacer un poco de historia. El “procés” catalán nace única y exclusivamente porque el expresident, Artur Mas, estaba a punto de recibir una severa condena a cuenta de aquel maldito y oprobioso asunto del 3% y por tanto de dar con sus huesos en la cárcel. Me he atrevido a decir que fue un puro invento personal -Artur Mas tenía entonces un predicamento brutal en la política y la sociedad catalana- para eludir, un poco al estilo de Silvio Berlusconi y salvando las distancias, un paso por la cárcel que parecía inevitable. No hace falta devanarse los sesos para encontrar en los últimos meses otro ejemplo bien parecido: el de Benjamin Netanyahu, en Israel. Esta, y no otra, a pesar de otro tipo de argumentos que se manejan estos días en la mayoría de análisis que leo y escucho, es el auténtico origen, la verdadera génesis, del mal llamado conflicto catalán que padecemos. De no haber sido así las cosas, aún estaríamos hablando de transferencias y de cuestiones fiscales y económicas. No hay más. Desde siempre respeto las ambiciones independentista pero nunca podré entender que se viole la ley para llegar a ello.
Lo que subyace, en paralelo a lo ya expuesto, es la existencia de una guerra encarnizada entre ERC y Junts por el control de la situación política en Cataluña, es decir, por el poder en aquella comunidad. No discutiré que la amnistía pueda tener algún sentido, pero seré claro: en mi opinión no servirá absolutamente para nada. Esta última afirmación moverá a la perplejidad de no pocos y a la irritación de muchos. Llevamos días, semanas, meses, discutiendo si tal figura jurídica tiene o no encaje en la Constitución, con jueces y eminentes juristas divididos, y debatiendo acerca de si será útil para “desinflamar” aún más la convivencia en Cataluña. Una convivencia que sufrió duras convulsiones durante aquellas tremendas jornadas de septiembre y octubre de 2017, siendo Mariano Rajoy aún presidente, y más recientemente en los últimos compases de 2019, con graves disturbios en calles y plazas catalanas, especialmente en Barcelona, a cargo de los famosos CDRs autores de acto de auténtico terrorismo callejero.
La realidad es que, a pesar de que esta ley de amnistía, llámese como se llame y que ya está redactada, entre en vigor, ni ERC ni Junts, que tienen la vista puesta en los comicios autonómicos de 2025, se van a dar por satisfechos. Más al contrario, elevarán el techo de sus reivindicaciones. Así fue siempre. La estabilidad del Estado -de la que hemos gozado durante un período razonablemente largo de tiempo- tal como la hemos conocido, mucho me temo que pasará a ser historia, bueno…¡ya es historia ahora!
Lo que pudo ser… y no fue
Si yo hubiera tenido, como asesor político, capacidad de influencia alguna para asesorar a Pedro Sánchez, le hubiera recomendado trabajar desde el primer momento sobre una hoja de ruta que tuviera como objetivo unas nuevas elecciones; unos meses que hubieran sido preciosos para recomponer sus filas y luchar por alcanzar una mayoría suficiente que le hubiera permitido no depender de (la voluntad) ni de Junts ni de su impredecible líder, Carles Puigdemont. El cual por cierto, a día de hoy, no puede pisar territorio nacional porque sería inmediatamente detenido y conducido ante el juez. Tal vez con estas claves, y con esa lucha fratricida entre ERC y Junts siempre como telón de fondo, puedan entenderse las dudas que aún a la hora de cerrar y publicar esta pieza, mantienen los de Puigdemont, celosos e irritados de que ERC que, no se olvide, ostenta el gobierno de la Generalitat, con Aragonés a la cabeza, se les hayan adelantado con un acuerdo que establece, entre otras cosas, una condonación de deuda de 15.000 millones y la cesión total del servicio de cercanías a la administración autonómica. Un duro trago para las ministras Sánchez y Montero que negaban hasta hace unos días que ambas cosas fueran a producirse.
En el PSOE hay malestar, a pesar de lo que se ufana en propagar durante estas semanas la propaganda ultra y los medios considerados de “derechas” o de “centro derecha”. A estas horas, aún nadie puede descartar ningún escenario… ni siquiera el de que el 14 de enero volvamos a visitar unas urnas que, tal vez, nos dejaran un panorama más claro y despejado para la gobernabilidad de España.
En política, como en la vida, nada suele ser lo que parece. Resulta curioso observar en que forma se ha ido modulando la percepción general, la de la opinión pública y la de la opinión publicada. Acerca de las posibilidades del actual presidente en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez, de ser revalidado en su cargo para una legislatura más, tras la endiablada aritmética electoral que nos dejaron los resultados del pasado 23-J y habida cuenta de que el candidato más votado, el líder del PP Alberto Núñez-Feijóo no contaba con los apoyos parlamentarios suficientes para recibir la confianza mayoritaria del Congreso de los Diputados.
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