La derecha le ha puesto su tapetillo a la calle, su maceta a los balcones, su señora a las marquesinas, su bandera a las palomas, y llena las plazas de las capitales como si fueran corridas de rejones contra Sánchez. La derecha se ha hecho con la calle, que siempre fue la trinchera mochilera y botellonera de la izquierda, o es que no se trata de la derecha sino del personal harto y acojonado de lado a lado y de arriba abajo, del currante o el arrendatario a las asociaciones de jueces o de funcionarios.
Salieron a la calle, en toda España, decenas o centenares de miles de personas que no iban a misa de a 12 ni a los toros de garrapiñadas, sino a reivindicar la ciudadanía y la igualdad cuando lo público está desapareciendo en favor de leyes privadas entre privilegiados con mapas y cepos medievales.
La derecha, o el ciudadano sin más, sin carné pelusero, sin purismo activista como ese purismo nómada de la izquierda, el españolito al que sólo le quedan la bandera o el paraguas para enarbolar su cabreo y sus derechos, en fin, yo creo que ha terminado ganando la calle, y hasta la democracia, porque la izquierda hace tiempo que se retiró de ambas.
El PP se ha ido de florista a las plazas de España, las ha llenado de gente y banderas como de cubos de geranios, y yo me imagino al partido un poco sorprendido de su éxito, como el éxito de un vendedor de claveles en la feria. Eso de la banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, como eso de la España que se rompe igual que una loseta, tampoco vende tanto, no se crean. Menos aún vende la patria cuartelera, joseantoniana, tan ridícula como peligrosa, que ya vemos que queda para los cuatro frikis de toda la vida con el pollo, la calva y el ombligo sollamados o aún por sollamar, que a veces es difícil de saber.
No hay aquí fachas de morrión ni de judión, ni siquiera peperos con pulserita con cascabeles o carné con cascabeles, suficientes para alfombrar toda España así, en un domingo pagano sin fútbol y sin papa. Lo que está sacando a la gente a esas calles recién regadas, recién puestas o recién abandonadas (abandonadas por el sanchismo, por la progresía orgánica, por la izquierda guitarrística o perrofláutica, o por todos ellos a la vez), es algo más que el partidismo y hasta algo más que la ideología.
Se trata de los fundamentos del Estado de derecho, y afortunadamente hay más demócratas que sargentos
Quien está llenando la calle ahora de una gente de domingo cívico o abaniquero, como gente de un colorido domingo de gospel, no es Feijóo, allí en la Puerta del Sol con jersey de cuello de cisne como un sospechoso de Colombo. Ni Abascal, con patria imaginaria como una mili imaginaria. Ni siquiera Ayuso, revolucionaria y revoltosa, goyesca y zarzuelera, con tijeras de Manuela Malasaña, manojo de rosas de Sorozábal o el empuje de media teta pugnaz o grecorromana de Delacroix. Lo que está llenando la calle es el hueco de democracia que está dejando Sánchez, y que saca a la gente de sus casas como con una bomba de vacío.
Ya no se trata de quejarse por la decadencia de la nación histórica o futbolera, ni por los impuestos al rico o al tendero, ni por la moral de la juventud o del matrimonio, que eso puede congregar a sus respectivas parroquias con llavín de la cantina, llavín de la caja o llavín del cinturón de castidad, pero poco más. Ahora se trata de los fundamentos del Estado de derecho, y afortunadamente hay más demócratas que sargentos, que ricos, que monjas, que fachas y, por supuesto, que sanchistas. El éxito de este domingo del PP es que su reivindicación no es ideológica sino puramente metodológica, de simple razón democrática.
Es imposible explicar desde la democracia que se negocie la presidencia del Gobierno a cambio del olvido de los delitos de unos delincuentes, o de toda una casta o estamento de delincuentes.
La derecha ya no le tiene miedo a la calle
Es imposible explicar desde la democracia que no sólo se canjee impunidad penal por votos, sino que el acuerdo conlleve aceptar que hay persecución política por parte de los jueces y del Estado (lawfare), y, aún más, que los propios delincuentes puedan señalar o incluso castigar esta persecución.
Es imposible explicar desde la democracia que se trocee la soberanía, que se destruyan la igualdad de los ciudadanos y la separación de poderes, que se acabe con el sometimiento al imperio de la ley (incluso, o sobre todo, de los políticos y los poderes públicos), y menos todavía que todo eso se haga en un mero pacto privado y por intereses privados. Esto, que no es política ni parlamentarismo, como no lo fue el procés; esto, que no es hipérbole ni soponcio, que no es sólo una peligrosa deriva sino una peligrosísima realidad; esto, no la fuerza callejera o ventolera del PP, de la derecha o la derechaza, es lo que ha unido a la gente en un domingo tibio y prosaico, como ha unido a las asociaciones de jueces, fiscales y funcionarios, a colegios y despachos de abogados y no sé si a los peritos agrónomos y a los mimos de parque.
La derecha ya no le tiene miedo a la calle, que a veces parecía que salían al sol desde la iglesia como vampiros de un castillo, para ser desintegrados rápida y ridículamente. La derecha ya no le tiene miedo a la calle, que conviene decir que, como todo lo público, es de todos sin ser de nadie. Tampoco parece que le tiene ya miedo a la calle ese españolito que no era ni de misa con bandera ni de acampada con puñito flojo y Che agropop. La derecha llenó la calle y hasta tomó esa bandera caída de la democracia, que era como un ramo volado que se les perdió a los cursis o a los hipócritas. La verdad es que tampoco era tan complicado, que ya no queda nadie más allí.
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