Un viejo aforismo periodístico afirma que las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados. Y lo cierto es que, a gusto de unos y con notable desagrado de otros, Pedro Sánchez acaba de ser reelegido como presidente del Gobierno para los próximos cuatro años. De cómo hemos llegado hasta aquí, del desarrollo de estas dos intensas sesiones parlamentarias de investidura y del perfil de liderazgo de quien ya he denominado en otras ocasiones como el gran ‘Ave Fénix’ y auténtico ‘animal’ de resiliencia de la política española, es de lo que me propongo hablar en el presente artículo.
La exitosa investidura de Pedro Sánchez, conviene recordarlo, es el resultado de una decisión tremendamente audaz: la de adelantar al 23 de julio las elecciones generales tras el pésimo resultado obtenido por el PSOE y sus socios de coalición en los pasados comicios municipales y autonómicos del 28 de mayo. El cambio de poder local en favor de un PP, auxiliado por los ultraderechistas de Vox, en comunidades tan importantes como Valencia, Baleares, Aragón, Cantabria o Extremadura, hacía presagiar a los augures de la calle Génova que el futuro de España sería, indubitablemente, de color azul. Reputados expertos demoscópicos como Narciso Michavila y otros, habían convencido a Núñez-Feijóo y a su equipo de que podrían llegar incluso a acariciar la mayoría absoluta. El mazazo que recibieron fue de dimensiones colosales y todavía no lo han digerido.
El mejor Sánchez: el que arriesga todo para conseguirlo todo
La decisión de Sánchez había sido tremendamente arriesgada; muchos podrán ahora acusarnos de ‘resultadistas’ por decir que, a la vista del balance final, se trató de una jugada maestra. El presidente, caminando sobre el filo de la navaja, puso el torniquete a una verosímil hemorragia de votos, aún mayor, de cara a los meses venideros, cortándola por lo sano. Le salió bien.
Pedro Sánchez dio en el clavo a pesar de que aritmética que arrojaron las urnas no pudo ser más endiablada, con un virtual empate técnico entre bloques. Si el político gallego quería acceder a La Moncloa tenía la hercúlea tarea de aunar las voluntades de PNV y Vox, por ejemplo, sin desdeñar el intento de convencer a los siete diputados de Junts, el partido de Carles Puigdemont, de que se abstuvieran para que su camino hacia el poder quedara completamente despejado. La misión, no es que fuera ciclópea… es que era directamente imposible.
Un debate controlado por Sánchez de principio a fin
Es en esta clave en la que hay que entender uno de los momentos más brillantes -e hilarantes- del debate, cuando Pedro Sánchez ironiza acerca de las palabras del líder del PP que proclamó, tras su fracasada intentona, que no había conseguido los apoyos para ser presidente del Gobierno… ¡porque no había querido! Hay que reconocer que el papel del político gallego no era fácil y que lo solventó lo mejor que pudo. Es duro bajar a la arena sabiendo que no tienes posibilidad alguna y que tan sólo puedes aspirar, en términos taurinos, a rematar una faena aseada.
El líder popular tiró de hemeroteca para evidenciar las contradicciones del candidato, que este no ha negado en momento alguno, y repitió los manidos argumentos que apuntan a un Sánchez ‘frentista’, presidente sólo de sus votantes que desdeña a la casi media España que no le ha votado, y ‘rehén’ de los independentistas que entre el poder y cumplir su palabra, escoge lo primero. Vano intento. ¡Todos conocen estos argumentos, amigos y enemigos! Argumentos que se han expuesto de forma brillante, con oratoria directa y con mucha lucidez. Probablemente han convencido los suyos, sólo los suyos, porqué Vox va e irá a lo suyo con su estrategia del odio y su populismo cargado de trazos gordos y estilo reaccionario.
Lo que quisiera o no el líder del PP da absolutamente igual a estas alturas. Quien sí quería y ha podido ser investido, ha sido Sánchez, que además ha anotado un nuevo logro en su carrera: convertirse en el primer candidato, en la reciente historia democrática española, que obtiene el respaldo sin haber sido el más votado. Un motivo más de escándalo para la derecha, pero que supone la consecución de un hito que reafirma aún más que España transita por la vía de la plena normalidad democrática, por si alguien lo dudaba. Si los grandes consensos y los acuerdos más complejos son posibles para quien tiene la tenacidad y la astucia de acometerlos en mi querida Italia o en Alemania, ¿por qué no en España?
No perderé un segundo en valorar la incalificable intervención de Santiago Abascal comparando a Sánchez con Hitler y abandonando el hemiciclo con los suyos cuando a petición de la presidenta del Congreso se negó a retirar sus palabras y Armengol le advirtió que serían retiradas del diario de sesiones. El presidente de Vox malbarató, a cambio de una foto para su parroquia, el escaso crédito que podía quedarle como líder de un partido de cuyo desprecio a las instituciones democráticas ya nadie duda. Hablar una y otra vez de golpe de estado le sitúa al lado de Trump y Bolsonaro, que no solo no aceptaron los resultados electorales sino que consideran ilegítimo este gobierno. ¡Por lo menos, aquí, no hemos visto asalto al Congreso!
Una carrera larga y repleta de obstáculos
Constatado el referido fracaso de Feijóo y tras recibir el preceptivo encargo del Rey Felipe VI, que la derecha extrema trató de sabotear, hemos asistido a una frenética carrera de Sánchez contra un calendario que marcaba en rojo el 27 de noviembre como fecha límite. Todo parecía en su contra. Los obstáculos eran muchos y de gran envergadura, no siendo el menor el afrontar el inmenso coste de imagen, entre sus de votantes y algunos dirigentes de su partido, que suponía el justificar una imprescindible negociación con Carles Puigdemont. Una entente cuya primera condición era la aprobación de una Ley de Amnistía. Había que echarle valor, tras haber mantenido en los últimos años todo lo contrario. Sánchez ha aguantado invectivas de históricos, como las del ‘Dios’ Felipe, Alfonso Guerra, Paco Vázquez, Javier Sáenz de Cosculluela, Joaquín Leguina, José Luis Corcuera o Nicolás Redondo Terreros, estos últimos fuera ya del partido, por citar algunos. Le ha dado igual. Camino recto y objetivo firme y bien marcado.
El tipo de liderazgo de Sánchez es el de quien se desenvuelve mejor en el cuerpo a cuerpo, incluso en la confrontación, en este caso contra quienes le han llegado a acusar de ‘traidor’ o de ‘vende patrias’, que en la placidez que disfrutaron otros que gozaron en algún período de cómodas mayorías absolutas, como González, Aznar o Rajoy. Su estilo es el de un gambler en la necesidad permanente de apostar siempre doble o nada. ¿Opinable? Sin duda. ¿Cuestionable? Puede. Pero es el suyo, y hasta ahora no le ha podido ir mejor.
El estilo ‘suarista’ de Sánchez
Tal vez parezca excesivo pero, en los últimos días, Pedro Sánchez ha llegado a recordarme al mejor Adolfo Suárez; el mismo que tras el brutal asesinato de cinco abogados laboralistas en su despacho de Atocha 55 en enero de 1977 se echara el país a la espalda y legalizara, dos meses después, al Partido Comunista de España, con la oposición frontal de casi toda la cúpula militar, repleta de franquistas irredentos. Aquel gran estadista que fue el político abulense se lo había prometido al veterano líder comunista, y este aceptó a cambio de reconocer la Monarquía y la bandera rojigualda, abandonando la tricolor republicana: ‘No vamos a discutir por un color más o menos’, cuentan que le dijo Carrillo a Suárez.
Es a Pedro Sánchez a quien toca desde ahora cumplir sus compromisos con Carles Puigdemont, tal y como le recordó muy seria la portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras, al final de la primera sesión del debate y en una intervención, por cierto, de notable altura parlamentaria. El reelegido presidente ha conseguido ‘llevarse al huerto’ constitucional a las huestes independentistas. Salvado el primer escollo, el de la investidura, le queda lo más difícil: someterse al control mensual de un ‘verificador’ y a un examen permanente, casi semanal, en cada proyecto o proposición de ley. Si ha alcanzado lo más difícil, tanto él, como el equipo parlamentario socialista y su nuevo gabinete, podrían ser capaces de lograrlo. El camino será muy tortuoso y un paso más hacia la ‘italianización’ de la política española de la que hablo desde hace años.
No menos titánica será la misión del líder de la oposición. Intentar cohesionar el espacio de centro derecha no será fácil y menos hacer políticas más transversales que permitan sumar mayoría en futuras elecciones. Está claro que en este país sin poder negociar con nacionalistas e independentistas no se podrá gobernar fácilmente, guste o no guste.
Nacho Álvarez, secretario de Estado de Derechos Sociales, no será nuevo ministro del Gobierno de Pedro Sánchez. La vicepresidenta segunda […]Un viejo aforismo periodístico afirma que las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados. Y lo cierto es que, a gusto de unos y con notable desagrado de otros, Pedro Sánchez acaba de ser reelegido como presidente del Gobierno para los próximos cuatro años. De cómo hemos llegado hasta aquí, del desarrollo de estas dos intensas sesiones parlamentarias de investidura y del perfil de liderazgo de quien ya he denominado en otras ocasiones como el gran ‘Ave Fénix’ y auténtico ‘animal’ de resiliencia de la política española, es de lo que me propongo hablar en el presente artículo.