La nave nodriza se ha estrellado contra la realidad. Del "asalto a los cielos" que preconizó Pablo Iglesias no queda ya más que el recuerdo de unos años en los que Podemos le pisó los talones al PSOE y aspiró a repartirse el gobierno al 50% con Pedro Sánchez. Bueno, queda algo, ese chalé de Galapagar, aspiración pequeño burguesa donde las haya, que fue el principio del fin de un proyecto político que llegó a aglutinar más de 5 millones de votos.
El último estertor de Podemos ha consistido en negarse a que Yolanda Díaz les colara a Nacho Álvarez como ministro como condición para firmar la paz interna en Sumar. Más que un pacto, ha sido una provocación. Álvarez, aunque formalmente seguía en Podemos, llevaba casi dos años alineado con la ministra de Trabajo, y había sido expulsado del clan de Galapagar.
Iglesias, que aun retirado de la política sigue marcando el paso a Podemos, ha advertido, tras saber que nadie de su partido, ni siquiera su ex pareja y ex ministra de Igualdad, Irene Montero, formará parte del nuevo Gobierno, que el movimiento que él creó se distanciará de coalición a la que todavía pertenece. Veladamente insinúa que Podemos podría ir en solitario a las elecciones europeas. Montero ha sido explícita a la hora de acusar a Sánchez y a Yolanda Díaz de "echar" a su partido del Gobierno.
Lo que sorprende es que Montero no salga del Gobierno por el fiasco de la ley del sólo sí es sí, que ha excarcelado o rebajado de condena a más de 1.000 violadores y agresores sexuales, sino porque la jefa de Sumar no la quiere a su lado.
Iglesias ya se barruntaba hace un año el divorcio político que ahora se consuma cuando arremetió contra Díaz por hablar mal de los partidos políticos; era cuando ella pretendía encabezar "un movimiento". Fue entonces, en el marco de la Universidad de Otoño de Podemos, cuando a Pablo se le ocurrió aquello de la "nave nodriza". Pero ni Podemos era la USS Enterprise, ni Iglesias el señor Spock.
Yolanda quería volar sola, era ya vicepresidenta del Gobierno, y tenía en mente un proyecto que terminaría por asfixiar a Podemos, como así ha sido. Todo ello con el apoyo entusiasta de Sánchez, que así se quitaba de encima a la mosca cojonera de Iglesias y su pandilla. Ya le llegará la hora a ella.
El núcleo de poder de Podemos se ha ido reduciendo hasta el círculo más íntimo de Iglesias y Montero. Ahora estamos en el principio del fin no de un sueño, sino de una pesadilla que ha durado demasiado tiempo
Los lamentos de Iglesias esta semana son enternecedores. Dice que los inscritos en Podemos suman diez veces más que todo el resto de partidos que conforman Sumar. Y mientras que otros grupillos sí que aspiran a sillones en el Gobierno, ni Montero, ni Ione Belarra tienen opción siquiera a una secretaría de Estado. Lo mejor es cuando acusa a Sumar y a la propia Yolanda Díaz de falta de "legitimidad democrática" Tiene razón. ¿Qué congreso ha elegido como líder de Sumar a la ministra de Trabajo? ¿Quiénes conforman la dirección de ese partido? ¿Quiénes les ha elegido y cuando se ha producido esa votación?
Se olvida Iglesias que fue él mismo quien, con su dedo ejecutor, encumbró a Díaz a la cabeza de Unidas Podemos. ¿Qué legitimidad tenía entonces, cuando él creía que ella iba a ser una marioneta en sus manos?
Se habló mucho de la ruptura antes de las elecciones del 23-J, pero la sangre no llegó al río. Ni llegará. Porque los cinco diputados que pertenecen a Podemos están sujetos a la disciplina del grupo Sumar so pena de perder el dinero que reciben, un 23% del total (unos 800.000 euros). El viernes se encargó de recordarle su compromiso a los de Podemos la jefa de los comunes, Ada Colau.
Iglesias coquetea todavía con la idea de una alianza de ultraizquierda entre los cinco diputados de Podemos, los siete de ERC y los seis de Bildu. Pero esa aspiración parece condenada al fracaso. Es Sánchez el que tiene la sartén por el mango, el que puede repartir prebendas y favores, mientras que Iglesias ya sólo puede ofrecer nostalgia. ERC, a pesar de las carantoñas de Rufián a Montero, ya ha declinado la oferta de constituir un frente común.
No es que lo sienta. En realidad, lo que ha quedado de los años dorados de Iglesias al frente de Podemos, sus aportaciones al corpus ideológico de la izquierda, se reducen a una copia del populismo más burdo, importado de Latinoamérica, incorporando al lenguaje político conceptos tan pobres como "el miedo va a cambiar de bando", el "jarabe democrático" y el onomatopéyico "tic tac, tic tac". Eso y poco más ha sido su legado.
Este es el principio del fin de aquello que se llamó "nueva política", y que tenía como adalides a Albert Rivera y al propio Iglesias. Lo que ha conseguido la irrupción de esos nuevos partidos ha sido debilitar a los dos grandes, PSOE y PP. Y esa debilidad no ha sido buena para la democracia. Sánchez ha hecho de la necesidad virtud y ha construido un bloque antiderecha, en el que ha metido a todo el que ha podido para sumar una mayoría suficiente para gobernar. Y el PP sigue lastrado por Vox. La política no es ahora mejor de lo que era hace diez años, sin que entonces fuera una maravilla. Pero es evidente que hemos ido a peor. Porque Pedro Sánchez ha heredado de Iglesias el sectarismo hacia la derecha, la división irreconciliable entre las dos Españas, la construcción de muros, el frentismo.
El líder de Podemos se creyó un mesías y conformó un partido a su imagen y semejanza en el que se liquidó todo tipo de oposición, implantando un estalinismo light que fue acabando uno por uno con todos sus comandantes, desde Sergio Pascual a Carolina Bescansa, pasando por Tania Sánchez, y, por supuesto, con su otrora amigo Íñigo Errejón. Lo de Nacho Álvarez es sólo el último capítulo de la depuración.
Al final, sólo quedan los que forman el círculo íntimo de la ex pareja Iglesias/Montero, lo que otro de los caídos, Ramón Espinar, califica como Galapagar S.L. Pues bien, amigos, llegamos al final, pero no de un sueño, sino de una pesadilla que ha durado demasiado tiempo.
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