Me da igual. Es una frase que escucho con estupor y relativa frecuencia en círculos no jurídicos y, sobre todo, entre esa generación que ha desarrollado su carrera laboral entre crisis (entre la que me incluyo).

Las motivaciones son muy diversas: “A mí mientras no me toque el bolsillo, me da igual”; “mientras no se aplique del todo, me da igual”; “siempre que esta tormenta termine pronto, me da igual”. Otras son menos explícitas, pues simplemente estamos agotados y nos da igual todo aquello que no sea sobrevivir a otro día, cuasi catastrófico.

El problema es que no te puede dar igual. No solo la amnistía, sino los últimos acontecimientos que rodean esta polémica investidura. No es esto una crítica a los pactos entre partidos que han sido la tónica general en los últimos años, en todos los colores, para gobernabilidad de nuestro país. Eso puede dar para varios libros.

Es una crítica a la falta de proporcionalidad, a la arbitrariedad de las propuestas, un grito a que no todo vale. Como no todo vale, tampoco quedarse callados es una opción. Desde luego no pretendo dar una solución a un problema que es innegable que existe en España. No obstante, a veces, tener claros los límites es el primer paso para llegar a esa meta. Es la primera vez que sectores tan dispares se han puesto de acuerdo, sin fisuras. Es curioso que una futura norma tan polémica y unos pactos (gramaticalmente mejorables) hayan traído tanta unidad: una parte importante de la sociedad la rechaza frontalmente, despachos de abogados, profesionales de Hacienda, inspectores de trabajo, profesores, jueces y magistrados…

No te puede dar igual la conculcación de la dignidad del Estado

Esta comunidad, inesperada, nace de la absoluta amenaza -sobre el papel- de los grandes principios de convivencia que han traído el mayor periodo de paz en nuestro país. Desde luego, no es un sistema perfecto, pero su modificación en aspectos esenciales viene del consenso de todos, no solo de unos pocos. Del diálogo, de la escucha y de la educación. Un poco de empatía también.

No te puede dar igual la conculcación de la dignidad del Estado. Es un hecho cierto que hay que adoptar medidas valientes y quizás también creativas, en momentos de crisis. Pero un conflicto no es una patente de corso para irrogarse facultades por encima del marco constitucional y europeo. Por esto no te puede dar igual.

Tampoco la condonación de la deuda supuestamente acordada. Veamos un pequeño dato. En España se calcula que falta una inversión de 17.000 millones, aproximadamente, para colocarnos al nivel de Alemania en materia de I+D+I. La indexación de las pensiones al IPC es una cifra muy similar.

La asunción de esa deuda en detrimento de nuestro futuro no está justificada en pro de una pretendida convivencia, puesto que choca frontalmente con la igualdad de todos los ciudadanos. Están empeñando nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Para empezar falta educación financiera. El pago de esta deuda y de la que ya llevamos asumida, con muchos intereses, se paga con nuestros impuestos. Baste recordar, con trazo gordo, que España ya gasta en los intereses más que en servicios públicos básicos. Se nos ha llenado la boca con sanidad y educación y miramos para otro lado en lo que a la asunción de deuda por todos se refiere, la condonamos como si fueran cromos. Porque claro, a corto plazo, nuestra vida sigue igual y no notamos ninguna diferencia palpable.

Nos falta también educación ética, volver a los valores esenciales, a los principios más básicos. Uno de ellos es la rectitud y la integridad. No nos puede dar igual que los máximos representantes de nuestro Estado no crean en nuestras instituciones, muy particularmente en nuestros tribunales, porque entonces ningún inversor lo hará. Sin seguridad jurídica no hay flujos económicos, hay corrupción.

He vivido en primera persona cómo muchas operaciones se han visto paralizadas, suspendidas o, directamente, canceladas ante un panorama político de incertidumbre donde las reglas del juego pueden cambiar sin previo aviso.

Nos falta y no nos puede dar igual el cambio de postura política en apenas semanas: debe ser una línea roja. Donde he dicho no, mañana es sí y pasado es quizás. Es como si viviéramos envueltos en una suerte de distopía orwelliana donde el ministerio de la verdad escribe los designios de la historia ante ciudadanos anestesiados, a los que todo les da igual mientras no les afecte directamente.

Que la vida no nos de igual, que los asuntos de la política (las grandes soflamas oportunistas) y del derecho no nos pasen inadvertidos. Nuestro deber como ciudadanos y como sociedad es estar informados y dejar un mundo mejor a los que vengan. Eso no se consigue si todo nos da igual.

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Cristina de Santiago es socia directora de ALEDRA.