Sánchez ya tiene nuevo Gobierno, que a uno le parece otro cuerpo de ballet para que el presidente agite la chistera. Sánchez, que se limita a hacer propaganda y a mantenerse vivo y lozano entre sus pactos, hipotecas y vudús, nunca ha gobernado en realidad y no va a empezar ahora, cuando ya parece una estatua de jardín de la Moncloa, un Cupido chorrafuerista. Es un Gobierno para el music hall de las noticias, para las cocinillas del acuerdo con Yolanda (la vicepresidenta se ha llevado ministerios maría, como de sus labores florales e izquierdistas), y para la intriga por los subterráneos del Estado, por donde Bolaños se desplazará en barquita, entre pocero, Caronte y fantasma de la ópera. Uno mira los nombres de los ministros, que son los de siempre, o son para lo mismo, o que no importan porque no pintan nada; uno mira los 22 ministerios, esos dos patitos como para rematar el bingo sanchista, y sólo sigue viendo a Sánchez bailando y a Puigdemont esperando lo suyo, igual que el casero, el matarife o el gigoló.
De los gobiernos de Sánchez siempre hay que decir que son muy políticos, no vayamos a pensar que el presidente de la chaqueta sin fondo se nos ha vuelto de repente un tecnócrata y nos va a llenar el gabinete de ingenieros de caminos y académicos de lomo ancho como los tomos de la Espasa. Uno destacaría a Óscar Puente, que parece que ha heredado el asiento de camionero que antes fue de Ábalos, ese ministerio de Transporte desde el que dar cortes de manga como desde la ventanilla de su cabina, alta, sucia y forajida igual que una diligencia. Puente se ha ganado el ministerio de escupir tabaco y sacar la peineta con un solo discurso de escupir tabaco y sacar la peineta, en aquel melancólico intento de investidura de Feijóo. A mí esto de Puente me parece la política más pura, esta sucesión de un encargo, un golpe y, ya, un ministerio como una abacería, que es como se asciende en la Moncloa y en Little Italy.
Yo diría que Puente es el ministro más político de este Gobierno tan político. Puente tiene un ministerio entero para su bocina, su fiambrera y sus gorras de camionero, simplemente porque Sánchez necesitaba un camionero. Y eso es política pura. Sánchez no necesitaba un ministro para los trenes, ni siquiera después de aquel incidente de Puente en el AVE, en el que se defendió muy políticamente, en plan “no sabe usted quién soy yo” y “que venga el encargado” (eso ya bastaría para hacerlo ministro del ramo). No, Sánchez necesitaba un camionero, y si hay que montarle un ministerio entero, como un bar con toro mecánico, se le monta. Sólo los ministerios de Sumar, que parecen regalados o inventados, como un cargo para un sobrino, pueden compararse en pureza política. Pero no son tan útiles como Puente, enmierdando todo con su tubo de escape y sus hilos de chorizo. Salvo, quizá, el de Mónica García, que a la vez que icónico tiene algo de lejano y cobarde sabotaje a Ayuso.
Uno ve más a Puente de estandarte de este Gobierno que a Bolaños, la verdad. Ahora todo el mundo habla de Bolaños como hombre fuerte del Gobierno y a uno le da un poco de risa, como si al empollón asmático lo nombraran hombre fuerte de la hora de gimnasia. A Bolaños no lo ve uno especialmente habilidoso, ni mucho menos intimidante, que yo creo que bastaría con ponerle delante a la jefa de protocolo de Ayuso para que el hombre fuerte sufriera una hemorragia nasal espontánea. Pero Bolaños sí es obediente y escurridizo, y también un poco invisible o poca cosa, que cuando se acerca no parece un ministro sino el camarero que te trae las croquetas o el aparcacoches que te trae las llaves. El de camarero bajito parece un disfraz perfecto para escabullirse y para merodear, que es lo que va a hacer Bolaños y lo que creo que va a hacer Marlaska, también un poco ya invisible por acostumbrado y por omnipresente, y por ello mucho más útil.
Bolaños no es ningún hombre fuerte, sólo es un correveidile pequeñito y manejable, como tener un ministro plegable, igual que un patinete. Será Sánchez el que esté en todas las esquinas y detrás de los ojos movedizos de los cuadros
Bolaños no es el hombre fuerte, sino el pajarito volador y picoteador. Además, entre la insignificancia y la conmiseración, esa cosa como de huerfanito de luto que tiene Bolaños, quizá el personal no se dé cuenta de lo que significa y pretende su misión: al unir Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia, está personificando o buscando la concentración de todos los poderes del Estado en Sánchez. Bolaños está en el sitio justo para ir manejando el lawfare, para ir inspirando al TC y a los jueces, y además sin descuidar el afeitado de Sánchez, que Bolaños tiene algo de barbero de cámara de Sánchez, de esos barberos de ahora que van con chaleco, como jugadores de billar inglés. Pero Bolaños no es ningún hombre fuerte, sólo es un correveidile pequeñito y manejable, como tener un ministro plegable, igual que un patinete. Será Sánchez el que esté en todas las esquinas y detrás de los ojos movedizos de los cuadros.
Si, un Gobierno muy político, que no sólo tiene camioneros con póster de Samantha Fox y pequeños íncubos disfrazados de colegial, sino apóstoles, madres superioras, estrictas gobernantas y pastorcillas del sanchismo. A Nadia Calviño, María Jesús Montero y Teresa Ribera también las consideran pesos pesados del Gobierno, tres vicepresidentas como musas o atlantes de la economía y las ciencias, y que van a cargar con el peso descompensado de la mesa del Consejo de ministros. A uno, sin embargo, le parece que es al contrario, que los ministerios más serios son los que están para disimular, para marearnos con jerga y tablas de datos, mientras Puente y Bolaños son todo lo que Sánchez realmente quiere, aprecia y necesita.
En este Gobierno, claro, quien falta es Puigdemont, vicepresidente sin cartera o con todas las carteras, verdadero presidente incluso. En este Gobierno tan político falta lo más política o antipolíticamente trascendente que ha hecho Sánchez, convertir a un sedicioso prófugo en príncipe de la paz (meterlo de ministro no sería tan grave como lo que ya le ha concedido y le concederá). Este Gobierno, ya ven, tan político… A ver si el siguiente lo hace Sánchez matemático o arquitectónico o sinfónico. Sería tan curioso como verlo decir la verdad, o gobernar.
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