Me pregunto qué hará ahora Irene Montero, si se hará influencer, o mocatriz, o poetisa millennial, o montará una consulta, o se irá de eurodiputada, a hacer como de sueca inversa por Europa, como tantos políticos de aquí. Irene Montero no sólo deja de ser ministra, sino que deja de serlo todo, como cuando termina su breve reinado la reina de la cabalgata. Montero estaba en su ministerio o en su carroza lila, con señoritas y racimos del pueblo, con patrocinio de mercerías, con un séquito de concejales alpestres, majorettes enfermizas y banda de tubas gordos, y de repente se acaba todo. Irene Montero se despidió vestida un poco como una mendiga, que despojada del ministerio, de la carroza, de la tiara que le ha puesto el economato, lo que queda es la cajera o la administrativa, la muchacha corriente y guapa a la que el reinado sorprendió con el chóped o la carpetilla en la mano. Me pregunto qué será de ella, si vivirá del Canal Red de su santo, como la que vive de sus cumpleaños en el ¡Hola!, o sólo será historia cutre de España en los programas de refritos, como Las Ketchup.

Qué será de Irene Montero, reina de la cabalgata feminista o queer de mujeres barbudas, borrachas, desfajadas, destetadas o libérrimas pero aun así siempre e inevitablemente víctimas. Qué será de ella, con su manera de azotar fachas, sólo comparable a la manera de azotar milfs que tiene Pablo Iglesias; con su puñito pulsátil como un muñón ideológico, con su labio fino que a veces le temblaba en la batalla como una tacita de té rooibos en la mano de un general de trinchera; con su Pam como su don Pimpón feminista, grimoso, con algo de payasete pervertido, de espantapájaros risueño con cerebro de paja y pajas. Yo veía a Irene Montero despedirse, quitarse las alas y las galas, como una novia cansada, llovida y enfadada, y quedarse como una Cenicienta con delantalillo de cuadros tras la medianoche, pero sin esperanza. O sea que algo me decía que es para siempre, que se ha quedado sin ministerio como sin posibilidad de príncipe, solterona en diferido de la política, con su ajuar de ramos lilas, menaje obrero de marrón Duralex y plataformas de drag hasta el sobaco como bragueros antiguos, que dan un triste martirologio de rozaduras de beata.

Podemos se está comprimiendo desde el imperio familiar a la furgoneta familiar, como si Zara terminara en el pack de bragas y calcetines a un euro simbólico o sospechoso. O sea que quizá lo suyo sería que Montero se uniera al proyecto audiovisual y adolescente de su santo, al que le falta retransmitir combates de Pokémon. Montero e Iglesias serían algo así como Piqué e Ibai, aspirando a ser influencers de perroflautas como los otros son influencers de pajilleros, aunque por lo visto esto último genera mucho más movimiento y negocio. Montero e Iglesias se unirían de nuevo para terminar románticamente como en una cabaña del fin del mundo, rebelde y desolada, ese Canal Red suyo perdido en las procelosidades del streaming y el aburrimiento, por ahí entre los videntes de la TDT, con bisutería egipciaca y gorro de cotillón, y las modelos de Onlyfans, espatarradas con pompones y fuck machine.

A lo mejor Montero quiere volar sola, ser instagramer todo el tiempo con filtro Valencia, o tuitstar, o como se diga, que ya no sé cómo se llama eso (estrella X le sonaría mal, a porno de colegialas viejas)

Montero podría ser de nuevo pareja artística de Pablo Iglesias, así un poco en plan doña Rogelia feminista. Podría ser reportera, a lo Caiga quien caiga, acompañando a Lilith Verstrynge, que es un poco teleñeco reportero. O podría ser la versión revolucionaria de Mocito Feliz, y salir con portadas de la prensa facha colgadas en un abrigo, mejor si es un abrigo tan turbio como el de aquel friki, tras el que uno se imaginaba pelucas de la madre. Pero a lo mejor Montero quiere volar sola, ser instagramer todo el tiempo con filtro Valencia, o tuitstar, o como se diga, que ya no sé cómo se llama eso (estrella X le sonaría mal, a porno de colegialas viejas). Pero hay frases y memes buenos para bio, para story, para reel, y hasta para directos locos, como eso de “que viva la furia trans” que tuiteó el otro día, que a mí me parece exigente y eufónico como el “I want my MTV”, y casi tan prometedor. Se acaba el ministerio pero queda el mundo con todas las posibilidades para su talento y su fondo de armario.

Sí, me pregunto qué hará ahora Irene Montero, que Sánchez la acaba de tirar de la carroza con la ventolera de sus carcajadas. Montero, reina breve o imposible de su cabalgata, como esas reinas de la primavera absurda de una ferretería del pueblo, ve que tras ella ya no queda ni siquiera el tuba gordo o el bombo gordo que cierra la banda como un elefante cierra el pasacalles del circo. No, sólo está el camión de los barrenderos, con luces y pitidos de una emergencia ridícula, la de recoger el confeti, las lentejuelas y las colillas de un reinado que todo el mundo acaba de olvidar. Diría que Irene Montero ya sólo está para barrer o para llorar, y más que de tuitstar o streamer yo la veo protagonizando una telenovela de pobrecita o de cieguecita. Yo la miraba el otro día, despidiéndose arrebujada en su chaquetita o rebequita, que es tópico literario y visual, y ya me la imaginaba entre las cañas de azúcar del cacique.