Mientras Félix Bolaños (flamante ministro de Justicia) se reunía con Vicente Guilarte, Sumar, que forma parte del Gobierno, le presentaba una querella por prevaricación al presidente del CGPJ. A él y a otros ocho miembros del Consejo, situados en el llamado sector conservador, por haber firmado una declaración contra la ley de amnistía, ahora en tramitación en el Congreso.
Esta falta de sintonía o descoordinación entre el número dos de facto del Gobierno y el partido con el que comparte el PSOE el Consejo de Ministros ilustra con nitidez la extrema dificultad que va a tener Pedro Sánchez para llevar a cabo sus planes durante la presente legislatura.
Aunque Sumar no es Podemos, el partido liderado por Yolanda Díaz necesita marcar agenda propia si no quiere diluirse en las próximas citas electorales. Más aún cuando en su seno sigue cobijando al partido de Irene Montero, Ione Belarra y Pablo Iglesias, humillados por su salida del Ejecutivo y velando armas de cara a las elecciones europeas de la próxima primavera.
Sánchez, ya investido, cree tener margen de maniobra para presentarse ante la sociedad como un político sensato que huye de la crispación. Se lo relató el jueves a los periodistas en el avión que le trasladó a Tel Aviv. Sabedor de la importancia que tiene poner nombre a las cosas, bautizó la situación de crispación que vive España como "polarización asimétrica". Y lo explicó. Para él, el culpable de la tensión es el PP, que se está dejando comer el terreno ideológico por Vox. Y puso como ejemplo que Isabel Díaz Ayuso le llamara "hijo de puta" desde la tribuna de invitados del Congreso durante la sesión de investidura, y las acusaciones lanzadas por dirigentes populares, incluido Núñez Feijóo, sobre su falta de respeto a la separación de poderes como constatación de que vamos a una dictadura.
El Gobierno trata de dar marcha atrás de una dinámica que el propio Sánchez ha alimentado desde Moncloa. ¿Acaso se olvida el presidente de que una de las vigas maestras de su discurso de investidura fue la "construcción de un muro" contra la intolerancia, frontera tras la que colocó a la mitad de los españoles? No, señor presidente. La crispación, como mínimo, ha sido muy simétrica. Y, desde luego, su origen no está en un efecto contagio de Vox al PP, sino en una decisión tan polémica como haber pactado cambiar impunidad por votos. ¿Es que no se imaginaba Sánchez que amnistiar a Puigdemont iba a crispar a la sociedad y enervar a la Justicia en pleno?
El presidente que ha prometido crear un muro frente a la derecha le achaca ahora a la derecha la crispación. Sus dotes diplomáticas son más que dudosas. No hemos hecho más que empezar la legislatura y ya tenemos un problema con Israel.
Probablemente lo que no esperaba el presidente era la dimensión de la movilización social que ha provocado su cesión ante los que pretendieron dar un golpe institucional contra la Constitución. Un pacto que ha concitado la unanimidad de las asociaciones de jueces y fiscales, y que ha llevado a las calles de toda España a millones de ciudadanos, no sólo de derechas, sino también de izquierdas.
El precio por la investidura -los siete votos de Junts- ha sido muy alto y ahora toca asumir sus consecuencias, que, a diferencia de lo que ocurrió con los indultos, son de largo recorrido y van a provocar fuertes tensiones en la Justicia, con la oposición y también entre los socios del Gobierno.
Un ejemplo palmario de ello lo tenemos en la decisión de Juan Carlos Campo -ex ministro de Justicia- de abstenerse en un recurso presentado contra la todavía non nata ley amnistía. Más importante aún que el hecho de que uno de los magistrados progresistas no vaya a votar a favor en el pleno del Tribunal Constitucional cuando se produzca la discusión sobre la ley, es que el argumento de Campo, proteger la apariencia de imparcialidad de la institución, deja en muy mal lugar a dos de sus compañeros: Cándido Conde Pumpido y Laura Díez. Ya hemos contado en estas páginas porqué el presidente del TC y la catedrática de Derecho Constitucional recientemente incorporada al Tribunal deberían seguir los pasos del ex ministro. No voy a ahondar en ello. Pero es evidente que el paso dado por Campo les pone entre la espada y la pared. ¡Ojo! Conde Pumpido podría forzar a Campo a mojarse con su voto si propone rechazar su abstención y esa propuesta es apoyada por la mayoría del TC. Cosa que es perfectamente posible. No quiero imaginarme al ex ministro sometido al dilema de votar en conciencia o ceder a las presiones de sus afines ideológicos.
Así que la ley de amnistía, la joya de la corona de la negociación entre Puigdemont y el Gobierno, va a seguir dando que hablar durante mucho tiempo. Como también otras cesiones, no tan relevantes, pero sí importantes, como la condonación de deuda del FLA (Fondo de Liquidez Autonómica), o la "cesión integral" de los trenes de cercanías a la Generalitat, ambas consecuencia del pacto con ERC.
Y eso que todavía no ha comenzado el carnaval de las reuniones en Suiza con mediador internacional incluido, figura que Sánchez ha justificado por las "enormes diferencias y la desconfianza que separan a Junts del PSOE". Vamos, que no se fían de él. Estas reuniones, que, aunque secretas, siempre acabarán siendo conocidas por el público, nos van a dar mucho juego. Si no, al tiempo.
Sin olvidar el ruido de las comisiones de investigación solicitadas por los independentistas para sacarle los colores a la Policía, a la Guardia Civil, al CNI y a los jueces. Otro circo que nos va a dar mucho entretenimiento a los medios. No creo que tengan consecuencias efectivas, más allá de las burradas que se digan en sede parlamentaria. Pero eso habrá que apuntárselo a la "polarización asimétrica".
Aburrirnos, no nos vamos a aburrir. Por mucho que el Gobierno quiera enfriar el partido, eso es difícil si uno tiene en su alineación a los elementos más leñeros de la política española. Empezando por el capitán del equipo.
Sánchez, el pacificador, nunca ha brillado por sus cualidades diplomáticas. No hemos hecho más que comenzar la legislatura y ya tenemos un problema diplomático con Israel. No me digan que esto no promete.
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