Marlaska no quería seguir como ministro, se sabe quemado, casi achicharrado por tantas polémicas y decisiones contrarias a lo que él había defendido como juez. Mucho antes de que Francina Armengol dictara fecha para la investidura de Sánchez, ya estaba recogiendo sus cosas del despacho. Su secretaria fue a comprar grandes bolsas para tirar lo innecesario y buscó cajas para llevarse los recuerdos más queridos, mientras la trituradora de papel destruía sin cesar infinidad de documentos personales que no eran del interés del siguiente que ocupara su puesto. Se cerraron las cajas y se dejó el despacho impoluto para quien viniera con la cartera del Ministerio del Interior.

Estaba seguro de su sustitución porque se lo había pedido varias veces, incluso como favor personal, al presidente Sánchez, y este siempre le dijo “después de las elecciones lo que quieras”; por lo tanto, se iba. Su intención era, y sigue siendo, dejar pasar unos años y volver a la judicatura en un lugar cómodo, como el Tribunal Constitucional, por ejemplo.

Tan seguro estaba de su marcha, que Fernando Grande-Marlaska había convocado una cena en su casa para la noche del viernes 17 de noviembre a la que invitó a sus mejores amigos durante estos 5 años en el ministerio. El atractivo apartamento de lujo en Malasaña iba a ser el escenario de su despedida entre copas, abrazos y felicitaciones por “librarse de este yugo de lo público”, como él decía en ocasiones.

Pero todo cambió en pocas horas. Sánchez tenía en mente el sustituto de Marlaska y éste le dijo que no por motivos personales. Le propusieron otros nombres, entre ellos el de la ex delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, pero no quería rebajar el nivel, pasar de un magistrado de prestigio a una simple periodista del partido era demasiado. Es entonces cuando le vuelve a pedir a Marlaska que se quede un tiempo más, él le recuerda la promesa de meses anteriores, pero finalmente acepta pensarlo con detenimiento y le dará una respuesta en 24 horas. Es en su casa cuando toma la decisión, tras contarle lo ocurrido a su marido, Gorka Arotz. Es él quien le convence para que se quede como ministro y es la persona que mejor le conoce.

Han bastado cinco años de ministro para perder todo el prestigio que cosechó durante décadas como juez

Marlaska, que sufrió tanto en casa cuando confesó su homosexualidad y su madre dejó de hablarle durante seis años, tiene un objetivo profesional en la vida, y es conseguir cargos de relevancia social que compensen una vida personal tan difícil. Estuvo en las quinielas para Defensor del Pueblo y Fiscal General del Estado sustituyendo al mejor que tuvimos en décadas, José Manuel Maza, siempre propuesto por el PP.

Más tarde cuando Sánchez le llamó se apresuró a decir “yo siempre he sido progresista”, la palabra que lo justifica todo. En aquellos años el juez Marlaska tenía prestigio y la medalla de honor de las víctimas del terrorismo, medalla que luego le retiraron por traicionar a las víctimas. Les repitió una y otra vez que no habría acercamiento de presos etarras con delitos de sangre y no solo se les ha acercado, sino liberado de prisión con la colaboración del Gobierno Vasco.

Poco imaginábamos que alguien a quien ETA quería asesinar y estaba en su lista de objetivos, iba a ser el mejor ministro del Interior de la democracia para Bildu y sus presos. El resto es de todos conocido, enfrentamiento constante con los derechos de guardias civiles y policías, expedientes de empleo y sueldo a los que le critican públicamente o la obsesión enfermiza contra el coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos para hundirle la carrera profesional por no obedecerle a sus exigencias de interés político.

Han bastado cinco años de ministro para perder todo el prestigio que cosechó durante décadas como juez. Ni los veinte muertos en la valla de Melilla mientras felicitaba a los gendarmes marroquíes, ni los gases usados contra manifestantes en Ferraz pueden con él porque es como Sánchez, capaz de todo por ocupar un puesto de poder que llevaba persiguiendo al menos desde hace veinte años.

Qué tendrá el poder, o el coche oficial, el despacho de ministro o el Falcon, que es capaz de cambiar tanto a algunas personas antes honestas para convertirlas en simples títeres de un presidente tan felón como el que hoy ocupa la Moncloa.

A Sánchez lo han sacado de la Moncloa como por un tubo, por una esclusa, por un pasillo sellado y […]