A Sánchez lo han sacado de la Moncloa como por un tubo, por una esclusa, por un pasillo sellado y extensible, como si sacaran a E.T. moribundo, hasta dejarlo en el mitin de Ifema, un mitin estanco, presurizado, puro PSOE sanchista con olor a ozono y zumbido de fluorescente. Sánchez es ya un presidente burbuja, enfermizo y ensimismado, como un Michael Jackson yendo directamente de la cámara hiperbárica al lugar del espectáculo, sin ver el sol. Sánchez, que no puede pisar la calle, va como de submarino en submarino, de su búnker al Congreso, o a las guerras en las que se presenta como en un safari con mosquitera, o a estos mítines con atmósfera de laboratorio y socialistas dummies traídos de los pueblos como en camiones de colchones. El sanchismo es esa cosa cerrada, bien atornillada, bien soldada alrededor de una cabeza que no puede respirar en este planeta, que a Sánchez sólo le falta ir con escafandra. Estos mítines se montan para dar moral, pero no sé si da mucha moral ver al líder llegar en un pulmón de acero, o en un estanque, como un pulpo, sabiendo que fuera de allí sus argumentos y su morfología se espachurran.
En Ifema, catedral de azafatos, velódromo de comerciales, necrópolis del cubículo, Sánchez se ha montado un mitin fiesta, que un simple mitin parecía demasiado soso cuando lo que pide el momento es alegría para el cuerpo, juerga y hasta mambo, que dirían los indepes. Pero ya digo que el sanchismo es una cosa cerrada sobre sí misma, así que la fiesta siempre remite a una fiesta privada y triste, como la de ese niño fotofóbico de gente y de verdad que es Sánchez, y que se monta una fiesta con muñecos como todos los niños solitarios. Cuantos más muñecos, más solo está el niño, y en esta fiesta había muchos muñecos y hasta muchas banderas, que son como cuando el niño suma manteles con comidita invisible. Quiero decir que las ganas de fiesta son inmediatas en Sánchez, que está con los pies y las caderas muy sueltos desde la noche electoral, pero no en el PSOE. Sánchez es muy creíble cuando baila sobre las tumbas, sobre las leyes y sobre las promesas, pero cuando el PSOE quiere bailar con él lo que parece es gente con convulsiones o con colocón, el baile de san Vito.
En Ifema, con ambientación de visita del Papa o concierto de Xuxa, Sánchez se ha montado un mitin fiesta para transmitir alegría, calma y doctrina, y hasta ha llevado a Zapatero, que suena a cuenco tibetano o a secta de la lejía. Lo que ocurre es que, llegados a este punto, la doctrina es imposible en el sanchismo. La única doctrina es Sánchez, como la doctrina del gurú con chanclas y huevera sueltecita bajo la túnica es el gurú con chanclas y huevera sueltecita bajo la túnica. Es imposible dar argumentos sabiendo que todo puede cambiar con el capricho o las necesidades del gurú, que lo mismo ordena un ayuno, una orgía o el suicidio. Hay poco que argumentar aquí, más que la fe en el líder o en el negocio del líder, que tampoco hace falta ser creyente para recoger el donativo piadoso o apuntarse a la orgía de beatas desenfrenadas.
Sánchez ordena amnistía y se defiende la amnistía, y ordena fiesta y el personal baila poseído de coreomanía, que es como se llama eso del baile de san Vito, del que aún se desconoce si fue moho alucinógeno o flipe colectivo"
Sánchez ordena amnistía y se defiende la amnistía, y ordena fiesta y el personal baila poseído de coreomanía, que es como se llama eso del baile de san Vito, del que aún se desconoce si fue moho alucinógeno o flipe colectivo. La doctrina, desde la escolástica, no es más que el circunloquio que se arma para justificar lo que ya se ha decidido creer y, sobre todo, lo que se ha decidido hacer, desde levantar imperios a quemar a gente por los pies. Así que lo que nos diga Sánchez intentando contagiarnos con su vacile de sábado noche, o lo que nos diga Zapatero intentando contagiarnos de su hambre de faquir, esa ascética virtud de comerse cristales y mierdas, no tiene que ver con la lógica sino con la ortodoxia.
Ahora, ser socialista es ser sanchista, y no hay otra. Se traga con la amnistía, se traga con la categoría de juez facha, se traga con la abolición de la igualdad y de la separación de poderes, y claro que se baila, pero se baila embotado, se baila con fatiguitas, se baila con el palo de la bandera atravesado como una banderilla gastronómica o taurina. Nadie cree a Sánchez, ni en su propio partido ni en su propio colchón, ni falta que hace.
A Sánchez no es necesario rebatirlo porque ya se rebatió él solo, y por si eso fuera poco además lo rebaten sus propios socios, que no quieren saber nada de convivencia ni de reconciliación, sino sólo de lo suyo. A Sánchez lo rebaten hasta sus nuevos ministros, que ya han escuchado a Óscar Puente, un personaje digno de La víbora negra, la serie de Rowan Atkinson antes de inventar a Mr. Bean. Puente ha desandado el caminito de Sánchez yendo de la dudosa virtud a la descarada necesidad, y además nos ha traumatizado con la imagen de Puigdemont haciéndole un bombo a Sánchez como un señorito a una lavandera. Quizá era un bombo, ya digo, de caravana mirando a Cuenca, que el verdadero gurú, el verdadero líder, va a ser Puigdemont.
El sanchismo ya no puede respirar fuera del sanchismo, que no es sólo un concepto sino una campana hermética. El sanchismo sólo puede respirar en su búnker de la Moncloa, en su acuario comprado del Congreso o en estos mítines adonde Sánchez y los socialistas tienen que llegar recubiertos de goma y plomo, como si atravesaran Chernóbil. El sanchismo sólo puede respirar donde no importen la verdad, la lógica, el derecho ni la moral. Sánchez tendrá que ir de mitin en mitin, de pecera en pecera, de esclusa en esclusa. El PSOE ahora parece un almacén de bombonas de hombre rana. Y si se imaginan a un hombre rana bailando, así baila ahora el PSOE. Bailan incómodos, bailan envarados, bailan blandos, bailan ridículos, bailan fumados, pero bailan. No van a dejar de bailar, ni de creer, ni de soñar con el Cielo progre, aunque sea un cielo como el de mirar a Cuenca desde el camastro del gurú, antes del ayuno redundante o antes del suicidio idiota.
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