En la mitad más pobre del mundo invertir recursos públicos en I+D agrícola podría generar unos beneficios impresionantes a un coste muy moderado. Como hemos expuesto en este capítulo, la innovación ha tenido un papel muy destacado en el aumento de la producción alimentaria y la reducción del hambre en el mundo. En efecto, el artículo académico confirma que la inversión en I+D conduce a un aumento de la eficiencia en la producción alimentaria, lo que empuja los precios a la baja mientras se reduce el número de personas malnutridas.
No obstante, en la mitad más pobre del mundo, la inversión en I+D agrícola lleva más de un siglo de retraso. Casi la totalidad de la financiación para I+D agrícola corresponde a los países ricos.
Casi la totalidad de la financiación para I+D agrícola corresponde a los países ricos
El principal motivo es que las grandes granjas de los países ricos, cuyos derechos de propiedad están garantizados por ley, pueden permitirse el gasto que representa adquirir tecnologías muy caras, pero rentables, como las nuevas variedades de semillas. Tienen amplio acceso al conocimiento científico, a la financiación y a la infraestructura agrícola para adoptar cualquier innovación. Mientras que los agricultores de los países de rentas bajas y medias-bajas sólo pueden acceder a una pequeña parte de esos recursos.
En consecuencia, los países pobres reciben un porcentaje muy pequeño de la inversión global en tecnología agrícola. En 2015, el 80 por ciento de la financiación destinada a I+D agrícola fue para los países de rentas altas y medias-altas, mientras que los países de rentas medias-bajas recibieron casi todo el 20 por ciento restante. Apenas se destinaron recursos a la agricultura de los países más pobres del mundo.
Ésta es una de las razones por las que para los países pobres la primera Revolución verde fue mucho menos beneficiosa que para los demás. Al contrario, la innovación tecnológica, junto con los fertilizantes y la irrigación, han ayudado mucho más al mundo desarrollado. De 1961 a 2021, las cosechas de cereales de los países de rentas altas se triplicaron, mientras que las de los países de rentas bajas tuvieron un incremento mucho más modesto, de sólo el 60 por ciento. El problema no es que los países pobres no puedan producir más alimentos, sino que carecen de la inversión tecnológica necesaria para poder hacerlo.
Si los gobiernos canalizaran la inversión en innovación hacia los países más pobres, la medida podría marcar una diferencia importante. Los economistas especializados en agricultura con los que he trabajado creen que la I+D es la intervención que por sí sola podría generar los mayores beneficios por dólar gastado.
La principal razón es que una única innovación tecnológica es capaz de ayudar a millones de agricultores, y con gran eficiencia. Por ejemplo, encontrar una semilla de alto rendimiento mejora la producción agrícola en cualquier lugar donde esa planta pueda crecer bien. Además, la innovación también acaba dando sus frutos cuando otras partes del sistema no funcionan tan bien: incluso si la cobertura de la irrigación o la mecanización es muy limitada, plantar mejores semillas siempre significa obtener mejores cosechas.
Para ayudar al Sur Global, la inversión adicional en I+D —incluida en el gráfico 7.9 al lado de su evolución histórica— debería canalizarse por cuatro vías diferentes. Primero, para mejorar en todo el mundo la seguridad alimentaria, la situación de pobreza y los servicios al ecosistema, el dinero tendría que estar destinado a centros internacionales de fomento de la investigación, la técnica y la legislación; a efectos prácticos, significaría la continuación a escala internacional de la primera Revolución verde. Estos centros ya existen y se conocen por el acrónimo CGIAR.
En segundo lugar, el artículo académico reclama que la inversión provenga de organismos nacionales de investigación agrícola. Este punto es de vital importancia, porque estos organismos suelen llevar a cabo investigaciones muy relevantes en el ámbito local para mejorar la eficiencia agraria en países concretos. Sin su implicación, será muy difícil crear soluciones a medida de la climatología y el contexto local.
La innovación también acaba dando sus frutos cuando otras partes del sistema no funcionan tan bien
La tercera inversión sería más pequeña, y estaría destinada a las innovaciones que incrementen la eficacia de las dos primeras vías. Por ejemplo, obtener mucho más rápido y a menor coste la secuenciación del ADN de las plantas. En cuarto lugar, para mejorar las opciones que los consumidores tienen a su disposición en los países en vías de desarrollo, la inversión debería estar destinada al sector privado.
Como resumimos en la tabla 7.1, para calcular el efecto de las inversiones en estas cuatro áreas diferentes, los autores del artículo usan el modelo IMPACT. Este modelo ha demostrado su fiabilidad en numerosas ocasiones, y puede generar resultados físicos (como mejorar el rendimiento), efectos económicos en los productores (como mayores ingresos para las granjas), impactos en el consumidor (como una bajada del precio de los alimentos y de la tasa de malnutrición) y otras consecuencias generales (como un PIB más elevado). Los beneficios computados corresponden al aumento de los ingresos de los agricultores, que podrían producir más, y a las ventajas que obtendrían los consumidores, porque pagarían menos.
Por supuesto, cada vez que se añade una de estas cuatro vías de financiación, el coste total del paquete asciende, pero también aumentan los beneficios. Estos beneficios ayudarían a los agricultores, que podrían producir más alimentos y, por consiguiente, obtener unos ingresos totales más elevados, así como ayudar a los consumidores, que podrían adquirir más comida, y a un coste menor.
Tabla 7.1. Costes y beneficios en miles de millones de dólares y ratios coste-beneficio del incremento de la I+D agrícola, 2023-2056
Con un aumento de la inversión del 30 por ciento en el sector privado de los países en vías de desarrollo, el paquete completo costaría 74.000 millones de dólares durante un período de treinta y cinco años. Esta cifra equivale a un incremento anual de 5.500 millones de dólares.
No obstante, esta inversión podría generar en beneficios un total de 2,45 billones de dólares; una espectacular ganancia de 33 dólares por cada dólar invertido. Como mostramos en la tabla 3.1, por año equivaldría a 184.000 millones de dólares de beneficio.
Antes de 2056, en comparación con mantener el nivel de financiación actual, esa inversión adicional en I+D en los países en vías de desarrollo aumentaría la producción agrícola un 10 por ciento y reduciría los precios de los alimentos un 15 por ciento.
Además, esta medida permitiría que muchísimas personas recibieran los alimentos que necesitan para vivir. Como muestra el gráfico 7.10, cada nueva vía de financiación reduce aún más el índice de malnutrición. El paquete completo nos acercaría a la práctica consecución del nuevo objetivo de los ODS, reducir el hambre al 5 por ciento en 2030, y abriría la puerta a recortar aún más su incidencia para mediados de siglo.
Es probable que esa I+D adicional también impulse el PIB al alza, pero por precaución académica no se ha incluido ese factor en los beneficios computados en la tabla 7.1.
Según las estimaciones, el paquete completo podría aumentar el PIB de los países en vías de desarrollo unos 2,2 billones de dólares en 2036 y 13,7 billones en 2056; es decir, un aumento de la renta per cápita del 2 y el 6 por ciento, respectivamente. Si se calcula la ratio coste-beneficio a partir de ese incremento del PIB, las RCB de cada paquete serían ocho veces más elevadas; un dato que resulta sorprendente.
Además, gracias a la mejora de la eficiencia, esa I+D adicional reduciría las emisiones globales a la atmósfera en más de un 1 por ciento.
Una oportunidad para erradicar (prácticamente) el hambre
En cuanto a la I+D agrícola, los líderes mundiales tienen a su disposición una política que podría marcar la diferencia. Invertir 74.000 millones más mejoraría el bienestar de los agricultores y consumidores en 2,5 billones de dólares, al mismo tiempo que 130 millones de personas dejan de sufrir desnutrición antes del año 2030.
Con sólo un pequeño incremento de la inversión, además de extender los beneficios de la Revolución verde a las próximas décadas, los líderes mundiales pueden salvar a más de cien millones de personas de morir de hambre
Esta política también es mucho más barata que las previsiones de los expertos. La FAO ha calculado que vivir en un mundo en el que sólo el 5 por ciento de las personas pasen hambre requeriría invertir 340.000 millones de dólares anuales entre 2016 y 2030, lo que equivale a un total de 5 billones de dólares (FAO, 2015, 11). Además, para aumentar el PIB hasta un nivel que garantice que menos del 5 por ciento de la población pasa hambre, la FAO recomienda una inversión adicional de 1,9 billones de dólares anuales, la mayoría destinados a los sectores no agrícolas (FAO, 2015, 21-27). A todos nos encantaría poder hacer algo así, igual que queremos menos recesiones y más crecimiento económico, pero resulta difícil imaginar que haya 28 billones de dólares perdidos por ahí para financiar esta medida de la FAO.
En cambio, la financiación de la I+D agrícola está a punto de hacer realidad ese mismo objetivo del 5 por ciento, y con sólo 74.000 millones de dólares de inversión adicional. Y puede generar mucho más crecimiento económico por cada dólar gastado. En el proceso, la inversión no sólo conseguirá que los trabajadores agrícolas sean más productivos, sino que también permitirá que muchas más personas sean productivas e innovadoras en otros sectores. Habría más comida, precios más bajos y menos personas pasando hambre.
Esta política aplica la misma fórmula milagrosa de innovación y crecimiento que permitió a gran parte de la humanidad escapar de las hambrunas. Con sólo un pequeño incremento de la inversión, además de extender los beneficios de la Revolución verde a las próximas décadas, los líderes mundiales pueden salvar a más de cien millones de personas de morir de hambre.
Extracto de Lo que sí funciona: Las 12 soluciones más eficientes para erradicar la pobreza y alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, publicado por Deusto.
Bjorn Lomborg es un académico, escritor y activista medioambiental danés. Es presidente del Copenhagen Consensus Center, un think tank que reúne a los mejores economistas del mundo —entre ellos, siete premios Nobel— para investigar, definir y fomentar las soluciones más efectivas para los grandes problemas mundiales. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Copenhague, ha sido profesor visitante de la Copenhagen Business School. Es también autor de los bestsellers El ecologista escéptico (Espasa, 2003) y Falsa alarma (Antoni Bosch, 2021).
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