Por supuesto, Sánchez le ha dado a Bildu la alcaldía de Pamplona, que era algo que hace poco se jactaba de no haber hecho o de no ir a hacer. O sea, que era la última o quizá la única prueba que quedaba de su decencia y la tenía que destruir pronto, para proteger su reputación. Parecía que no, pero todavía estaba ahí esa mancha, esa vergüenza, esa cosa que había dicho Sánchez y que aún se mantenía cierta e intacta, como la promesa de algún caballero antiguo con palabra, bigotito y florete finos y rectos igual que manecillas de reloj (los que practican esgrima parece que dan una hora de campanario con sus poses y muecas).
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