La perra gorda es una moneda de pobre y de folclórica que ya llevaba mucho tiempo rodando, como la falsa monea de la copla, por los cafetines y las mancebías del sanchismo, hasta que Sánchez la ha arrojado sobre el Congreso y sobre Feijóo con desprecio, como sobre un platillo de artista callejero. La perra gorda, moneda limosnera, yo creo que se la pasó a Sánchez, ya desgastada y con temperatura de mano blanda y sudada, el propio Puigdemont. Y Sánchez, para quitarse la peste a limosna y el hollín de la propinilla de Puigdemont, se la ha soltado a su vez a Feijóo, que es una manera de tratarlo como al limpiabotas. Yo creo que todo lo que pasa ahora con la reunión de Feijóo, la prisa o el protocolo que hay de repente alrededor de esta reunión con Feijóo, que ni le sirve a Sánchez ni a Feijóo, viene de esta necesidad de Sánchez de quitarse de encima la mugre y la calderilla de criado que le dejan sus socios cada día. Sánchez necesita recibir a alguien igual que recibe Puigdemont, o sea entre Herodes y Cleopatra, a la vez temible y voluptuoso. Lo que se hable es lo de menos.
Así que Sánchez, como el franquista de medio pelo, viene rebotado de humillaciones y gorrazos del escalafón y busca un tieso, un desgraciado, para poder sentirse príncipe de los cafés o de las sombrererías. O sea, busca a Feijóo
La perra gorda, dinero de carbonero, achicoria de cobre, oro de moho, no es un precio ni una moneda sino el material de toda una época, como la cretona. Sánchez ha escogido con mucho tino la perra gorda, que es incluso más pobre que la perra chica, la penuria abultada de su lujo triste. Sánchez tiene ya refranero y modos de estraperlista de posguerra, de personaje de La Colmena, con su miseria de poder y de papada extendiéndose sobre el café con leche para dar envidia a los tísicos y a los muertos de hambre. A Sánchez lo humillan en Europa sus colegas y lo humillan en el Congreso sus socios, un poco como al personajillo del franquismo lo humillaban quizá también en el Pardo o en Gobernación (ya hablaba yo ayer del Pardo como nueva analogía del sanchismopuigdemontismo). Así que Sánchez, como el franquista de medio pelo, viene rebotado de humillaciones y gorrazos del escalafón y busca un tieso, un desgraciado, para poder sentirse príncipe de los cafés o de las sombrererías. O sea, busca a Feijóo.
La perra gorda, que originalmente no era una perra sino un león mal dibujado y arenoso, y que luego fue otra cosa, era como el dinero que hacía pobres a los pobres y ricos a los ricos, o sea el dinero que dejaba en su sitio la cosa, el estatus, el propio franquismo. Es una moneda de pobre y de folclórica, ya digo, porque es una moneda de clase. En Morena clara, de 1954, Fernando Fernán Gómez casi se muere de risa norteña y antinatural cuando Lola Flores le cuenta un chiste no sobre una perra gorda, sino sobre una perra chica, pero que sirve igual. El chiste era más que un equívoco semántico, era un pacto entre clases: a través de él, el fiscal condesciende y se humaniza, y la gitanilla comienza su camino de redención, que es el de la sumisión al casticismo y a la autoridad, o sea al Régimen.
Es fácil decir que Sánchez busca humillar, como todos los que son humillados, y es evidente que ahora sólo puede humillar a Feijóo, esa novia plantada con todo su ajuar de pueblo el día de las elecciones. Sólo queda Feijóo, que a Vox Sánchez lo aprecia demasiado para avasallarlo, y los demás son sus socios, socios ante los que se presenta guapo y amordazado como en una fantasía bondage. Pero ya he dicho aquí que a Sánchez en realidad no se le puede humillar, al menos mientras tenga su Moncloa como una casita de Barbie. Sin embargo, yo creo que Sánchez sí busca ese humanizarse al condescender, que es una fantasía aún más narcisista porque permite ejercer el dominio a través de la piedad, como los fiscales, las damas de caridad o los estraperlistas folclorizados de Franco.
La perra gorda, que yo me imagino rodando desde Ginebra como una bola de nieve, se la ha arrojado ahora Sánchez a Feijóo, no dándole la razón sino ninguneándolo, que es lo que significa la expresión y lo que ha hecho Puigdemont con nuestro presidente de casita de muñecas. Ese gesto de ninguneo o de superioridad recibido de Puigdemont es el que quiere devolver Sánchez lo antes posible, de ahí esta inaudita prisa por reunirse con Feijóo como por buscar un pobre para Nochebuena. La benévola condescendencia es la verdadera prueba de la posición, de ahí esa insistencia en la normalidad institucional, en la “mano tendida”, mano tendida con perra gorda o con chincheta. Pero no hay nada normal ni institucional en Sánchez, en todo lo que está haciendo Sánchez. Y esto es lo que no conviene olvidar cuando te invita a su mesa de Drácula con toda la normalidad institucional de Drácula.
Claro que Sánchez quiere recibir a Feijóo, o a Ferreras, o a quien sea, ahí en la Moncloa como en su piscina abisal de Mirós, que para algo ha costado tan caro el picadero. Es lo que se ha llamado toda la vida farol o deslumbramiento de poder, y lo único que le queda a Sánchez, el palacete con ecos, enceradores y cocineras, porque el verdadero poder lo ha entregado a los enemigos jurados de España y de la democracia. Sí, todo debería ser normal pero nada es normal; todo debería ser protocolario e institucional pero, sin embargo, se convierte en el blanqueamiento de un personaje que no respeta nada salvo el lugar que debe ocupar su trono, trona o colchón.
Sánchez no va a acordar nada con un Feijóo que ahora no tiene nada y por tanto no le sirve de nada, salvo de pimpampún o frontón (Sánchez lo acusará, según la vieja ley de la propaganda, de hacer lo que hace él: despreciar la democracia, incumplir la Constitución y fomentar el odio y el enfrentamiento). Feijóo tampoco gana nada, pero ya saben que él tarda tiempo en darse cuenta de las cosas. De momento, lo que ha conseguido Feijóo es trasladar la reunión o la humillación de la Moncloa al Congreso. Eso también le sirve a Sánchez, que seguro que se hace abrir la Puerta de los Leones, esos leones que ya parecen un par de perras gordas.
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