Ya ha dicho por fin Sánchez que se va a reunir con Puigdemont, y con Junqueras, y todas las veces que haga falta, que el independentismo llama a nuestro presidente como antes Franco llamaba a la gente al Pardo, a una merienda inexcusable y peligrosa con reojo y crucifijo, y a la que nadie podía negarse (no como el impío Feijóo, que se niega a ir a la Moncloa, que ya es otro palacio de El Pardo con discoteca en vez de capilla). Umbral recordaba que a Ramón Gómez de la Serna lo invitaron a uno de estos encuentros en las cumbres mesacamilleras del franquismo y se fue a buscar por el Rastro un frac, como unas alas de ángel bajito, a la altura de la mantequillera de plata, como un altarcito, del matrimonio nacionalcatólico de El Pardo. Yo me imagino la reunión de Sánchez y Puigdemont un poco así, con el presidente con galas de embajador de una talla equivocada, como Cantinflas de embajador, y galas de suegro tirano para Puigdemont, recibiendo en batín, que así son los caudillos, campechanos pero acojonantes, con esas graves conversaciones removiendo la cucharilla del café o podando en el invernadero que parecen todas conversaciones sobre tu asesinato.

Sánchez claro que se reunirá con Puigdemont, más le vale. Nuestro presidente ha recibido el sobre Vaticano o la Mancha Negra de parte de ese Richelieu de los maleteros y poco más se puede hacer. Y no habrá una sola reunión, así simplemente para hacerse el cuadro de Napoleón con alzas que siempre ha querido Puigdemont, sino que se reunirán “varias veces”, las que hagan falta. No debe de estar tan claro ni tan fácil esto de la concordia y el reencuentro, sobre todo porque los indepes siguen diciendo que ellos no quieren ni concordia ni reencuentro, sino lo de siempre, lo suyo, independencia, saqueo, destrozo y venganza. No deja esto nada bien a nuestro pacificador, que sigue pareciendo que sólo ha pacificado su colchón y que no va a pacificar más por mucho que vaya y venga de ver a Puigdemont por esa veredita que no cría yerba, arando la tierra con sus alas prestadas por el frac o por el Falcon, o con la cornamenta gacha y cretomicénica que se está pulimentando al buscar a Puigdemont por Europa.

Sánchez se reunirá con Puigdemont, faltaría más, aunque seguramente esperará a que se apruebe la amnistía para no estar ahí, por Europa, de arriba para abajo, como si persiguiera en calzoncillo blanco a una sueca, que es lo que parece ahora mismo Santos Cerdán cuando va a ver a Puigdemont y éste lo recibe como si fuera Nadiuska (Nadiuska, sin ser sueca, fue nuestra mejor sueca). Ya en España, la sueca, o sea Puigdemont, sólo parecerá la prima del pueblo, y eso le va a quitar peso al asunto, a la calentura y hasta al dinero que nos cuesta la aventura con la sueca. Pero también significará que Puigdemont va avanzando, ganando en sus reivindicaciones, nada más pueda atravesar la frontera con un gran corte de manga ceremonial, lento y pendulón como el bautizo de un trasatlántico. Sánchez también necesita algo que parezca que lo hace avanzar, y por eso no sólo habla de una reunión, sino de varias reuniones, muchas reuniones, y no sólo con Puigdemont sino con Junqueras, al que ya habíamos olvidado, al que siempre olvidamos pero luego vuelve en un susto, como Leticia Sabater. Es ese continuo ajetreo que mantiene no ocupada, sino excusada, a la gente ociosa.

Igual que Puigdemont se está construyendo su reino ficticio y su legitimidad internacional a base de recibir embajadores con jamones y enamorados con boina y vacada, yo creo que Sánchez también se está trabajando su pacificación ficticia con todas estas reuniones con relator o sin relator, con celestina o sin celestina, con futuro o sin futuro. Sánchez es como un tuno que quiere que pensemos que se está trabajando a un ligue que no existe, o que lo tiene sólo de pagafantas o planchabragas. Y eso que estamos viendo que el ligue no deja de dedicarle humillaciones y de ponerlo en su sitio, que es el de sujetacubatas o el de mirón de alcoba. Después de él mismo, nadie desmiente más exacta y cruelmente a Sánchez que los indepes, que están todo el tiempo negándole en la cara su paz de calzonazos y su concordia de infeliz. Claro que tendrá que hacer reuniones, y hasta pícnics, no vayamos a darnos cuenta de que en esa relación no hay ni deseo, ni ternura ni reciprocidad ni progreso, sólo rendición.

Sánchez necesita mantener la ficción de que está seduciendo con constancia y zalamería a esa dura dama de la derecha étnica y tribal, y que así, va a salvarnos de la ira indepe, esa ira como de vikingos bajitos o de curris de Fraggle Rock, en la que parece aún ocupado y ofuscado Puigdemont

Sánchez se reunirá con Puigdemont, por supuesto, y muchas veces. Puigdemont quiere requiebros y peloteo, y ver a Sánchez “mear sangre”, que dijo él sin caer en que Sánchez no gasta de eso y toda la sangre será de España. Por su parte, Sánchez necesita mantener la ficción de que está seduciendo con constancia y zalamería a esa dura dama de la derecha étnica y tribal, y que así, ofreciendo su cuerpo de majo, va a salvarnos de la ira indepe, esa ira como de vikingos bajitos o de curris de Fraggle Rock, en la que parece aún ocupado y ofuscado Puigdemont. Sánchez nos quiere hacer creer que va a domar a la fierecilla sin más que hacer de galán, pero el domado es él desde aquella noche electoral como una noche de boda tribal.

Sánchez y Puigdemont se reunirán mucho, se reunirán aparatosamente, sin discreción (la vergüenza está perdida), se reunirán con protocolo berruguetesco de El Pardo o protocolo obsceno del Versalles de palanganeros que es la Moncloa. Pero ya no hay negociación, que todo está concedido, sino sólo planificación de los tiempos. Sánchez preferiría un tempo lento, pero es Puigdemont el que manda. Y Puigdemont yo creo que aún no se decide entre respetar el ritmo de la realidad, ir paso a paso en sus legitimidades y posibilidades, en la fuerza de los sucesivos hechos consumados que iremos presenciando, o carcajearse viendo la destrucción de su enemigo, de España, aunque eso entorpezca su republiqueta. Aún se lo piensa mientras espera en la mesa camilla, en una mecedora con respaldo de celosía, como un confesionario, a que Sánchez aparezca con frac realquilado, falso o pasado de moda, a hacer la genuflexión y el paripé.

Ya ha dicho por fin Sánchez que se va a reunir con Puigdemont, y con Junqueras, y todas las veces que haga falta, que el independentismo llama a nuestro presidente como antes Franco llamaba a la gente al Pardo, a una merienda inexcusable y peligrosa con reojo y crucifijo, y a la que nadie podía negarse (no como el impío Feijóo, que se niega a ir a la Moncloa, que ya es otro palacio de El Pardo con discoteca en vez de capilla). Umbral recordaba que a Ramón Gómez de la Serna lo invitaron a uno de estos encuentros en las cumbres mesacamilleras del franquismo y se fue a buscar por el Rastro un frac, como unas alas de ángel bajito, a la altura de la mantequillera de plata, como un altarcito, del matrimonio nacionalcatólico de El Pardo. Yo me imagino la reunión de Sánchez y Puigdemont un poco así, con el presidente con galas de embajador de una talla equivocada, como Cantinflas de embajador, y galas de suegro tirano para Puigdemont, recibiendo en batín, que así son los caudillos, campechanos pero acojonantes, con esas graves conversaciones removiendo la cucharilla del café o podando en el invernadero que parecen todas conversaciones sobre tu asesinato.

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