El 20 de diciembre se suceden dos hechos, quizá tres, que darían pie a lo que más tarde se llamaría el proceso de Transición. Uno de ellos es que Santiago Carrillo, que vive en París, recibe una llamada desde Madrid, cosa inaudita, porque jamás nadie se pone en contacto telefónico con Santiago Carrillo desde Madrid.
Su interlocutor, Antonio García López, miembro del posterior partido fundado por el antiguo ex-falangista Dionisio Ridruejo, quería confirmar "que nosotros estábamos en contra del terrorismo y al mismo tiempo para garantizarnos que no habría represalias en Madrid porque el Ejército había tomado las medidas necesarias para impedirlo", según el entonces líder del Partido Comunista de España (PCE). Es muy probable que García López se hubiera puesto en contacto con algún muy alto responsable de los Servicios de Información que en ese día estableció numerosísimos contactos con los distintos representantes políticos para mantener la calma en todos los sectores.
El segundo hecho, cuyo 50 aniversario se conmemora hoy, es que el almirante Carrero Blanco, a la sazón presidente del Gobierno, ha saltado por los aires, herido de muerte, dentro de su coche. Un comando de la organización terrorista ETA, ha tenido la "suerte" o quizá la "facilidad" de actuar libre e impunemente en pleno centro de Madrid durante más de un año, y ha hecho estallar bajo el Dodge Dart del almirante tres cargas antitanques equivalentes a cincuenta kilos de dinamita.
En una España acostumbrada a dar por hecho que el régimen es una estructura todopoderosa e imposible de derribar y prácticamente inalterable, este magnicidio resulta muy difícil de asimilar. Aunque nadie lo dijera, la mera vida de Franco sostenía su obra con su sola existencia. Todos los demás eran meros acompañantes del Caudillo.
Por eso el almirante Carrero hacía sistemáticamente el mismo recorrido a la misma hora todos los días del año. A las 8,55 de la mañana salía invariablemente del portal de la calle Hermanos Bécquer donde vivía, subía a su coche oficial, enfilaba la calle López de Hoyos en su comienzo, entraba en la calle de Serrano y allí se paraba para oír misa en la iglesia de los Jesuitas.
Su coche, naturalmente no estaba blindado -ese fue hasta el día del asesinato de Carrero, un privilegio solo destinado a Franco-. Con él viajaban, además del chófer, un policía. Detrás de su coche iba otro que entonces se llamaba "de respeto", un acompañamiento más de cortesía que de seguridad.
El tercer acontecimiento que se produce en Madrid ese día es el juicio oral del famoso proceso 1001, en el que están implicados los principales líderes del sindicato ilegal Comisiones Obreras, a cuyo frente estaba el militante comunista Marcelino Camacho. La plaza de las Salesas está a rebosar de policías porque en las fábricas del cinturón industrial de Madrid está previsto que haya incidentes. Se sabía que las asambleas tenían previsto parar la producción y a continuación marchar desde distintos lugares de trabajo hasta la Plaza de las Salesas, donde se celebra el juicio 1001.
Había mucha expectación y una gran movilización en todo el país. Por la mañana ya había varios miles de personas haciendo cola para entrar en el juicio. Y el apoyo a escala mundial también. A Madrid vinieron para asistir al juicio delegaciones sindicales y asociaciones de todo tipo. Vinieron de la Asociación Internacional de Juristas, incluso de Estados Unidos vino John Clark que había sido secretario de Justicia con el presidente Johnson.
Pero todo aquello quedó cortado y se disolvió por temor a represalias. El juicio se suspende durante unas horas por algún pretexto de tipo procesal aunque la razón sea estrictamente política. La noticia del atentado contra el almirante Carrero se extiende rápidamente por la sala de juicios, llega hasta los abogados defensores. La tensión es grande y los encausados vuelven a los calabozos situados en los sótanos del palacio de Justicia,
Por lo que se refiere al atentado contra Carrero Blanco el miedo se instala en la sociedad y determina la parálisis gubernamental, empezando por Franco, empeñado en que "no hay que alarmar al país". "El país ya está alarmado Excelencia", le insiste el presidente en funciones Torcuato Fernández Miranda, y es cuando Franco le dice: "Miranda, se nos mueve la tierra bajo los pies"
Santiago Carrillo está en su despacho en París esperando una llamada que le informe de la situación en Madrid después del juicio. Pero la llamada que recibe es la de Antonio García López, con conexiones con las alturas militares. "Evidentemente esa llamada tenía un doble valor. Primero, que no hubiera represalias, que era lo que yo temía. Y segundo, se nos llamaba a nosotros, comunistas, rojos, para tranquilizarnos. Algo estaba cambiando en España cuando esa tarde después de la muerte del presidente del Gobierno, se producía una llamada tan impresionante", confesaba después el líder del PCE. Por eso Santiago Carrillo empezó a dar rienda suelta a su esperanza en el futuro político de España el mismo día en que los españoles se encogieron de miedo e incertidumbre.
El entierro del presidente del Gobierno es para recordarlo por parte de Martin Patino y del Cardenal Tarancón. Gritos, amenazas, "Tarancón al paredón" y suma y sigue.
La pregunta que flotaba en el ambiente tras el asesinato de Carrero era quién iba a ser el sucesor. El almirante dejó dicho que él no sería un obstáculo para que el heredero del poder de Franco fuera el rey Juan Carlos
La sucesión. No la sucesión de Carrero sino la sucesión del franquismo. Este es el gran asunto del que se discute y se plantea abiertamente. Porque ya se percibe, ahora más que nunca, la cercanía de la muerte de Franco y eso dispara la inquietud ante la idea, hasta entonces solamente presentida de que el régimen puede entrar en agonía al tiempo que entre en agonía su fundador, que es un anciano que padece Parkinson.
De todos modos, el almirante Carrero, recién asesinado, escribió una carta recogida por Laureano López Rodó en su libro La larga marcha hacia la Monarquía en la que deja constancia de que si Franco se decide por Don Juan Carlos, cosa que entonces no estaba clara, él no sería un obstáculo y le presentaría la dimisión, cosa que no hizo su sucesor, Carlos Arias Navarro, hasta que el ya Rey de España se lo pidió.
No hay por lo tanto razón alguna para suponer que el almirante Carrero habría obstaculizado el hacer de Don Juan Carlos, aunque no le hubiera gustado lo que empezó a hacer en cuanto se libró de Carlos Arias Navarro, que se consideraba un albacea de Franco.
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