No son tan lejanos los tiempos en los que España era un país emisor de personas refugiadas. Aún más cercanos me resultan los casos de personas que se fueron de este país buscando un futuro mejor. Esa juventud de la crisis, preparadísima pero sin oportunidades, que dejó atrás sus hogares, familias y amistades para tratar de encontrar un lugar donde poder desarrollarse en condiciones dignas.
Hoy, pocos días después del Día Internacional de las Personas Migrantes, al menos 280 millones de personas viven fuera de sus países de nacimiento. De ellos, 40 millones no pueden volver a su país porque su vida, libertad o integridad corre peligro: les categorizamos como población en situación de movilidad forzada. El resto no son tan diferentes a esa juventud española golpeada por la crisis (salvando las obvias distancias, cada persona tiene una historia y las causas que empujan a alguien a migrar son complejas e interrelacionadas).
Vivimos en un mundo globalizado, interconectado, donde lo que ocurre en un lugar impacta en otro. Se entiende con un ejemplo: se cierran acuerdos comerciales que permiten a la Unión Europea entrar con sus flotas pesqueras en las costas de Senegal, esto acaba arrasando con uno de los medios de vida principales en el país, y este año tenemos un récord de llegadas de personas senegalesas a las Islas Canarias. No es tan sencillo, por supuesto, pero es solo un ejemplo.
Que la desigualdad global, especialmente en términos Norte-Sur, es uno de los principales factores que determinan las migraciones no es nada nuevo. Menos claro está el hecho de que la desigualdad de género también influye, y mucho. Aproximadamente la mitad de las personas migrantes son mujeres, pero la migración femenina está creciendo a un ritmo mayor que la de los hombres. Ellas, además de los riesgos y violaciones de derechos inherentes a la migración, enfrentan violencias basadas en género allá donde vayan. De hecho, estas violencias se exacerban en el caso de las mujeres que migran: el género influye en la decisión y la causa de salida, aumenta la dureza de las vivencias en los tránsitos y las fronteras, y afecta en las experiencias de llegada y de acceso a derechos en el país de destino.
"Las violencias basadas en género contra las mujeres son una característica compartida por todos los contextos migratorios. Violencias que no se visibilizan, sino que se silencian y por lo tanto no se atienden y se perpetúan en el tiempo". Así concluye Invisibilizadas. Mujeres Migrantes en el Cruce de Fronteras, el informe que publicamos este año las ONG Entreculturas y Alboan, que analiza precisamente cómo impactan las violencias basadas en género en los proyectos migratorios de las mujeres. El informe se construye a partir de las historias de mujeres de origen subsahariano en tránsito por Marruecos hacia Europa y de los testimonios de organizaciones que acompañan a personas migrantes latinoamericanas que tratan de llegar a EEUU pasando por Centroamérica. Con sus experiencias y demandas hemos querido denunciar cómo el impacto de las violencias contra las mujeres sigue una lógica de continuum espacial y temporal: es común a ambos contextos y a todas las etapas del trayecto migratorio.
Otro elemento común son las políticas migratorias de contención y "seguridad" nacional con las que la UE y EEUU responden a la movilidad. Políticas enfocadas en complicar las condiciones y trámites para el acceso y en cerrar acuerdos con países del Sur, delegando en ellos las obligaciones internacionales y humanas con las personas que buscan protección o dejan una crisis atrás, como hicieron nuestros compatriotas hace no tantos años. Esta lógica convierte países, selvas, océanos y desiertos en fronteras insalvables de discriminación, violencia y muerte, que se unen a los muros y las vallas que ya ejercían esta función y que cada vez son más altos.
El Pacto de Migración y Asilo traiciona las propias normas y principios de la Unión al optar por un sistema de gestión que favorece las expulsiones, la violencia en las fronteras, la aceleración de las deportaciones y la generalización de las detenciones
El último producto de este enfoque es el Pacto de Migración y Asilo sobre el que los países de la UE acaban de llegar a un acuerdo. Un acuerdo que traiciona las propias normas y principios de la Unión al optar por un sistema de gestión de la migración que favorece las expulsiones, la violencia en las fronteras, la aceleración de las deportaciones y la generalización de la detención, incluso para niñas y niños. Y que ni siquiera contempla de manera específica a las mujeres y las violencias que enfrentan en sus experiencias migratorias. Este no es el trato que recibieron los exiliados españoles cuando lo necesitaron, y no es un trato del que la UE, supuesto ejemplo de solidaridad y acogida, pueda sentirse orgullosa.
Aún no está cerrado el trato. Aún hay tiempo de redirigir los textos finales y su aplicación para optar por las soluciones que ofrecemos desde la sociedad civil: vías seguras para migrar, respeto a las personas, enfoque de derechos, género e infancia en la gestión migratoria. Si nos escuchan, si escuchan a las personas migrantes y refugiadas, los gobernantes de la UE aún están a tiempo de decidir algo que pueda hacernos sentir orgullo. A nosotras y a todas aquellas personas que, en otros tiempos, fueron los que tuvieron que buscar una vida mejor en un lugar lejano.
Clara Esteban Rodríguez es técnica de Incidencia Política de Entreculturas.
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