La España de Piqueras está en vías de extinción.
La España de Piqueras, de llaneza, de clase, de educación no se ve a menudo, y parece que será complicado volverla a ver, quién sabe.
La España de Piqueras es ponerse un chaleco para grabar el vídeo de despedida. Llega el 21 de diciembre y me siento frente a la cámara en el último día de trabajo tras medio siglo (medio siglo de trabajo sin parar) tal y como voy vestido, o sea, con un chaleco.
¿Qué es un chaleco?
La prenda que se puso Piqueras en el vídeo del adiós.
A más y a más, en el adiós verdadero, en el centro del ruedo, frente a la cámara en directo del último informativo de Telecinco, Piqueras con camisa blanca, traje oscuro y corbata a juego. Como siempre, expresión de respeto máximo a quienes te están viendo.
La España de Piqueras del chaleco, o de la camisa blanca, o del traje oscuro, o de la corbata a juego no digamos, apenas existe.
Y la llaneza. Esa humildad no impostada, que habrá tenido en estas pocas horas cientos de miles de corazoncitos me gusta no buscados. Simplemente un señor que en su último día de trabajo y, al ser consciente de que ha salido continuamente en la tele, pues entiende que se tiene que despedir de la audiencia, aunque las bombas de humo sean buenas para la salud.
Entona el adiós más sencillo, sin palabrería, en un castellano natural, nada de estúpidos anglicismos, y eso: que lleva ya mucho tiempo, que lo tenía pensado hace dos años, que lógicamente su empresa le ha contraofertado para que se quede, pero nada. Decisión firme, otra lección. Contada como si no fuera un presentador estrella de la televisión, con una significativa dedicatoria a la tele pública como la mejor cantera posible de profesionales, dicho sin tono de homilía ideologizante.
Se va pero deja a alguien. La España de Piqueras es la España de la educación, esa que, ahora sí, ya me atrevería a diagnosticar que ni en extinción.
Piqueras suelta tan tranquilo, tan convencido, tan despojado de imbecilidad recurrente, que de verdad cree que no nos vamos a acordar de él estando allí, en su silla, Franganillo
Aquí les dejo a Franganillo, con el que he compartido elecciones y volcanes, y yo me voy. Pero es que, al dejar a Franganillo, Piqueras suelta tan tranquilo, tan convencido, tan despojado de imbecilidad recurrente, que de verdad cree que no nos vamos a acordar de él estando allí, en su silla, Franganillo.
Todo en un discurso de emoción más que latente y de una sinceridad aplastante. Creíble. No hay detrás ninguna operación de imagen, ni de él ni de la cadena. Llevo más de treinta años en la televisión (y ahí aparece Pilar Miró) y hoy me marcho. Y antes de esos 30 años debutando en el oficio en el periódico Pueblo (y ahí aparece Emilio Romero, ¿quién es Emilio Romero, quién es Pilar Miró, qué es el Pueblo?).
La categoría de saber marcharse, por supuesto dando las gracias también a los directivos de la cadena, la educación exquisita con el que le sustituye, por muy amigo que sea que desconozco. La España de Piqueras, del chaleco en extinción, de la humildad en extinción (lección de catedrático para los pesadísimos nuevos periodistas omnipresentes, "jartibles", como decía Luis García Caviedes), la España de Piqueras de no darse mayor importancia porque, al cabo, lo nuestro sigue siendo informar con respeto.
Piqueras desea finalmente que, en su España imaginaria, le demos tres largas cambiadas a la crispación.
Él lo ha conseguido. Le ha bastado medio siglo de periodismo.
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