Cuando llevo rodando algo más de una hora se me acercan dos coches y el conductor de uno de ellos baja la ventanilla y me pregunta en un español inteligible:
- ¿español?
- sí, español
- ¿de Barcelona?
- no, de Madrid
- ¿a dónde vas?
- a Zuerat
- pues vente con nosotros, o te perderás
- es que con ese coche vais muy despacio ¿cómo es que habláis español?
- somos saharauis y hemos pasado de niños tres veranos en España con familias de acogida
Como más adelante podré comprobar, son saharauis de los campamentos de Tinduf, tienen 23, 25 y 26 años, y marcado aire de saharauis. En particular Said y su primo, Bashaj, responden al perfil más típico del saharaui, con rasgos y nariz afilados, ojos vivos y nerviosos y, sobre todo, hablan español. Con dificultad, pero suficiente para hacerse entender. Uno de los coches es un turismo, no muy apropiado para estas pistas de arena, como podré comprobar en los días siguientes.
Said me sugiere que coloque el coche con la proa al viento porque la tienda de techo aguantará mejor en esa orientación
Al poco estacionamos los coches en un desnivel del terreno donde estamos mejor parapetados, formando una U con los tres coches para protegernos del fuerte viento, gélido y cargado de arena, que sopla desde el interior del desierto. El viento, en esta época del año, puede transportar de este a oeste y de norte a sur toneladas de arena en suspensión, y es más frecuente en Canarias que en la península. Allí le llaman calima. Said me sugiere que coloque el coche con la proa al viento porque la tienda de techo -que se abre como un libro con el lomo hacia el viento- aguantará mejor en esa orientación. A renglón seguido, sacan una enorme manta china y la sujetan con las puertas al coche estacionado en el centro, para protegerse del viento y que les sirva también para aislarles del suelo. Sobre esa manta abren unos petates de loneta verde, en los que dormirán enrollados en gruesas mantas chinas, de material sintético, que cumplen su función de aislarles del frío exterior. Me sugieren que cuando suba a mi tienda de techo me descalce antes y deje los zapatos abajo, pues la segunda pesadilla del desierto, detrás del viento cargado de arena, son los “arrancamoños”, una semilla seca y espinosa, del tamaño de un garbanzo, que alfombra el suelo del desierto.
Una vez desplegado el campamento, entre los tres parece haber un reparto automático de tareas que se irá alternando en días sucesivos. Esta noche cocina Said, y para ello saca del maletero del turismo una caja rectangular de plástico, de las que se usan para transportar fruta, y de ella extrae una gran olla de hierro fundido, y una fiambrera de plástico que contiene trozos de carne de camello. Previamente han reunido unas cuantas plantas secas y encienden una yesca a la que añaden una porción de carbón vegetal, del que transportan un saco de 50 kilos. Ese es el mejor combustible de cocina en el desierto, me dice Said cuando le he ofrecido un camping gas que llevo en el coche.
Al añadir los macarrones, veo que saca de su chaquetón dos pastillas de Avecrem, que desmenuza sobre el guiso, añadiendo una cucharada de sal
Al poco tiempo, sobre esas brasas Said está salteando unos trozos de carne, a los que ha añadido un par de cebollas picadas. Y me dice con cara de guasa: esta noche toca estofado de camello. Nunca he probado la carne de camello, le respondo, pero he oído siempre decir que es tan buena como la mejor. Y esta noche lo voy a comprobar. Entonces saco una barra de pan y me dice que la guarde para mañana, porque el estofado lo hacen añadiendo a última hora un paquete de macarrones. Al añadir los macarrones, veo que saca de su chaquetón dos pastillas de Avecrem, que desmenuza sobre el guiso, añadiendo una cucharada de sal.
Lo hace todo de manera automática, como quien lleva mucho tiempo preparando esta receta. Luego me comenta que estas pastillas de Avecrem, a las que se acostumbró la población saharaui durante la presencia española, son muy demandadas en el interior del Sahara y es una de las cosas que llevan con frecuencia en su trasiego de productos entre Tinduf y Nuadibú. Los marroquíes no las usan, dice, y por ello en Dajla y el Aaiún no se encuentran. Tienen además la ventaja del buen valor añadido para su tamaño y peso reducidos.
Mientras Said hace la cocina, su primo Bashaj se ocupa de preparar el té, verde y muy azucarado, como son los tés del desierto. Cuando el estofado está listo, lo vuelca sobre una fuente redonda de cerámica china, y nos colocamos los cuatro en círculo alrededor de ella. Ellos se sientan en la manta con las piernas cruzadas, estilo Buda, yo saco del coche una silla plegable que ellos no ven mal. Ellos comen con la mano derecha, como manda el Corán, y yo saco una cuchara de mi equipo, que tampoco parece extrañarles.
Los tres han pasado tres veranos en España con familias de acogida. Said en Andorra, pero me dice que la familia andorrana le hablaba siempre en castellano. Bachaj en Urretxu, un pueblo de la Gipuzkoa profunda, donde también le hablaban en castellano. Y Ahmed, que viaja con ellos, pero no es familia, en Carmona. Tal vez por eso les resulta familiar que yo me siente en silla y coma con cuchara. Lo han visto de modo habitual en un mundo que ellos han convertido en el paraíso inalcanzable e inolvidable. Para ellos, me lo repiten con frecuencia, España es un sueño, el paraíso perdido.
Extracto del libro La ruta del Marfil: Argel-El Cabo-El Cairo, escrito por Juan Serrat y publicado por Editorial Almed. Es la crónica de un viaje en 4x4 iniciado en Argel en enero de 2022 y concluido en El Cairo en diciembre del mismo año, descendiendo por África occidental desde Argel hasta Pretoria y remontando después hasta El Cairo, en un recorrido en el que, junto a la aventura del viaje africano, se adentra en el mundo de la colonización, la esclavitud, los grandes exploradores de África, así como la pugna todavía indecisa entre islam y cristianismo en el mundo subsahariano.
Juan Serrat (Madrid, 1945) ex embajador español. Ha dedicado 43 años a la diplomacia. Al jubilarse en 2015, empieza a preparar el viaje que desde hacia años barruntaba: viajar en coche desde Andalucía a China siguiendo la llamada ruta de la seda, haciéndola coincidir entre Trebisonda y Samarkanda con la ruta seguida por Ruy González de Clavijo.
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