“Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Es la estremecedora inscripción de Dante Alighieri en el frontispicio del infierno, a modo de advertencia para los malaventurados que allí llegan.
Después de la desquiciada votación a la que asistimos el pasado miércoles en el Senado, los que aún la conservan deberían abandonar cualquier esperanza de que lo que nos aguarda tras los acuerdos contra natura que permitieron la investidura de Pedro Sánchez pueda suponer una mínima gobernabilidad para España.
Abandonen toda esperanza. Nada en el horizonte. Ni mayoría parlamentaria que apoye de manera coherente y sensata al Gobierno, ni mucho menos un gobierno de progreso. No hay nada para la gente que diría Yolanda Díaz; sólo para algunas gentes. Esas que han demostrado hasta la saciedad que será la extorsión sobre un gobierno débil y en minoría –nada que ver con una negociación-- la moneda a pagar para que pueda mantenerse, aunque sea en el alambre.
Es así de sencillo: todo el relato fabricado en los últimos meses por el sanchismo se desvaneció en la primera votación de la legislatura.
Sánchez construyó su muro, se encerró en él y se encontró con que dentro en su amurallada fortaleza sólo estaba Puigdemont. La horma de su zapato, el complemento ideal: dos personalidades políticas bastante parecidas. A ambos sólo les mueve su interés personal. El de uno es mantenerse en La Moncloa a cualquier precio, cueste lo que cueste; el del otro, el fugado de la justicia, es blindar su impunidad para eludir las consecuencias penales de los delitos cometidos.
Por lo demás, parece que ambos están dispuestos a aceptar los daños colaterales de su comunidad de intereses; forzar el Estado de derecho hasta hacerlo añicos, vulnerar la seguridad jurídica, debilitar la institucionalidad democrática y jugarse, como en una partida de póker, la integridad territorial del Estado y con ello el principio de igualdad de todos los españoles.
El PSOE ha desaparecido como organización política al servicio de España para convertirse en un instrumento político al servicio de Sánchez. Todos sus lideres --con una honrosa excepción, Page-- han aceptado la amnistía; algunos con resignación, otros con entusiasmo. El pasado miércoles, el grupo parlamentario aplaudía el resultado final de una votación agónica, porque de tres decretos-ley había salvado dos (con repetición de votación incluida). Como si se tratara de un partido de futbol: dos a uno, comentaban algunos, satisfechos, por el pasillo.
Nada sabían --¿les importaba? -- de la negociación paralela y simultánea que, como pollos sin cabeza, habían llevado a cabo representantes del PSOE y de Junts. Después de los aplausos se enteraron por la prensa de lo que el gobierno había cedido a la extorsión de Junts. Así como suena. Y siguieron aplaudiendo.
No lo sabían ni ellos, los diputados, ni la mayor parte de los ministros. Las respuestas balbuceantes de la vicepresidenta María Jesús Montero cuando se le pregunta qué se ha cedido exactamente en una competencia que es exclusiva del Estado, y no a un gobierno autonómico, sino a un pequeño grupo político parlamentario, dejan en evidencia esa ignorancia. La explicación es fácil: dijeron sí a todo lo que les pedían, a contrarreloj para evitar una derrota parlamentaria en ciernes.
En todo caso ninguna de estas cesiones parece haber inquietado a los lideres socialistas. No lo ha hecho la cesión de competencias de inmigración a un partido racista y xenófobo al que, en su día, Sánchez calificó como el partido de Le Pen en España. ¿Se imaginan las declaraciones de estos mismos diputados si un gobierno del PP hubiera cedido esta competencia a VOX?
Tampoco la obligación de publicar las balanzas fiscales, artefacto inventado por el independentismo para justificar su slogan España nos roba (aprovecho para recomendar la lectura del libro de Josep Borrell, Las cuentas y los cuentos de la independencia).
Lo que nos espera en los próximos días no es muy difícil de adivinar. El PNV exigirá inmediatamente las competencias en materia de inmigración y la ejecución de la cesión de competencias de la Seguridad Social; la ruptura de la caja común de la SS será un hecho antes de la celebración de las elecciones vascas. Mientras esto se produce, escucharemos a miembros del gobierno pedir tranquilidad, porque todo lo que hacen es constitucional. Tanto como la amnistía.
Debemos rebelarnos. En los últimos años estamos viendo a políticos decir cosas y llegar a acuerdos sin precedentes en nuestra democracia reciente. No podemos mirar para otro lado
Pero sí debemos preocuparnos. Es más, debemos rebelarnos: en los últimos años estamos viendo a políticos decir cosas y llegar a acuerdos sin precedentes en nuestra democracia reciente. Y sabemos que las consecuencias de estas políticas han desencadenado graves crisis democráticas en otros lugares.
No podemos mirar para otro lado.
Debemos reaccionar frente a la gran mentira de esta legislatura. No hay un pacto de investidura que permita gobernar: hay un pacto que solo sirve para ocupar el poder. No hay un gobierno de izquierdas cuando la derecha secesionista y xenófoba pretende mantenerlo con respiración asistida.
No era esta, en absoluto, la única posibilidad de gestionar el resultado de las urnas de julio de 2023. Había una opción de verdadero diálogo y entendimiento entre el PP y PSOE, aislando a los extremos y aceptando la legitimidad mutua que les dan los millones de votos obtenidos por cada uno de ellos en las urnas.
Es falso que no hay espacio para el diálogo y los acuerdos entre socialistas y populares en España, cuando todas las políticas europeas que se deciden en Bruselas y son fundamentales para nuestro país son fruto del dialogo y el acuerdo de conservadores, socialistas y liberales europeos. No es mucho pedir que se haga en España lo que hacemos en Europa: aislar a los extremos. Aislar a la extrema derecha de VOX, al populismo de izquierdas y al secesionismo es posible, pero exige valentía y responsabilidad. Cuando los extremistas son llevados a los gobiernos o cuando se les da la llave de la gobernabilidad, la democracia está en peligro.
Aún estamos a tiempo. Es ahora el momento de actuar. El momento de no resignarnos. No porque España se rompa o no, como se burlan los corifeos del gobierno, sino porque nuestra democracia se degrada cada día un poco más por el deterioro institucional y la vulneración del Estado de derecho; por el mercadeo de competencias de las administraciones y de los derechos de los ciudadanos; por la polarización partidista extrema que puede derivar en un enfrentamiento social.
Abandonemos toda esperanza: sobre el egocentrismo sin ideología y el oportunismo político no se construye ningún proyecto colectivo. Lo único que se hace es comprometer el presente y el futuro de la democracia española. Es el momento de decir basta ya.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos
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