El 92% de la población de Iowa es blanca, y el mayor grupo étnico es el alemán, que compone el 35,7% de la población del estado. Sus principales fuentes de renta son la manufactura y la agricultura. Es el mayor productor de soja y etanol de los Estados Unidos, y posee el mayor rebaño porcino del país. Su población: tres millones de personas y sus representantes en las primarias, sólo el 1% de los representantes finales. Sin embargo, su importancia en la política estadounidense es vital: ocho de los últimos once ganadores demócratas en Iowa han logrado ser el candidato presidencial. En el lado republicano han sido siete de los últimos doce. La razón de este papel de Iowa es que ser el primero no es baladí. Es el escenario donde se darán los movimientos iniciales de una partida que definirá el futuro político de los Estados Unidos. 

En primer lugar, Iowa es importante porque para quien gane es un fuerte impacto mediático. El ganador se encontrará bajo los focos, ocupando titulares y generando debates en los programas políticos. Durante al menos una semana, el candidato se convierte en el centro de atención, un papel crucial al inicio de la maratón electoral. Le ocurrió a George McGovern en 1972. Le pasó a Jimmy Carter en 1976. También a Obama en 2008. Incluso a Trump en 2016. De repente, alguien desconocido o sin posibilidades tiene en Iowa un trampolín para hacerse visible. Esa visibilidad y percepción de favorito puede ser momentánea o duradera, dependiendo de la campaña, pero existe. 

En segundo lugar, Iowa es importante porque para quien gane no solo se traduce en reconocimiento, sino también en recursos financieros. La recaudación de fondos se dispara para el candidato victorioso, brindándole la capacidad necesaria para mantener su campaña y competir en los siguientes estados. 

Iowa es importante porque para quien gane no solo se traduce en reconocimiento, sino también en recursos financieros

En tercer lugar, Iowa es importante porque descarta adversarios. Un resultado decepcionante puede tener consecuencias devastadoras para las candidaturas rivales, debilitando su posición y generando dudas sobre su viabilidad. La política es un juego de percepciones, y un tropezón puede cambiar el curso de la contienda, definiendo quiénes son los verdaderos favoritos y quiénes quedan rezagados en la carrera hacia la nominación presidencial.

Ganar en Iowa significa un espaldarazo importante para la campaña, pero la dificultad estriba en que un caucus no es lo mismo que una primaria. Se trata de convencer, en persona, a grupos de ciudadanía. Un votante que, al menos en los últimos años, suele estar más politizado y, por lo tanto, más polarizado. Eso explicaría que —últimamente— el republicano o el demócrata que gana en Iowa es más conservador (Mike Huckabee, Rick Santorum, Ted Cruz) o más progresista (Pete Buttigieg, Bernie Sanders (quien empató con Hillary Clinton en 2016)), respectivamente, que la media. 

Veremos lo que sucede esta semana. Sin embargo, las encuestas indican que no habrá sorpresas. Joe Biden y Donald Trump deberían ganar sin problemas. Lo interesante, en el lado republicano, es quien queda en segundo lugar. 

Este año, Iowa sigue siendo importante, pero no tanto. 


Xavier Peytibi es consultor político en Ideograma, politólogo y autor de Las campañas conectadas: Comunicación política en campaña electoral y coautor de Cómo comunica la alt right: de la rana Pepe al virus chino.