Este mes de enero es noticia porque sus señorías del Congreso y del Senado trabajan. Disfrutan de tres meses de vacaciones al año, pero Sánchez, presionado por Puigdemont, acelera las concesiones pactadas y celebró una sesión plenaria y alguna comisión, algo inédito en un mes que habitualmente es inhábil para ellos. Lo que en otros países sería normal tras las vacaciones navideñas, aquí es excepcional.
La división entre votantes y partidos de gobierno es tal que, si en un futuro Feijóo gana las generales, no será por convencimiento, sino por hartazgo del contrario. Por lo mismo que ganó Aznar, Rajoy y tantos otros. Ya no hay pasión, la han eliminado a base de acumular privilegios; no hay ideología, la fulminaron los intereses personales, y ser diputado es más un insulto que un honor. Todos están para sacar provecho personal, el del sueldo que se aumentaron tan solo llegar al cargo, las dietas exentas de tributación que siguen cobrando aunque no viajen o estén confinados, y las semanas y meses que no van a su puesto de trabajo mientras se quejan del alto absentismo laboral de los trabajadores españoles.
También se reparten el botín los 119 diputados y senadores que siguen cobrando una pensión vitalicia, algunos desde hace 23 años, mientras se pasean por las televisiones dando lecciones, como Cristina Almeida.
Hemos permitido que la política sea un medio de vida. Ni el presidente Sánchez, ni la vicepresidenta Yolanda Díaz han tenido a lo largo de su carrera profesional un empleo fuera de ella, más que unas pocas semanas. María Jesús Montero apenas trabajó 3 años como gestora médica, en seguida se subió al carro de la política, mejor pagado y sin turnos de noche.
Se sigue considerando un valor añadido haber ocupado muchos cargos públicos, pero ninguno privado, cuando debería ser al revés
Se sigue considerando un valor añadido haber ocupado muchos cargos públicos, pero ninguno privado, cuando debería ser al revés. Más del 80% de nuestros representantes políticos solo han conocido la gestión pública que empezaron muchos de ellos en las juventudes del partido a los 18 ó 20 años. Nunca salieron del calor de unas siglas que les protegen y mantienen, siempre con dinero público. Y dicen hacerlo por el bien de nosotros. Nos siguen considerando incapaces, menores en conocimientos que ellos y peores en gestión, a los españoles que sacamos adelante una familia o una empresa sin ayuda ninguna del Estado. Algo para lo que muchos de ellos serían incapaces.
En Suecia los políticos no tienen asesores y sus gastos se los pagan de su bolsillo; dicen que “somos ciudadanos como los demás”, aquí pagamos hasta los taxis al que tiene coche oficial. En Suiza ninguno de sus parlamentarios cobra, salvo los ministros, viven de las dietas y sus empleos privados que continúan ejerciendo, porque la gestión pública no les ocupa más de media jornada. Aquí dicen estar muy atareados, pero si el presidente publica un libro, hasta 14 ministros tienen tiempo libre para asistir a su presentación.
Seguimos siendo el país europeo con más políticos aforados, con más cargos públicos por habitante, exenciones fiscales, puertas giratorias cuando se abandona el cargo; les sufragamos el plan de pensiones, hasta les damos vivienda gratis. Y a pesar de todos estos privilegios se quejan de estar entre los políticos que menos sueldo reciben de Europa.
Pongamos de ejemplo una exministra como Irene Montero, llegó al cargo aupada por su pareja y secretario general del partido, fue diputada siete años y tres fue ministra, y aunque el código ético de Podemos prohíbe cobrar ningún tipo de pensión tras abandonar un cargo público, ella la ha solicitado y cobrará el 80% de su sueldo (5.300€ al mes) hasta que lleguen las elecciones de junio al Parlamento europeo, a las que pretende presentarse, para seguir así empalmando cargos públicos. Los que combatían a La Casta hace años que forman parte de ella.
Así es fácil comprender por qué entre 12 y 15 millones de españoles son abstencionistas crónicos y no votan nunca. Porque no saben a quién hacerlo que termine con tantos privilegios.
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