El 9 de agosto del pasado año, Ahmed Attaf, ministro de Asuntos Exteriores de Argelia (invitado por la Casa Blanca) visita Washington y se reúne con el secretario de Estado Antony Blinken. Ambos subrayaron su pleno apoyo a la labor que –a través del Enviado Especial del Secretario General, Staffan de Mistura– desempeña la ONU en el Sahara Occidental.
Attaf y Blinken también mostraron su sintonía en los otros temas de actualidad internacional tratados en la reunión –en los que destaca la escalada que experimenta la región del Sahel, la guerra de Ucrania y la situación en Libia–.
Esta visita de Attaf a Washington, precedida por intensos y fluidos contactos de aquél con la embajadora (Elizabeth Aubin Moore) de EEUU en Argel –que en mayo de 2022 visitó los campamentos de refugiados saharauis, para conocer de primera mano su situación– sería el preludio de una nueva dinámica, en la que el gigante americano centra su atención en un territorio olvidado durante décadas.
Así, el viernes 1 de septiembre de 2023, Joshua Harris, subsecretario adjunto de Estados Unidos para Oriente Medio y el Norte de África, visita los campamentos de refugiados saharauis y se reúne con Brahim Ghali, presidente de la RASD y Secretario General del Frente Polisario, y con otros dirigentes del Frente.
La ONU goza de escasa, por no decir nula, credibilidad en lo que atañe a la imposición del cumplimiento de la legalidad internacional
Su visita coincidió con la llegada –a los campamentos– del Enviado Especial del Secretario General para el Sahara Occidental, Staffan de Mistura, que también se reunió con Brahim Ghali y con dirigentes del Frente Polisario.
Posteriormente, el lunes (4 de septiembre) el Enviado Especial de Naciones Unidas, logra visitar el Sahara Occidental ocupado, después de pasar por Rabat. Esta visita al territorio saharaui estaba en la agenda del Enviado Especial cuando llegó a Rabat el 2 de julio de 2022; pero en aquella ocasión, después de esperar dos días en Rabat (en medio de un mutismo total y sin ninguna explicación por parte del Majzen) tuvo que volver por donde había venido. El Majzen había vetado su visita a un territorio No Autónomo, que, supuestamente, está bajo la jurisdicción de la organización –ONU– que él representa.
Esta vez, la fortuna acompañó al Enviado Especial y pudo acceder a las zonas ocupadas del Sahara Occidental, gracias a la “intercesión” de Estados Unidos, cuyo subsecretario de Estado –Joshua Harris– visitaría Marruecos el jueves (7 de septiembre) después de haber estado, como hemos dicho, en los campamentos el viernes de la semana anterior (1 de septiembre).
O sea, el Enviado Especial de Naciones Unidas, se vio obligado a postergar su visita al Sahara Occidental ocupado –un año y dos meses– hasta que EE.UU. le ordenó al régimen alauí levantar el veto que le había impuesto (el 2 de julio de 2022).
Si es así como funcionan las cosas en la ONU –al menos esa es la percepción que se tiene– no es descabellado pensar que esta organización, por muy planetaria que sea, goce de escasa –por no decir nula– credibilidad en lo que atañe a la imposición del cumplimiento de la legalidad internacional.
En esta nueva reminiscencia de la situación en el Sahara Occidental, la Administración Biden, si bien no se desvincula del todo del régimen alauí, trata de mostrarse, aparentemente, como un actor imparcial que tiene un papel decisivo en cualquier toma de decisiones, enviándole al régimen de Rabat, señales de que no comulga –por completo– con su forma de interpretar el derecho internacional.
En este sentido, el 25 de septiembre, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del presidente Joe Biden, publicó un mapa de los 32 países que componen la Asociación para la Cooperación Atlántica en el que, tanto el Sahara Occidental, como Marruecos, aparecen con sus fronteras reales, reconocidas internacionalmente. Y aunque esto no es ninguna novedad, ya que el mismo Joe Biden, poco después de su investidura (el 4 de agosto de 2021), publicó un mapa con las mismas características; sí le recuerda a la dictadura alauí que el mapa que trazó, a su antojo, Hasan II (en el que se arrogó, inicialmente –en 1975– la mitad norte del Sahara Occidental y, posteriormente –en 1979– la otra mitad), solo constituyó un sueño que, perseguido por él durante 24 años, murió sin verlo hecho realidad; legándole a su hijo (M6) ese mismo sueño tornado en una pesadilla terrible con la que, a su pesar, tiene que convivir fingiendo que no existe.
Bien. Ahora que ya hemos entrado en contexto, vamos a centrarnos en el tema troncal de este artículo: el interés repentino de la Casa Blanca por la causa de un pueblo que lleva medio siglo clamando justicia ante una Comunidad Internacional –selectivamente– sorda y ciega.
EE.UU. tiene una de las mejores constituciones del mundo, pero, al igual que la antigua Roma –cuna de los fundamentos del Derecho moderno que hoy conocemos– en su política exterior, se guía por un único precepto: Extender su poder hegemónico, con la finalidad de garantizar sus propios intereses político-económicos a nivel global.
¿Qué encaje tiene en esto su inesperado interés por la causa saharaui Ninguno.
Pero la Providencia ha querido que la Nueva Argelia de Abdelmajid Tebboune, emerja en el tablero geopolítico como un actor esencial –no solo en el plano regional, sino también en el plano internacional– con el que es preciso contar; y la forma de acercarse a él, es impulsando –o simular hacerlo– el “dossier” del Sahara Occidental en las Naciones Unidas.
La política exterior de Argelia (como país no alienado) se caracteriza por mantener una diplomacia ecuánime, firme y soberana que le permite mantener relaciones estrechas, basadas en el respeto mutuo y en el trato de igual a igual, con países tanto del Norte como del Sur. Goza de buenas relaciones con países influyentes como China, Rusia y el mismo EE.UU.; y es uno de los países que lidera la política en la Unión Africana, además de ser una potencia energética en el norte del continente.
Argelia se ha vuelto una constante imprescindible en la compleja ecuación geopolítica
En la agitada región del Magreb y en la especialmente convulsa región del Sahel –en la que Francia prácticamente ha perdido toda su influencia, y el vacío que deja trata de ocuparlo Rusia– Argelia se ha vuelto una constante imprescindible en la compleja ecuación geopolítica.
Esta es la verdadera razón por la que EE.UU. está mostrando una actitud relativamente activa en el tema del Sahara Occidental. Necesita a Argelia para tener presencia en el norte de África, y particularmente en la (cada día) más turbulenta región del Sahel.
Todos estos movimientos de la Administración Biden en favor de la causa justa del pueblo saharaui, a priori, parecen buenas noticias. No debemos apresurarnos y mucho menos entusiasmarnos. Teniendo en cuenta la naturaleza de su motivación –interesada– es preciso acogerlos con mucha cautela y reserva; porque, como se verá más adelante, EE.UU., por muy buena que sea su Constitución y por muy nobles que sean los principios que la inspiraron, siempre tratará de inclinar la balanza (en función de sus propios intereses) para favorecer a sus “regímenes amigos”, aun a sabiendas, como es el caso, de que se trata de (la dictadura alauí) un régimen corrupto, sanguinario y terrorista.
Así, el 15 de octubre del pasado año, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, presentó al Consejo de Seguridad –en el que, como todos saben, EE.UU lleva la voz cantante– su informe anual sobre la situación en el Sahara Occidental. En el mismo, Guterres exhorta a las “partes contendientes” a que tengan “mente abierta “y expresa que “una solución mutuamente aceptable” es posible, siempre que se pueda establecer un nuevo alto el fuego.
Aquí vemos que el Sr Guterres le tiene tanto pavor a la espada de Damocles del omnipresente veto de EE.UU., y a los grupos de presión comprados por el Majzen en todas partes, que ni siquiera se atreve a mencionar por su nombre las dos partes en guerra (Marruecos y el Frente Polisario), lanzando una denominación ambigua (“partes contendientes”) a las que pide “mente abierta”. Todo en la nebulosa: tanto las misteriosas partes de las que habla, como la “mente abierta” a la que alude. Todo ello para eludir (por coacción u omisión) su responsabilidad de abordar de forma directa un dossier que lleva medio siglo en la gaveta de su escritorio.
¿Qué credibilidad y qué confianza inspira Guterres si, después de todo un año de “intenso trabajo”, solo es capaz de presentar una crónica confusa, desprovista de objetividad y plagada de expresiones elásticas que cada cual puede interpretar a su gusto y conveniencia? Ninguna.
Claro. Son unos señores que están sentados en cómodos y confortables despachos dotados de microclima propio (y que conste que no les pedimos que vuelvan a la Edad de Piedra) que viven completamente ajenos a la realidad y al sufrimiento de los pueblos que han depositado en ellos todas sus esperanzas.
¿Y qué es eso de “una solución mutuamente aceptable”? Al incluir esta frase en su informe, Guterres se ha desacreditado a sí mismo, porque lo que denota es una incompetencia notoria y un cinismo procaz.
Poniendo un símil tan simple como ilustrativo: ¿Acaso puede haber “una solución mutuamente aceptable” en un allanamiento de morada? Obviamente, no. No puede haber mutuo acuerdo entre un asesino-okupa y un morador y, por consiguiente, la única solución posible es el desalojo inmediato del asesino-okupa. Pues eso es lo que está aconteciendo en el Sahara Occidental: Un allanamiento de morada a escala gigante. Y no hace falta ser un genio para entenderlo, y los círculos de poder global (Consejo de Seguridad y grupos de presión a sueldo del Majzen) lo saben; pero se empeñan en aplicar una política del hecho consumado, posicionándose –inmoralmente– al lado del “asesino-okupa”, y extendiendo una cortina de humo que encubra este criminal allanamiento; con la vana ilusión de que el pueblo saharaui dé su brazo a torcer y deje de reclamar lo que por derecho le pertenece.
Llegados a este punto, vamos a hacer unas aclaraciones, para propios y ajenos. La definición de lo que ocurre en el Sahara Occidental, insisto, es una ocupación ilegal de un territorio, una invasión atroz a plena luz del día. Cualquier persona que vaya a abordar el tema del Sahara Occidental si, por la razón que sea –ignorancia, tibieza, posicionamiento promarroquí, etc.– no lo hace partiendo de esta consideración básica y primordial, se entenderá, claramente, que no está cualificado para hacerlo.
La invasión del Sahara Occidental por parte de Marruecos es cabalmente análoga a la invasión de Kuwait por parte de Irak (en agosto de 1990) y a la de Ucrania por parte de Rusia (actualmente). Y –la historia y la experiencia lo demuestran– lo que se ha usurpado por la fuerza, solo se puede recuperar por la fuerza. Esta es una verdad como un templo, y los saharauis somos conscientes de ello y lo asumimos con todas sus consecuencias. Es nuestro deber liberar nuestra tierra y no esperamos que nadie lo haga por nosotros. Lo que sí esperamos de todos –y es lo menos que pueden hacer por nosotros– es que no se tergiverse ni se falsee la realidad de una situación cuyos hechos hablan por sí solos.
¿Por qué cuando algunos –muchos en realidad– se refieren a la invasión del Sahara Occidental, utilizan los eufemismos “conflicto”, “diferendo”, “ contencioso” o “disputa” , sabiendo que estos términos solo son meros subterfugios para ocultar la realidad de una invasión bárbara que está ahí a la vista de todos? Si para tratar o estudiar un tema, se empieza ignorando su verdadera esencia ¿Qué se puede esperar de ese estudio o tratamiento? Nada.
En esta suerte de crónica difusa que Guterres presenta como informe, insta a las partes a dialogar (en el sentido de negociar) con el fin de lograr una solución política.
Señor Guterres, a esta ocurrencia es perfectamente aplicable el símil anterior –allanamiento de morada por un asesino– por lo cual no puede haber ningún tipo de negociación, en tanto el asesino no abandone la morada que allanó.
La soberanía es innegociable, porque –en cuanto a su posesión– es un concepto binario, es decir, se tiene o no se tiene, y en ambos casos, huelga decir que no ha lugar a ninguna negociación, cualquiera que sea su índole.
Ahora bien, una vez la fuerza ocupante haya abandonado el territorio que invadió, solo entonces, cabe hablar de negociación sobre acuerdos de vecindad, en base al respeto escrupuloso de las fronteras de cada territorio.
Y, ya por último, como broche final a este esperpento que él llama informe, el Secretario General propone un alto el fuego, o como él lo llama “cese de las hostilidades” (frase, que en sí, encierra una negación subliminal de la guerra); para allanar el terreno a una solución política.
Sinceramente, ante tal propuesta, uno se cuestiona si Guterres se hallaba en su sano juicio en el momento de redactar este informe. Esta proposición equivale, en la práctica, a legitimar la ocupación ilegal de un Territorio No Autónomo.
Nos está proponiendo que nos mantengamos de brazos cruzados mientras la mitad de nuestro pueblo está siendo masacrada, diariamente, por las fuerzas de ocupación; y la otra mitad condenada al ostracismo en el inhóspito desierto de la Hamada, y junto con todo eso –que se puede plasmar fácilmente en el papel, pero que solo llega a entenderlo el que lo vive y lo sufre– el enemigo se afana en expoliar, sin miramientos, los recursos naturales de nuestra tierra.
¿Dónde ha estado el Sr Guterres estos últimos 30 años? A juzgar por su propuesta, su mente –aunque su cuerpo sí– nunca estuvo en este planeta, o al menos en el trozo de la Tierra donde está el pueblo saharaui.
Porque si lo estuviera, debería saber que en esa trampa ya hemos caído (en 1991), y no vamos a volver a caer. No lo haremos porque, de no ser por esa trampa, la bandera de la República Saharaui hace años que estaría ondeando en El Aaiún. Y justamente porque hemos aprendido la lección, el informe del Sr Guterres tuvo la única respuesta que cabía esperar: Menos de dos semanas después, los bombardeos del Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS), que antes se limitaban a las posiciones del enemigo diseminadas a lo largo del muro de la vergüenza; han empezado a alcanzar las bases militares y emplazamientos estratégicos que se creían a salvo detrás de él. Ahora, los proyectiles del ELPS impactan directamente en los aeropuertos de Smara y de Mahbes (de donde salen los drones israelíes), asi como en las localidades de Farsía, Hauza , Guelta y Auserd.
El Majzen cobarde y asesino, alarmado por estos ataques que no se esperaba, hizo lo único que sabía hacer: Implorar a la Casa Blanca para que acudiera en su ayuda en una guerra que –hasta ayer–él mismo se negaba a reconocer.
Pero su súplica de socorro no podía ser más inoportuna. La Administración Biden no daba abasto: El grueso de sus recursos –militares, sobre todo– había sido orientado al “polvorín” de Oriente Medio y estaba muy ocupada ayudando al régimen terrorista de Netanyahu a aniquilar el pueblo palestino y, por el momento, al Majzen le toca esperar.
Por fin, el 6 de diciembre –para calmar la histeria del “clon marroquí” de Netanyahu– la Casa Blanca envía (otra vez) al subsecretario de Estado (Joshua Harris) a Argel, donde es recibido por (el titular de Exteriores) Ahmed Attaf. Al día siguiente, mientras ambos diplomáticos reafirmaban su apoyo a los esfuerzos de Sttafan de Mistura y la necesidad imperativa de impulsar “sin más demora” el dossier del Sahara en la ONU; a 3000 Km de allí, el ELPS bombardeaba la localidad de Auserd, situada –allende el muro de la vergüenza– en el extremo meridional del Sahara Occidental.
Como dijo Baltasar Gracián (1601-1658), “a buen entendedor, pocas palabras bastan”. Joshua Harris podrá visitar Argelia –como ya hizo anteriormente– todas las veces que quiera, donde, seguro, será bienvenido; pero deberá tener presente que esta contienda enfrenta a Marruecos y al Frente Polisario y, mientras aquel no se retire por completo del territorio que invadió, nada cambiará el curso de la guerra, por lo que, a este respecto, en el SaharaOccidental, se seguirá sin novedad en el frente y se continuará hablando al enemigo en el único lenguaje que entiende: el lenguaje de las armas.
Cuatro días después del encuentro de Harris con Attaf, Argelia impide a una aeronave estadounidense de transporte militar pesado (Boein C17-A Globenmaster) surcar el espacio aéreo argelino en su ruta entre Oriente Medio y la Base americana de Rota, en España. Se ha sabido también que la contraseña utilizada entre las torres de vigilancia argelinas y el avión militar estadounidense fue: Joshua Harris.
Posteriormente (el 17 de diciembre) Harris recala en Rabat , que, a estas alturas, se muestra celosa de (que toda la atención de Biden se la esté llevando) Netanyahu; para decirle al Majzen “que deje a un lado la histeria y los celos”, que en Palestina tienen un problema “muy gordo” que va a requerir de “una solución final” –al estilo de la que, en su día, aplicó el Führer para con los judios– que consistirá en el exterminio de todos los habitantes de Gaza, con la diferencia de que, esta vez, el brazo ejecutor de la “solución final” –con la ayuda directa de los EE.UU.– serán los propios judíos.
En esta visita, Joshua Harris le reitera a Rabat que, aunque aparentemente EE.UU. apoya las resoluciones de la ONU relativas al Sahara, la consideración del Majzen como su “mayordomo” en el norte de África, siempre prevalecerá sobre todo lo demás.
Dicho y hecho. Así (el 10 de enero de 2024), en un impúdico acto de extrema degradación moral, Marruecos es elegido para presidir el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, tras una polémica votación secreta –la segunda en los 17 años de historia de este organismo– que sustituyó la forma tradicional en la que la elección anual de la presidencia se decide generalmente por consenso. Se hizo así, porque así se decidió en el entramado piramidal de la oscura diplomacia global; donde cualquier acto por muy punible y criminal que sea, puede quedar impune, gracias a una manipulación jurídica –intencionada y consentida– que le da apariencia de legalidad. Y lo más llamativo es que la fachada de legalidad que se suele esgrimir en este tipo de situaciones; por muy surrealista e insólita que sea, y aunque se ve a la legua que es una farsa (y todo el mundo sepa que es así), simplemente se acepta sin más; con lo que, todos –querámoslo o no– pasamos a ser (por nuestro silencio) cómplices indirectos de la misma. Se acepta sin más, porque siempre “viene de arriba”. De alguien –materialmente hablando– con mucho poder y autoridad, aunque, moralmente, carezca por completo de ambas.
El Tío Sam –que siempre está detrás de cualquier decisión relevante, lo cual no es un secreto para nadie– quiso obsequiar a su “mayordomo” en el Magreb con esta designación, por las siguientes (apreciables en el umbral visible) razones:
- Para agradecerle su apoyo y colaboración plena con la entidad Sionista.
- Castigar a Sudáfrica –que le disputaba la presidencia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU– por haber tenido la osadía de acusar al régimen terrorista de Netanyahu de genocidio en Gaza, y denunciarlo ante el Tribunal de Justicia de la Haya.
- Manifestar su malestar a Argelia por ejercer su derecho soberano sobre su espacio aéreo, colocando al frente de un organismo de la ONU a su eterno rival que, precisamente, ocupa ilegalmente el territorio de un pueblo al que Argelia apoya y cuyo asunto está en manos de la ONU.
- Pero, al final, lo que ha conseguido el Tío Sam con este turbio asunto del Consejo de Derechos Humanos es, por una parte, destrozar la –ya más que deteriorada– imagen y credibilidad de la ONU; y, por otra, ponerse a sí mismo en clara evidencia, al posicionarse siempre al lado de los regímenes corruptos y genocidas.
En fin, siempre supimos que la dinámica americana de acercamiento a la causa saharaui –que inició la embajadora Elizabeth Aubin Moore en el ocaso de la primavera de 2022– es puramente coyuntural y oportunista, y era cuestión de tiempo que se quedara sin antifaz; porque aún no se nos ha olvidado que fue EE.UU. –a través de su secretario de Estado, Henry Kissinger– quien (en 1975) patrocinó la “Marabunta” (Marcha “Negra”) con la que se inició la invasión del Sahara Occidental.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui.
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