Nos ha revelado Ione Belarra que Sánchez quiso ponerle a Irene Montero una embajada, como antes se les ponía un piso o una mercería a las señoritas. Ni siquiera el feminismo más amazónico, duro y color lavanda (parece la descripción de un vibrador de Pam) puede evitar que sus luchadoras queden al final para ser colocadas en algún sitio por ese macho que es jefe, presidente del Gobierno, presidente de una sucursal, empresario teatral o empresario de los toros, sea Sánchez o Pablo Iglesias. Toda la lucha se nos quedó, ya ven, en que a Irene Montero, señorita de tal que viene de parte de fulano, meritoria de mucho tiempo, protegida o discípula u ojito derecho de un señor al que se le cae mucho el monóculo o la gafita de Lenin en las poncheras y en los escotes, le pusieran un ministerio con damas de honor. A Montero lo de la embajada le pareció un insulto, a pesar de que su ministerio también le llegó como en una sombrerera. Yo creo que cambiarle el ministerio por una embajada con mosquitera le sonaba a enviarla a un convento por pecadora o a quitarle la mercería para ponerla de cerillera.
Sánchez quiso librarse de Montero, que ya no le pedía feminismo sino el trono feminista, como el trono de sirena de una reina de la cabalgata, una sirena fanatizada que había escandalizado a toda España
Sánchez quiso librarse de Montero, que ya no le pedía feminismo sino el trono feminista, como el trono de sirena de una reina de la cabalgata, una sirena fanatizada que había escandalizado a toda España. Sánchez pensó que un ministerio y una embajada no eran tan diferentes, y que ese feminismo ardoroso que en realidad sigue controlado por un macho siempre termina con la feminista pasando el plumero en algún sitio burocrático (ahí quedó para siempre Bibiana Aído, la pionera, como si fuera Gracita Morales). Pero Montero, o Podemos, o Iglesias, no han sido tanto de carguito como de escaparate. No es que Montero quiera su ministerio para tomarse el té rooibos como una Cleopatra que bebe té, sino que quiere un escenario desde el que hacer apostolado. Lo de Podemos nunca ha sido un apostolado ideológico, sino un apostolado personal, carismático, empresarial, el de Pablo Iglesias, alguien que para reflotar el negocio puede pasar de vicepresidente a perroflauta como Moisés pasó de hijo del faraón a mesías con poncho. Un ministerio es un minarete, como lo es un podcast. Lo que no sirve de nada es una embajada para pasear la tiara delante de carcamales con las bandas honoríficas como bragueros.
Sánchez pone embajadores para hacer bulto en las embajadas, como pianos de cola con cola de frac, igual que pone a ministros para hacer bulto en la televisión, como mamachichos. Para Sánchez, el Estado es un gran palacio tomado que sirve tanto para ir empeñando muebles y cuadros como para ir colocando floreros de compromiso o esbirros con trompetilla o con puñal, que todo esto es importante. Sánchez regala embajadas, cargos, agencias, ministerios, amnistías y bananerismos como el que regala unos Ferrero Rocher. Corrompe y se deja corromper con simonías sin que le preocupe si se nos van a desfondar el presupuesto, la igualdad, el Estado de derecho o las relaciones diplomáticas (me pregunto dónde habría recalado Montero de embajadora, de sirena embajadora, de amazona embajadora, de vedete embajadora, de Magdalena embajadora). En realidad, Podemos, o lo que queda de Podemos, es igual de venal que Sánchez. Lo que yo me pregunto es si Sánchez tiene ahora, verdaderamente, algo que ofrecerle a Podemos.
Asegura Belarra, que parece la dama de compañía de Montero, la dueña que está ahí para peinarle las trenzas entre lágrimas rodantes y tristes acordes de laúd, que la ex ministra de Igualdad lloró de rabia por el ofrecimiento de Sánchez. Una embajadita sin duda era poca cosa para sus fundadas ambiciones, ella que ha sido ministra, vicepresidenta consorte o primera corista, todo con mérito dudoso y parafernalia condescendiente, como para un amor de William Randolph Hearst. Pero uno empieza a creer que heredar de sí misma ese ministerio que ya ardía por los picos de sus telas, más como un circo en llamas que como un palacio en llamas, no los hubiera satisfecho a ella ni a su sultán. Quiero decir que no hay nada que le venga mejor a Podemos ahora que la confrontación y hasta la humillación, ir de esa izquierda verdadera que ha sido como una cerillera hermosa y fiel abandonada por el príncipe Sánchez para irse con Yolanda Díaz como si se fuera con Camilla Parker.
Sánchez le quiso poner a Irene Montero una embajada, que después de un ministerio, de un liderazgo, de cuatro años de cruzada, cabalgata y plumón le debe de haber parecido una invitación a un motel. No es que Montero / Podemos / Iglesias sean menos venales ni menos bizantinos que Sánchez, sino que Sánchez no puede darle a Podemos lo que necesita, que es justo y curiosamente lo mismo que él necesitaba antes, o sea el milagro de la resurrección. Ahora que Podemos se puede vengar, ahora que puede boicotear a Sánchez o por lo menos estropearle las galas de galán, ahora que Iglesias no tiene nada que defender y todo a lo que atacar, ahora es cuando pueden intentar empezar de nuevo donde ya empezaron, yendo a unas europeas en chanclas.
No se trata de conseguir un palacete bulboso para una embajatriz orientaloide, ni siquiera otro ministerio carroza para una sirena quemada. Se trata de reflotar ese negocio del mesías que no vende otra cosa que ponchos de mesías, negocio familiar después de todo. Mientras, el feminismo, el obrerismo, el purismo y la señorita de tal bien pueden seguir pasando el plumero en casa, en Europa o donde sea.
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