Ruben Wagensberg, diputado de ERC en el Parlament que ya venía con predestinación de esquiador o de hijo tuerto de Guillermo Tell, se ha ido a Suiza huyendo de la ansiedad, de los pálpitos y sobre todo de la justicia. Lo investigan por lo de Tsunami Democràtic y ya no se siente seguro en una Cataluña de pesadilla donde ni los más honrados delincuentes patriotas pueden estar tranquilos. Wagensberg, alma sensible, activista con ataquitos, revolucionario con vaporizador de eucalipto, otro fugitivo preventivo, otro valiente entre los valientes, se ha ido al retiro suizo, donde el huido indepe ya es toda una industria, como el reloj de cuco. “Da miedo volver a Cataluña viendo cómo se está poniendo la situación”, ha dicho desde allí el osado guerrillero, con mantita de cuadros sobre las rodillas o algo así. Parece que hemos pasado de la amnistía al tembleque y de la impunidad a la desbandada. Pero no es que los indepes ya no confíen en la desvergüenza de Sánchez ni en la fuerza de Puigdemont. Es que están viendo que hay cosas que Europa no va a permitir, ni a los rebeldes de sopita de pollo, ni a Puigdemont ni al propio Sánchez.
Wagensberg huye y se va a Suiza, que es como un cofrecito cerrado en medio del continente donde se guardan, con la misma frescura, oro, apátridas y pastillas para la tos. Cada vez está uno más seguro de que todo esto se va a decidir en Europa, y hasta los más irredentos y bravos soldados y monjes de la patria están cogiendo su tren de soldados y monjas hacia el exilio y la supervivencia. Se van lejos de las leyes, fuera de la fachosfera, allá donde sólo te pueden perseguir osos, tramperos o empleados de banco con llavín, donde sólo te puede atrapar un glaciar o una fondue. Suiza, país donde los espías se cruzan como taxistas y el dinero se derrite como chocolate, es una especie de paraíso del fugitivo, la cabañita del solitario chungo, la esperanza del que huyó con perlas, deudas, metralla y muelas de oro. Allí estuvo Anna Gabriel, con su ferocidad de revolucionaria con bieldo convertida en prisa de mochilera. Y allí sigue Marta Rovira, que es como una letal agente que vivió entre nosotros infiltrada de bibliotecaria. Pero yo creo que no hay donde huir cuando se viene encima la realidad, como un alud o un estornudo.
Wagensberg, enfermito pero lúcido, con su olfato de nariz taponada, de una sola fosa operativa y ensanchada, se huele lo que puede venir y se quita de en medio
Wagensberg, enfermito pero lúcido, con su olfato de nariz taponada, de una sola fosa operativa y ensanchada, se huele lo que puede venir y se quita de en medio. Yo me fío de este olfato más que los editorialistas y los politólogos, que el olfato de Wagensberg es el del que se huele cagado, o se huele la enfermedad, o la humedad de la cárcel en los huesos, con instinto de animalillo. Puigdemont aún puede presionar pidiendo amnistías “integrales”, estratosféricas, infinitas; puede amenazar con dejar caer este Gobierno de paja y relumbrón, y puede seguir con toda la parafernalia y la adoración de mesías inverso, de mesías que sólo se salva a él y al que le lleva la palangana, es decir Boye. Puede hacerlo y lo hará, creo. Por su parte, Sánchez aún puede tragar y llamarlo diálogo y concordia, aún puede hacer que el terrorismo, la traición, el mangazo tosco o fino y todo lo que se le antoje a Puigdemont quepan en la nueva amnistía como cabe cualquier cosa donde no hay límites. Pero a lo mejor lo imposible es simplemente imposible, y es lo que van intuyendo hasta los soñadores.
Puigdemont y Sánchez no van a cambiar ahora, que es más fácil cambiarlo todo en España o en el independentismo, cambiar todas las leyes o todas las cabezas, que cambiar sus egos y venganzas, su vida basada en sus egos y venganzas. Y aun así, Wagensberg y otros, con el labio temblando y la fiebre presentida, con el viento del norte y un pálpito en el bolsillo del corazón o de la cartera, con un dolor en el bajo vientre y un zumbido de heraldos primaverales adelantados, piensan que hay que irse, esconderse, sobrevivir, y quizá olvidarse del sueño, al menos de momento. No es que hayan perdido la confianza en Sánchez o Puigdemont, que yo creo que no hay nada más seguro en este mundo que Sánchez y Puigdemont siendo Sánchez y Puigdemont. Es por Europa, claro. El escándalo está siendo ya indisimulable y el salvajismo iliberal de los indepes y de los demás socios está asustando a los severos calvinistas que nos tienen que dar no ya lecciones sino dinero. Y no sólo son los socios: el Bolaños que sale ahora, con sus manos de sostener cazamariposas sin cazamariposas, defendiendo la independencia de los jueces, es el mismo que acusaba al Constitucional de amordazar al Parlamento.
Wagensberg huye, asustado, angustiado, hemorrágico o diarreico, y a mí me parece, más que un síntoma particular, el signo de toda una atmósfera infecciosa. El empecinamiento de Puigdemont en saborear la sangre que Sánchez no tiene puede convertir la ya obscena pero oscura amnistía en un disparate que ni los más creyentes podrán creer ni los más aguerridos podrán defender (la simple lista de amnistiados como una concesión de condados no es lo más loco que podría salir). Pero es que, además, Europa se dispone a prohibir las amnistías e indultos por delitos de corrupción, que a ver qué eufemismo y qué acorde de arpa va a colocar Sánchez contra eso.
Si la amnistía la tumba Europa o la tumba Puigdemont va a ser lo mismo, que en cualquier caso Sánchez caería. Claro que Europa podría tardar. O cansarse de nuestra escandalera y olvidarnos, que a lo mejor nos lo merecemos. O Puigdemont podría volver al posibilismo, a la pela y al exilio lánguido de torreón y suspiro. Hay ahora, siquiera entreazulada y temblorosa, una leve esperanza casi médica de que no lleguemos al desastre. Pero a lo mejor está uno suponiendo demasiado a partir de una carpetilla perdida por Europa y del escalofrío de un soldado cagón allí donde ya hace frío sin guerra, sin virus y sin teleles.
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