Yolanda Díaz ha anunciado que irá pronto a visitar Palestina, a ver si arregla la cosa con pucheros y pañuelos, como si ella fuera una madre y aquello un catarro. Ya estuvo no hace mucho Sánchez, que no arregló gran cosa pero se trajo una felicitación de Hamás para ponerla en la nevera de la Moncloa, junto a los imanes de Segovia y las postales alpinas de Puigdemont. En realidad no se trata de arreglar nada, que seguramente eso es imposible, sino de ser un buen peregrino o turista humanitario, y así irá la vicepresidenta concernida y campestre, con su pashmina, su cantimplora de calabaza y su mensaje hippie o naif que ella lleva como en un cestillo de picnic. Cierta izquierda, ya saben, es pacifista, petrarquista, revolucionaria o guerrillera o según la temporada, el hemisferio y la coyuntura. Pero, toque lo que toque, se le tiene que notar el compromiso, lo mismo con un Che estampado, que parece un skater con metralleta, que con un palestinismo de puericultura y croché.
Yolanda Díaz, como Sánchez, no busca la paz, ni una solución, ni ese amor con velcro de mucho pelo entre árabes y judíos, que ya digo que eso, ahora y durante mucho tiempo, fue, es y será imposible. Yolanda Díaz, como Sánchez, lo que busca es el bodegón, ese bodegón que forman pobres, tiznados, escombros y lágrimas, y ante el que ella, o toda la izquierda, posa como una señorita de Julio Romero de Torres ante braseros de cisco, cacharros de cobre, melocotones y churumbeles. Ir allí a tocar el ukelele pacifista con las uñas de los pies pintadas, a pedir derechos humanos (a un parte del conflicto, al menos) como el que pide croquetas en el bar, a hablar de los dos estados (cómo no se le ocurriría a nadie antes esa solución), ya demuestra que no sabe nada del asunto, ni quiere hacer nada por saber, ni puede hacer nada por resolverlo. Eso sí, Yolanda se puede traer otra postalita de Hamás y ponerla también al lado de los crismas de Puigdemont (quedarían un montón de tíos de mente sucia, pelo horroroso y jersey horroroso sonriendo siniestramente).
Yolanda Díaz se irá a Palestina, que para la izquierda es un poco como para la derecha irse a Covadonga o a esquiar, o sea un lugar donde broncearse de mitología y casta. A Palestina la izquierda va como al Himalaya o los Goya, por una cosa de purificación espiritual y comunión vegetariana. De allí se trae uno unas sales o una estatuilla entrefálica con la satisfacción de que has salvado al planeta, a la humanidad y hasta al arte. En realidad, claro, no has hecho más que malearlos o viciarlos y luego irte a tu piso con gato y anafe tras devolver un esmoquin o un anorak que te has puesto con unos crocs que confundiste con Kokoschka, cosas de los intelectuales y los activistas. El icono palestino de la izquierda es en realidad el icono antisemita, trasladable o equiparable al icono anticapitalista. De ahí se pasa pronto al icono antiliberal y, por supuesto, antihumanista. No se trata de llorar por los niños muertitos, sino de volver a dejar claro cuál es el sitio de la izquierda en la guerra de las ideologías y de las supremacías geopolíticas o culturales. Luego, la gente como Yolanda, o algunos artistas de sus fideos, simplemente sigue al líder con banderín, como en aquello de Chaplin.
Yolanda se va a Palestina, que ahora en la izquierda todo es Palestina, lo chic es Palestina, como cuando en Europa, sobre todo a finales del siglo XVIII, se puso de moda lo turco u oriental (turquerie)
Yolanda se va a Palestina, que ahora en la izquierda todo es Palestina, lo chic es Palestina, como cuando en Europa, sobre todo a finales del siglo XVIII, se puso de moda lo turco u oriental (turquerie). La izquierda es simbólica, ya lo he dicho muchas veces, y maneja hambre simbólica, dinero simbólico, malos simbólicos, muertos simbólicos y soluciones simbólicas, que además son casi siempre contradictorios todos. Quiero decir que veremos a Yolanda plantar un olivo verbal o incluso real allí en ese mundo controlado por Hamás o Hezbolá, unos fanáticos que no quieren paz sino victoria y nunca celebrarán la vida sino la muerte. La muerte de los suyos, como mártires, como combustible de su fanatismo, la celebran y la buscan incluso más que la de sus enemigos.
Van y vienen Yolanda o Sánchez de una Palestina romantizada, como el oriente ababuchado de los cuentos, y hasta suda moralmente Borrell (el sudor moral del que hablaba Roland Barthes, que lo cito mucho) por la tragedia de Gaza, que ciertamente lo es. Pero uno cree que cualquier cosa que no sea la verdad en este complicado conflicto significa siempre alejarse de la solución. La verdad es que, en esa tierra a la que vamos con nuestros sentimientos comodones y nuestros derechos humanos, los sentimientos comodones y los derechos humanos no significan nada. Para los que gobiernan Palestina (o sea los terroristas), la humanidad, el derecho, la individualidad y la vida no valen nada. Ellos no quieren la paz, ni la prosperidad, ni un estado palestino con frontera y comité olímpico, sólo quieren que su dios, a través de su mano alfanjada, extermine a los infieles. A ver qué paz va a predicar Yolanda ante las barbas y las babas de los que la hubieran violado y descuartizado sin pensarlo, con el jolgorio de la chusma.
Vamos con nuestras chocolatinas, nuestra lástima y nuestro complejo de dioses allí a la tierra de los dioses más viejos y sanguinarios, y sólo vamos a ser usados o devorados por ellos. Yolanda, aunque no se dé cuenta, va por iconografía y por moda, claro, pero tampoco entiende ni quiere entender lo que pasa. Lo de Palestina no es una reivindicación social, histórica ni geográfica; no es una guerra nacionalista, política ni económica. Es, sencillamente, una guerra santa. Y matarán y ofrecerán su muerte en ella, sin límite, como estamos viendo, hasta acabar con el infiel. Israel se defenderá y, como tampoco le faltan fanáticos y sádicos, pasará lo de siempre, lo que ha vuelto a pasar, lo que está pasando, lo que buscaba Hamás con la matanza de octubre, que no era tanto matar como ser luego masacrados. Y que, al final, fueran Sánchez o Yolanda allí, a hablar como en los Goya para todos los bobos occidentales.
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