Desde 2009 en Galicia no pasaba nada, salvo que ganaba el PP por mayorías absolutas que eran como acostumbradas cosechas del año, como si la gente fuera solamente buenas castañas. Así era hasta que Feijóo se fue a Madrid y ya nadie está seguro de lo que puede pasar. Esas mayorías absolutas castañeras o amapoladas las consiguió precisamente Feijóo, haciendo galleguismo cercano, medianero y un poco hermético, que se trataba de quedarse en Galicia como dentro de una tinaja mientras por España pasaban experimentos y populismos. Incluso cuando al PP casi se lo come Ciudadanos y Casado pasaba frío y miedo en Génova como en un pesquero (aquella sede siempre ha tenido arboladura marinera, con tendencia a irse a pique y a leyenda de buque fantasma), en Galicia seguían llegando las mayorías y los gobiernos tranquilos y reventones. Ahora no es que no vayan a conseguirlo otra vez, que será lo más probable, es que por primera vez ve uno al PP con dudas y miedos en su terruño.
Se diría que a Feijóo se le ha olvidado cómo coger el capacho de su partido en Galicia, o cómo ser gallego en Galicia, que ya sólo sabe ser gallego en Madrid. De repente, Feijóo parece que no sabe cómo ganar unas elecciones allí, o tiene miedo por primera vez de no ganarlas, o tiene miedo sin más, ya, de todo, hasta de los alcornoques, hasta de la mirada benigna y cuajada de las vacas de su pueblo. Feijóo se ha ido a Galicia llevándose Madrid, como llegó a Madrid trayéndose Galicia. Se ha ido allí con la política nacional, con la amnistía, con el pegamoide de Puigdemont, con la piñata de Sánchez, cuando en Galicia, de toda la vida, al PP no le ha hecho falta más que atender al clima y a los paisanos. El caso es que él lo sabe, él era de los que no querían en las campañas gallegas a estrellitas y ministrones, que iban siempre a otra cosa, como parece que va a otra cosa, ahora, Feijóo.
Feijóo parece un forastero en Galicia, como Macarena Olona en Andalucía con aquel traje de gitana de sueca guapa o de americana cañón en el Sacromonte. Un desconocido PP gallego incluso se ha visto en la necesidad de hacer su propio vídeo del dóberman, trasmutando a la candidata del BNG, Ana Pontón, en Arnaldo Otegi, que a ver qué pinta o ha pintado Otegi en Galicia nunca. El PP también se ausentó del debate en TVE, igual que en las generales, por si acaso el votante gallego se dejaba impresionar por el pirulí. Pero la cosa es que Feijóo no sólo decide hacer el telediario o el guiñol nacionales en Galicia, sino que, encima, suelta la gran confesión, su propia versión de los indultos y la amnistía (habría que preguntarle si hay amnistías e indultos buenos y malos) y hace estallar ese telediario y ese guiñol. O sea, que Feijóo cambia toda la estrategia histórica y agropecuaria de campaña, la que le dio esas mayorías que chorreaban por los hórreos, y después se carga él mismo la estrategia.
Un político se puede equivocar, incluso muchas veces, pero no puede entrar en pánico. Eso sólo se le perdonaba a Curro Romero, y Feijóo está lejos de ese faraón con reúma
Uno ya no entiende nada, y este misterio cosmográfico del PP de Feijóo, ya casi tan enrevesado como el de Kepler, es superior al misterio regional de las elecciones gallegas, que seguramente al final no tengan ningún misterio. Las dudas en estas elecciones no las generan las encuestas, que Feijóo ya sabe que han dejado de ser cartas desde el futuro, y menos las de Tezanos, que son como galletitas de la suerte. Las dudas las genera el propio Feijóo, que tiembla, vacila, gira y torpea incluso ante lo más conocido y lo más seguro, ante la Galicia que él mismo cultivó y recolectó tanto tiempo. Era normal que Feijóo se asomara a Madrid con temblorcito de banderillero de Jerez, que la capital se come a los políticos con más ganas que a los maletillas, las meritorias y los poetas. Pero de eso ya ha pasado bastante y Feijóo no sólo no parece haber aprendido nada, sino que ha olvidado los rudimentos de la política que dominaba.
Feijóo sigue temblando, y con él tiembla Génova, tiembla Galicia, tiembla España y tiembla, con gusto, el colchoncito vibratorio de Sánchez. Tiembla Feijóo incluso sin motivo, que es lo peor, que seguramente el PP ganará en Galicia más o menos como siempre. Feijóo, acostumbrado a la política cereal de Galicia, quizá no tuvo nunca que tomar decisiones trascendentales. Es posible que no tuviera ocasión siquiera de equivocarse en algo, que todo iba solo, arrastrado por el carro del sol como las estaciones. De ahí seguramente su reparo, su espera, su lentitud luego en todo, en tomar decisiones, en formar un equipo, en tener un programa que subir al torreón o mástil escorado de Génova. Lo singular es que el pánico a la decisión ha llevado a Feijóo, de repente, a las decisiones por pánico. Esto es para mí lo más importante de estas autonómicas, el pánico de Feijóo, que le hace revolucionar o volar las campañas que funcionaban y dudar del propio mecanismo del PP en Galicia, que era básico y casi mágico como el de una solanácea.
Nadie entiende lo que ocurre en el PP, que ha pasado de la pachorra al caos, como si Feijóo fuera una especie de Rajoy espídico. Un político se puede equivocar, incluso muchas veces, pero no puede entrar en pánico. Eso sólo se le perdonaba a Curro Romero, y Feijóo está lejos de ese faraón con reúma. Dicen las malas lenguas, y los altavoces de campamento de la Moncloa, que suenan como los de M.A.S.H., que Ayuso se prepara para cumplir su destino fáustico, sobre todo si hay sorpresa en Galicia. En realidad ya he dicho que Sánchez prefiere a Ayuso, que le da la caricatura perfecta, antes que a Feijóo. O al menos al Feijóo que parecía soso, serio y confiable, como un utilitario feo. Aunque quizá el sanchismo se esté pensando ya si un Feijóo que parece el demonio de Tasmania de los dibujitos es mejor o peor que una Ayuso como fantasía de cuero de la Gestapo. En Galicia ya no pasaba nada hasta que Feijóo ha entrado en pánico y puede pasar de todo. No ya en su pueblo, preñado de pacíficas castañas, sino en Madrid, que a lo mejor escupe pronto los huesos de otro maletilla.
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