En la víspera del 18 de febrero, en Galicia se vive una sensación de incertidumbre. Los sondeos diarios que realizan algunas empresas especializadas muestran una caída en la intención de voto al PP, que podría mantener la mayoría absoluta, pero con un margen muy escaso; un BNG que doblará en escaños al PSdG, y la posible irrupción del partido del estrafalario Gonzalo Pérez Jácome en Orense con un escaño. Sumar y Vox se quedarían fuera del parlamento gallego.
El PSOE ha tirado la toalla, pero no disimula su alborozo ante la posibilidad de que el PP pierda la mayoría absoluta. Porque, si eso sucede, todas las baterías de Moncloa y Ferraz dispararán al unísono contra Génova para desestabilizar a Núñez Feijóo.
El 7 de enero escribí una columna titulada Feijóo se la juega en Galicia; el 4 de febrero, volví a centrarme en Galicia con el título Quince días de infarto. La realidad no sólo ha confirmado el pronóstico, sino que lo ha agravado.
Era lógico pensar que el PP bajara de los 42 escaños conseguidos en 2020. El desgaste, después de cuatro mayorías absolutas consecutivas, y el hecho de que el candidato ya no fuera Núñez Feijóo, hacían pensar que el PP podría bajar uno o dos escaños. Pero, en enero, nadie en el cuartel general de los populares daba como posible la posibilidad de que la mayoría absoluta estuviera en riesgo. De hecho, las elecciones se adelantaron porque el PP a nivel nacional estaba lanzado como consecuencia de la amnistía con la que Sánchez ha pagado el apoyo de Puigdemont a su investidura.
Pero las campañas las carga el diablo. Feijóo puede dar testimonio de ello tras lo ocurrido en las generales del 23 de julio. Esa experiencia debería haber sido suficiente como para extremar la prudencia y no cometer errores como el cometido en la comida off the record con periodistas del 9 de febrero.
Ahora estamos ante un cara o cruz. Si Alfonso Rueda logra mantener la mayoría absoluta (aunque sea en el límite de los 38 escaños), la polémica se diluirá y el PP podrá contraatacar con el tortazo que se van a dar los socialistas.
Pero si Rueda no supera esa cota, y el BNG consigue gobernar con la ayuda de los socialistas, habrá consecuencias. Probablemente no inmediatas, pero sí profundas. Espero que Génova tenga previsto ese escenario para decir algo más que el consabido "Feijóo no se presentaba a estas elecciones".
Aunque se pretenda argumentar que la causa de la derrota ha sido Vox, como hemos escuchado en las últimas 48 horas, habrá un consenso, esta vez contra natura, entre muchos opinadores de centro derecha y las terminales mediáticas del Gobierno. Todos apuntarán a que la causa del fracaso habrá sido la confesión de que, en determinadas circunstancias, Puigdemont sería indultado si Feijóo desbanca a Pedro Sánchez.
Unos dirán que los gallegos han castigado "las mentiras" de Feijóo (el Gobierno y sus aliados), otros que la derrota se debe a un error de comunicación garrafal al admitir si quiera la posibilidad de que el líder de Junts eluda la prisión con un gobierno popular.
Jueces del Tribunal Supremo y de la Audiencia Nacional no daban crédito a lo que se publicó la semana pasada. Porque Feijóo no sólo admitió la posibilidad, eso sí condicionada, de que Puigdemont fuera indultado, sino que mostró sus dudas sobre la eventualidad de que se pueda demostrar el delito de terrorismo, para el que no sólo García Castellón, sino una amplísima mayoría de los fiscales de la Sala Segunda del Supremo, ven suficientes indicios.
De un escaño puede depender el futuro del líder del PP. El error del indulto a Puigdemont planea sobre el resultado del domingo
Especulaciones al margen (explosión controlada, pura estulticia, etc.), es un hecho que esa confesión ha dado munición de calibre al Gobierno para poner al mismo nivel las cesiones de Sánchez a lo que hipotéticamente hubiera estado dispuesto a hacer Feijóo, y ha hecho que el PP borre de sus últimos días de campaña el tema de la amnistía.
Incluso aunque fuera cierto que Junts pensara filtrar el contenido de sus conversaciones con el PP, cumpliendo la amenaza de Puigdemont ("todo se sabrá"), resulta incomprensible que los fontaneros de Génova no hubiesen valorado en su justa medida el daño autoinfligido al admitir el indulto ¡a una semana de las elecciones gallegas! Un ciudadano normal no hace distinción entre amnistía e indulto: el resultado es que, por el medio que sea, Puigdemont no pagará, como sí hicieron otros imputados por el procés, por el intento de subvertir el orden constitucional estableciendo una república independiente en Cataluña.
Los expertos en campañas electorales suelen decir que un slogan es malo cuando hay que explicarlo. Por tanto, una bomba como esa no se podía soltar en plena campaña. Sin elecciones de por medio, Feijóo debería haber explicado el contenido de las conversaciones con Junts. Si es que no tiene nada de qué avergonzarse.
Sin embargo, la respuesta que dio Génova a la onda expansiva que provocó el off the record fue todavía peor. Incluso se llegó a decir que todo era un bulo. Como siempre, lo más cómodo es disparar al mensajero.
El PP, además, tenía argumentos suficientes para contrarrestar la campaña de las mentiras con la que varios ministros, el candidato del PSdG y hasta la líder del BNG, han querido poner contra las cuerdas a Feijóo y a su pupilo Rueda.
Esteban González Pons (uno de los implicados en los contactos con Junts) ya dijo en agosto de 2023 que el PP estaba dispuesto a hablar con todos los partidos con "la única línea roja de EH Bildu".
Probablemente los contactos con Junts no fueron una buena idea, pero lo que fue una metedura de pata evidente es no haber hecho público de qué se habló en aquellas reuniones.
En lugar de reclamar su derecho a pactar con todos los partidos (menos con el que sigue sin condenar el terrorismo) siempre y cuando eso no implique renunciar a los principios, algo que hace Pedro Sánchez sin ningún escrúpulo, el PP ha querido correr un tupido velo sobre algo aparentemente bochornoso.
Génova ha manejado mal una situación delicada. La única esperanza es que los gallegos piensen que la alternativa (un gobierno de coalición de los nacionalistas con los socialistas) es todavía peor.
La política moderna consiste en eso: elegir el mal menor.
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