Feijóo habrá respirado, suspirado y descansado, que Galicia ha votado más o menos como siempre, aquietada o separada por esos pueblos suyos como arrecifes descubiertos o alfares mojados donde la política nacional parece una guerra en la estratosfera. La inquietud no estaba en Galicia, que casi parece nuestro Japón, ritual, circular, remiso y marinero. Ni en los medios, que, simplemente, no podían limitarse a hablar de meteorología gallega o eternidad gallega, esa eternidad que apenas se deshace en lluvia. La inquietud estaba en Génova, donde hace mucho que no duermen, atentos a las velas que tiemblan y los goznes que crujen, como en un castillo o en un galeón.
Una inquietud contagiada a todo por Feijóo, que ya no está seguro ni de la piedra catedralicia del PP gallego. El temblorcillo de Feijóo, que erigía, emborronaba o destrozaba campañas inauditas, el temblorcillo que lo atartajaba a él y desconcertaba o acojonaba al partido o al electorado, como el temblor de un cirujano o un autobusero, al final no ha tenido mucho efecto en Galicia. Pero ya no puede uno dejar de verlo, como un tic, una cojera o una verruga. Y el resto de España no es Galicia.
Feijóo se la jugaba, es lo que decía todo el mundo poniendo acento de tahúr. En realidad no se la jugaba tanto, que la historia del PP en Galicia, salvo una vez, apenas da para algunas gibosidades en la distribución de los escaños, como las gibosidades de su luna un poco japonesa. Estas gibosidades explican que el PP baje ahora un par de escaños con un nuevo líder, y que suba unos grados de marea el BNG, ese nacionalismo que está siempre ahí como mariscando entre la fortuna y los cambios de corriente. Lo que no ha sido nada suave ni meteorológico ha sido el descalabro del PSOE gallego, ni la confirmación de la evaporación de Sumar, Podemos y Vox. Claro que a ver quién se atreva a explicar esto en clave nacional, después de haber visto que Galicia es como una isla política separada no por aguas sino por magia de bosque, algo como un kodama gallego.
Estas elecciones le dejan a uno la sensación de que han sido a la vez interesantes e intrascendentes, repetidas y vertiginosas
Feijóo se la jugaba, con muy buenas cartas aunque manos sudadas, pero a lo mejor lo que pasa es que Feijóo siente que ya se la juega por todo y eso ha calado ya en él, en su equipo y en las piedras sillares de Génova, que también sudan como las manos del mal jugador. Galicia, sin hacer nada demasiado especial, salvo seguir siendo Galicia como Japón sigue siendo Japón, ha tranquilizado a Feijóo, que yo no sé si esto es tranquilizador del todo para el PP. Me refiero a que ganar donde siempre y más o menos como siempre no tendría que generar tanto alivio, igual que la posibilidad escasa de fracasar no tendría que generar tanta angustia, hasta el punto de cambiar el enfoque, el alcance y hasta el espíritu de una campaña que llevas repitiendo con éxito lustros, que eso con la inercia política, social o telúrica de Galicia es casi una eternidad. Es algo así como si en Valencia quisieran cambiar de repente las fallas por la feria de abril, y además fuera Feijóo un día a cargarse la feria como un metepatas de caseta. Al final no pasa nada, o sea Galicia sigue igual y el PP conserva la mayoría absoluta, pero Feijóo debe de sentirse ahora como ese metapatas después de la resaca, explicando o maquillando su numerito, su paranoia.
Galicia sigue siendo un poco inescrutable o inexplicable desde Madrid, que por eso estas elecciones le dejan a uno la sensación de que han sido a la vez interesantes e intrascendentes, repetidas y vertiginosas. A lo mejor Feijóo también se nos está haciendo inescrutable o inexplicable, claro. Eso puede quedar misterioso y orientaloide para Galicia, pero en un líder político las inseguridades, los bandazos y el temblorcillo en las decisiones como al sostener la tacita de té, no ofrecen mucha confianza. Feijóo habrá respirado, suspirado y descansado, que lo que nos demuestra es que tenía gran necesidad de respirar, de suspirar y de descansar. Un alivio, una paz y una necesidad exagerados y sospechosos, como el miedo que ya parece llevar Feijóo siempre encima, igual que una gaviota pepera encima del sombrero. Galicia queda como siempre, pero Feijóo está ahí con la mueca, con la cojera, con el orzuelo y con el pajarraco, imposible de no mirar. A ver qué pasa, a ver qué hace, a ver qué decide, a ver qué hace temblar Feijóo cuando se dé cuenta de que el resto de España ni siquiera es Galicia.
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