El PSOE ha pasado en Galicia del vuelco histórico al luto tranquilo y casi adelantado, como la viudez preclara de las gentes marineras. Son sus peores resultados, pero yo no veo una catástrofe para Sánchez, sino una simplificación. El PSOE gallego se ha convertido en neblina periférica, en ruina gótica a las afueras del sanchismo, pero quizá es a eso a lo que está condenado todo el PSOE más allá de la Moncloa, ese búnker electrificado que sólo protege un colchón de agua y una piscinita de riñón. Hay que recordar que el PSOE había sido ya casi borrado del mapa autonómico y municipal en mayo, y aun así Sánchez bailó, sabrosón y gozón, en la noche calentita del 23-J, con la calculadora en la mano como unas maracas de Georgie Dann o de su negro. Y es que se nos olvida que a Sánchez no le importa no tener partido. Es más, puede resultar más barato y sencillo alimentar socios para mantenerse en la Moncloa que alimentar al propio PSOE para mantener a Page, sin ir más lejos.
Al PSOE gallego se lo ha llevado una ola o una ventolera o ya ese ciclón que ha dicho Page, dejando sólo una chancla triste, ridículamente póstuma, como la de un guiri despanzurrado haciendo balconing. Esto, que sería un desastre en cualquier partido, no lo es en el de Sánchez. Se hunde el PSOE de Galicia pero sube el BNG, que es un socio que apoya y apoyará a Sánchez con menos problemas y más entusiasmo que el que generan los barones, militantes y damnificados actuales del Partido Socialista. Sánchez sin duda piensa que eso del poder territorial es una cosa para dar de comer a sacristanones y sangoneretas, allá por esa España vaciada que va siendo el país cuando se sale del salón donde recibe Sánchez en la Moncloa, lleno de abstracciones perplejas. Page y todo su PSOE manchego, carrasco y miguero no le aportan nada a Sánchez, aparte de unos dolores de cabeza que ni siquiera llegan a transformarse en cubismo que le adorne los sofás.
Page lleva advirtiendo mucho tiempo sobre el sanchismo, sobre ciclones o sobre huevones sin que en realidad haya hecho nada
Page, dado a alegorías de labriego o cabañuelista, se ha levantado con el dedo tieso y mojado de lengua contra el aire y ha advertido de que esto que ha ocurrido en Galicia remata un “ciclo hostil”, pero hay que evitar que ese ciclo se convierta en ciclón. Con sólo poner una ene, como entre huevo y huevón pero con la intención al revés, Page nos ha hecho visualizar y sentir ese vendaval gallego, atlántico, que puede barrer España y a todo el PSOE, que ya va con piedras en los bolsillos por si acaso. Page lleva advirtiendo mucho tiempo sobre el sanchismo, sobre ciclones o sobre huevones sin que en realidad haya hecho nada salvo señalar como una veleta de campanario, con mucho pecho y cola de gallito, y seguir rolando para donde sopla, un poco huevón él también. Pero, de todas formas, Page asume que a Sánchez le importa el partido (el de Page o el de Sánchez), le importan los ciclones o le importan los huevones, y eso es mucho asumir.
Sánchez no ha inventado la política sin ideología, la política como interés o como vanidad, pero hasta el más ambicioso e intrigante necesitó siempre un partido con sus soldados, sargentones, curitas y hospicianos. Sánchez creo que ve todo esto antiguo y engorroso, que teniendo tuiteros y tertulianos en Madrid eso de mantener un partido parece un despilfarro, como mantener un castillo en cada provincia. Sánchez ha decidido que es más simple mantenerse a él solo, más una breve corte de gaiteros y alpargateros. Igual que a Pablo Iglesias le basta con un micrófono de tómbola, a Sánchez quizá le basta con la calculadora de la tómbola y mucho nacionalismo o regionalismo de muñeca repollo esperándolo.
Page, que iba como de capea en lunes, entre envalentonado y folclórico, dice lo del ciclón y la gente interpreta enseguida un enfado o un poder olímpicos en eso de amontonar las nubes contra Sánchez. Pero ya no es que Page se anuble sobre anublado sin que pase nada, es que estos ciclones, se queden en Galicia volcando esos capachos marineros que después forman plazas enteras en los pueblos, o lleguen hasta Toledo o hasta el Mediterráneo, no llegan a la Moncloa, que es un búnker con barra americana y váter de chorritos. Sánchez está muy cómodo allí, contando escaños del Congreso como aquel marqués de Berlanga contaba su colección de pelos de coño. Ésos son los asientos que cuentan, no las sillas de comedor o de convento de los ayuntamientos y concejos, ni la silla de capataz de Page.
Sánchez lo ha simplificado todo genial o criminalmente, ha llegado a esa cínica sabiduría que le dice que una victoria lejana, rural y brumosa apenas se puede amortizar en propaganda, pero una derrota como la gallega apuntala a un aliado, otro nacionalismo con hambre barata de berza y simbología. Por el camino, claro, van cayendo barones carreteros y bedeles de Casa del Pueblo que parecen ya absurdos en sus labores, como esparteros. A Sánchez eso no le importa, ya está disfrutando de una segunda oportunidad, una segunda vida que nunca se imaginó, y si hay una tercera, sabe que vendrá de nuevo por la guerra nacional y abstracta entre la izquierda y la derechona también nacionales y abstractas, y por el comodín de la calculadora.
Page habla de ciclones y cataclismos como el profeta de las cosechas que parece, pero si Sánchez tiene que elegir entre mantener vivo a Frankenstein y mantener vivo al PSOE, al propio Page con su larga familia de socialistas como churumbeles, sabemos qué elegirá. Ha elegido ya, de hecho, y por eso es presidente del Gobierno. Por el camino caerá todo el socialismo, o quizá ya ha caído. Lo que quiere decir Page es que, llegado el momento, se tratará no ya de Sánchez o España sino de Sánchez o el PSOE. Empiezan a sentirlo ya los damnificados, los muertos de frío y los muertos de hambre del partido, antes incluso de que llegue ese ciclón.
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