Sánchez no es que se olvide pronto de Galicia, con esa cosa de nubarrón de España que tiene la región, apareciendo y desapareciendo con las isobaras o con la niebla como un faro fantasmagórico o mitológico. Sánchez en realidad se olvida pronto de todo, el pasado es un espejismo, el futuro es el siguiente telediario y, sobre todo, es que España ha demostrado no tener memoria o tener memoria de jornada de fútbol, siempre caducada al siguiente domingo. Galicia ya no existe, Galicia ya no es nada, se fue como una isla fantasma con barcos fantasma, y ahora la actualidad está en Marruecos o en Suiza, donde el sanchismo quiere enterrar las elecciones gallegas en arena de oro o en oro de chocolate. Ya decía yo ayer que Galicia es un fracaso del PSOE pero no de Sánchez. El presidente no necesita tanto un partido de baturros como unos nacionalismos ascendentes, agradecidos y hambrientos, con ganas de meter su cuchara de palo en la garbanzada nacional. Y sin embargo diría que a Sánchez le ha dolido ver que no es tan invencible ni tan hipnótico.

Por si acaso Galicia aún está presente, como un anticiclón, Sánchez se escabulle con Marruecos o con Suiza. A ver qué es Galicia al lado de Marruecos, donde Sánchez extiende su política exterior como un señor vestido de coronel Tapiocca extiende su mapa sobre el capó de un Land Rover. Y a ver qué es Galicia al lado de Suiza, nido perenne de tasadores, evasores y piratas que ahora cuestiona a nuestros jueces, o sea que casi habla en el lenguaje fachosférico de Sánchez. Lo de irse a Marruecos parece esa escapada a un balneario de la señora achacosa, jaquecosa o con aburrimiento uterino, como irse a Baden-Baden. Feijóo ha pasado del tembleque a la muñeira, sin cambiar mucho el gesto ni el espíritu, y a Sánchez, incluso cuando sabe que su guerra no se jugaba ahí, le han entrado ganas de desaparecer un rato, hasta que terminen los coros y danzas. Al fin y al cabo, lo que ha pasado es que el PP sigue mandando en Galicia y Sánchez sigue mandando en España, o sea que no ha cambiado nada. Sin duda Sánchez piensa que la muñeira no durará mucho (nadie soporta mucho tiempo una muñeira) y es mejor seguir haciendo sanchismo que intentar dar explicaciones.

Sánchez decide seguir siendo Sánchez, irse a Marruecos o señalar a Suiza, por dejar de catetos y fachas a los que se quedan en España con la muñeira, y también por ir haciendo patria donde hay que hacerla, que es más en Rabat y en Génova que en esa Plaza del Obradoiro tomada por la gloria o la peste de la piedra, o en ese Orense con un alcalde friki que parece un teleñeco. Las explicaciones de lo de Galicia no le salían muy bien a Sánchez, ya lo han visto empeñado en excusarse o enfadarse con unos jefecillos regionales que no ejercen un liderazgo “transversal”, o sea que no son como él, que le cabe el Titanic en todas las orientaciones posibles. Era mejor pirarse, que es una manera de darles la importancia que tienen, o sea poca, a Galicia, a la muñeira o lo que fuera eso de Génova (la canción era algo entre Xuxa, Paloma San Basilio y Horacio Pinchadiscos), y hasta al PSOE de Page o de los mocos galaicos.

El socialismo se ha quedado como a la intemperie, con el paraguas o el bonete volado, y Sánchez, que no puede admitir que eso no le importa, quiere demostrar que él sigue siendo el poder y que el socialismo tiene que rendirse totalmente a él o desaparecerá

Sánchez no sólo huye de España o de la euforia exagerada y por tanto sospechosa del PP, sino que también huye de su partido. El socialismo municipal u obispal se ha quedado como a la intemperie, con el paraguas o el bonete volado, y Sánchez, que no puede admitir que eso no le importa, quiere demostrar que él sigue siendo el poder, el futuro, la única opción, y que el socialismo tiene que rendirse totalmente a él o desaparecerá, y no al revés. Por eso se va a Marruecos, que no es una claudicación sino una afirmación. Puede parecer que Sánchez va a Marruecos a rendir pleitesía a Mohamed VI, el rey que está siempre entre el medievo y el casino. Pero es como cuando parece que Santos Cerdán va a rendir pleitesía a Puigdemont a Suiza, y lo que pasa es que Sánchez se está trabajando a destajo su supervivencia, está demostrando que hará cualquier cosa por su supervivencia, y eso significa que quien esté con él también sobrevivirá.

Galicia ha durado poco, sólo ese telediario por el que Sánchez mide el futuro. Ahora no se trata tanto de que Sánchez pase página, de que cierre lo de las elecciones gallegas igual que una puertecita de gnomo, sino de hacer ver que está donde siempre, como parece estar donde siempre Galicia, con el sol puesto sobre el mar como un plato sobre hule. Marruecos, el baboseo en Marruecos, la reverencia chanclosa ante Marruecos (reciba o no el rey niño a Sánchez), es una manera de afirmar la seguridad del sanchismo en todas sus humillaciones y en todo el poder que le da esas humillaciones, sobre todo la suma humillación ante Puigdemont. Y además está Suiza, que es como otra Bélgica indistinguible de chocolates mantecosos y jueces condescendientes, insinuando motivos políticos en las pesquisas de nuestros tribunales, o sea internacionalizando la fachosfera para jolgorio de la Moncloa.

Suiza, ese gran cofre corsario con llave de colegiata, lleno de lingotes de oro y de mierda de todo el mundo, señala a nuestros jueces como dudosos, isabelones o franquistones, exactamente como lo hace el propio Gobierno. Marruecos, feudalismo con grecas y garrapatas, nos chulea por alguna razón que sólo conocen Sánchez y alguna Azofaifa o algún espía de por allí, aunque esto sólo es una romantización orientaloide del chuleo principal de Puigdemont. Y Sánchez, en fin, aún reina en los telediarios como en los caballetes, aunque Page se abroche la rebeca ya abrochada, como en el enfado impotente de una suegra, y aunque el PSOE empiece a sentir un vértigo que a lo mejor tampoco es para tanto, que después de todo nada es tan seguro como obedecer al que manda. Como ven, todo sigue igual. Galicia no ha durado nada, o sea lo normal aquí, aunque, por si acaso, unos se escabullen por las dunas y otros bailan sin mover los pies. Lo suyo sería que Sánchez bailara una irónica y satisfecha muñeira en Marruecos, y que Puigdemont lo hiciera en Suiza.

Sánchez no es que se olvide pronto de Galicia, con esa cosa de nubarrón de España que tiene la región, apareciendo y desapareciendo con las isobaras o con la niebla como un faro fantasmagórico o mitológico. Sánchez en realidad se olvida pronto de todo, el pasado es un espejismo, el futuro es el siguiente telediario y, sobre todo, es que España ha demostrado no tener memoria o tener memoria de jornada de fútbol, siempre caducada al siguiente domingo. Galicia ya no existe, Galicia ya no es nada, se fue como una isla fantasma con barcos fantasma, y ahora la actualidad está en Marruecos o en Suiza, donde el sanchismo quiere enterrar las elecciones gallegas en arena de oro o en oro de chocolate. Ya decía yo ayer que Galicia es un fracaso del PSOE pero no de Sánchez. El presidente no necesita tanto un partido de baturros como unos nacionalismos ascendentes, agradecidos y hambrientos, con ganas de meter su cuchara de palo en la garbanzada nacional. Y sin embargo diría que a Sánchez le ha dolido ver que no es tan invencible ni tan hipnótico.

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