Koldo García parece ese tipo que igual se hace mítines que puticlubs o que cementerios, que todo, bien llevado, puede ser carrera o negocio, y más en política. Koldo García, con hacha y saco, con gafas de Stallone y bocadillo de Pilón, con sombra de algarrobo y musicalidad de oleaje de tinaja, a mí me parece de lo más verdadero que puede dar la política, llena de actores del desmayito o de la ortodoncia.
De vez en cuando nos sorprende este socialismo tan elegante en el que un señor con pinta de meter panceta en el tanga de la estríper y de sacar ojos con mondadientes (a lo mejor lo ha hecho de verdad entre turno y turno en el puticlub o en los gabinetes socialistas); un señor así, en fin, te organiza ministerios, viajecitos, negocietes, mordidas o sustos. Digo elegante porque para que vaya por delante el candidato pimpollo, por ejemplo Sánchez, hacen falta muchos Koldos, muchos Ábalos y muchos Santos Cerdán, todo ese peonaje de gente fiel, sórdida, ambigua y nocturna. Fue el mismo Santos Cerdán el mentor, el padrino de Koldo, que a estos tipos se los descubre así, como a un boxeador de Vallecas con gran potencial para las hostias y la gloria.
Del arroyo al pelotazo, del putiferio al ministerio, lo de Koldo es un carrerón político hecho a base de manaza, posición y silencio, que a veces la política es poco más que eso. De basurero de borrachos y empapadores a gorila con pinganillo, de chófer de las noches espesas y olvidadizas de los políticos a asesor o guardián ministerial, de mano derecha de Ábalos a mano larga en lo público… Es lo que uno llamaría el ascensor social socialista, que ya huele un poco a tigre después de que hayan pasado por allí tito Berni en calzoncillo blanco y los de los ERE con la coca, con la vaca asada con billetes y con las putas más tristes del pueblo, con sus vomitonas de rímel corrido, pistachos y ron con cocacola.
Koldo García, al que de repente no conoce nadie, o lo conoce sólo de verlo por ahí en los saraos, entre camarero de las croquetas, mozo de cuerda y Mocito Feliz, no es una sorpresa ni es una rareza, es un paradigma en nuestra política, como la mocatriz en nuestro faranduleo.
Del arroyo al pelotazo, del putiferio al ministerio, lo de Koldo es un carrerón político hecho a base de manaza, posición y silencio
Nadie en el ascensor socialista, con olor familiar y espesado, quiere saber nada ahora de Koldo García. Y, sin embargo, no se trata tanto del propio Koldo sino precisamente de los que lo ficharon, como si fuera un lateral leñero del Osasuna, y lo promocionaron, y le dejaron secreteres y ministerios, y le encomendaron confidencias y misiones (ya habrán oído al alcalde socialista de León contando las amenazas del gorila, como con el bate de béisbol de un solo dedo). Santos Cerdán lo descubrió, como un diamante en bruto que debía seguir bruto, y se lo trajo a Madrid, bamboleante igual que una tonadillera. Luego, se lo pasó a Ábalos, o Ábalos se lo robó, como se roba un buen ayuda de cámara o un buen esbirro. Koldo ascendía en el ascensor sin botones y supone uno que sería porque lo hacía bien, porque asustaba en las esquinas, solucionaba marrones, disolvía esqueletos y se disolvía él en el silencio, como una gran campana cuando por fin se calla, que no creo que este hombre sea un ideólogo ni un creativo. Si alguien quería pasar de la garita en el ministerio de Transportes, si alguien quería llegar a Ábalos, tenía que pasar por él. No sé si ofrecía cafelitos, como un Juan Guerra con porra de perdigones, pero hacía mucho para no ser nadie.
A Koldo García, que estaba siempre en el tiro de la cámara o tenía a tiro a la cámara, que podría llevar en brazos a Ábalos como a una novia o a un tronquito para la chimenea, que era como el ama de llaves del ministerio con lunar peludo, ahora no lo recuerda nadie.
Si hay algo más peligroso para un sospechoso que el detalle es justo el olvido, eso de que Koldo haya desaparecido a la vez natural y antinaturalmente de todas aquellas altas misiones y confianzas, a las que llegó también a la vez natural y antinaturalmente, como por antigravedad.
En todo caso, Koldo, simple chófer o gorrilla, matón de fines de semana de mesón como un matón de romper piernas de cordero, mindundi de dos metros, don nadie que pasaba el plumero por el ministerio y la cera por sus coches tintados; Koldo García, tuercebotas sanchista, monstruo de Frankenstein aparcado en las puertas, Luca Brasi de Ábalos, fue capaz (presunta o increíblemente capaz) sin ser nadie, sin levantar sospechas de nadie, sin provocar la pregunta o la sorpresa de nadie, de pegar mordidas de millones con el ministerio de Marlaska y con varias administraciones autonómicas socialistas.
Lo de Koldo García tiene mala pinta, ya van veinte detenidos y en el caso se concentran todas las características y los tópicos del mangazo político: el empleado público con acceso privilegiado, la oscura empresa ajena o vacía, los precios inflados, la colaboración o la ingenuidad en varios niveles de distintas administraciones, la mordida a todo lo que daba la boca o el hacha mellada del individuo, y hasta la elegancia que suele acompañar estos lances, estos negocios entre altramuces y serrín como otros negocios entre caviar.
Es espectacular lo que pudo hacer Koldo sin ser nadie, apenas un armario con ruedas. En todo caso, Sánchez, precavido, sabio o adivino, ya se deshizo de Ábalos y aparcó a Koldo en la Renfe como en un cementerio de vagonetas. Supiera o no el presidente más o menos lo que los demás, todos en el ascensor socialista lo han olvidado y se han tapado las narices y las bocas. Todos son conscientes no ya de que en ese ascensor estuvieron o están Ábalos y Cerdán, sino de que ese ascensor llega hasta Sánchez.
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