Con las armas nucleares es mejor no jugar. Las cosas tenían mejor pinta cuando tras anunciar un reset (puesta del contador a cero) en las relaciones con Rusia, Barack Obama recibió el Premio Nobel de la Paz por abogar por un mundo "libre de armas nucleares", a pesar de que luego emprendió un proceso para modernizarlas que trató de hacer más digerible anunciando que reducía su número total y organizando hasta cuatro cumbres de seguridad nuclear. Asistí a la primera en Washington DC acompañando al presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, con participación de 47 países a nivel de jefe de Estado o de Gobierno. Luego hubo otras en Seúl, La Haya y de nuevo Washington. Era un momento en el que todavía Estados Unidos y Rusia cooperaban para reducir los riesgos de proliferación que años atrás, en 1968, había dado a luz el TNP (Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares).
Luego el ambiente se deterioró rápidamente, y Donald Trump decidió retirar a Estados Unidos del Tratado de Armas Nucleares Intermedias (INF en sus siglas inglesas o Intermediate-Range Nuclear Forces Treaty) que habían firmado Ronald Reagan y Mijail Gorbachov en 1987 y que condujo a la destrucción por ambas partes de 2.700 misiles con un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros, así como de sus plataformas de lanzamiento.
Este acuerdo eliminó de nuestro continente miles de cabezas nucleares y fue un enorme éxito que contribuyó de forma decisiva a la seguridad europea en los momentos convulsos de la caída del Muro de Berlín, aunque las recriminaciones recíprocas por incumplimiento de lo entonces acordado comenzaran poco después de la desaparición de la Unión Soviética.
Zozobra el INF
Donald Trump justificó su decisión con el argumento de que los rusos no cumplían el tratado, en lo que, al parecer, tenía razón, pues ya denunció Obama en 2014 que el misil ruso Novator 9M729 lo violaba claramente. Y lo mismo dijo el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, años más tarde. No parece haber dudas al respecto. A eso los rusos respondieron que lo habían hecho en respuesta al despliegue estadounidense de escudos antimisiles en países europeos como Rumanía, Polonia y España (base de Rota) y que esos escudos incluían sistemas Aegis, misiles interceptores SM-3 y también misiles de crucero.
De hecho, Putin afirmó con insistencia que el acuerdo no servía a los intereses de Rusia a la vista del despliegue en los Países Bálticos y en Polonia de 4.500 soldados estadounidenses y de otros países de la OTAN (entre ellos la misma España), lo que le valió de conveniente excusa para desplegar a su vez misiles Iskander en el enclave de Kaliningrado entre Polonia y Lituania, que podían llevar cargas nucleares, aunque no está confirmado que actualmente estén así armados.
Además, los rusos acusaron a Washington de desplegar drones cerca de sus fronteras y argumentaron que los drones no existían cuando se firmó el Tratado INF en 1987, siendo así que pueden producir los resultados similares a los de los misiles de mediano alcance sin violar la letra del acuerdo. Y así, entre acusaciones mutuas de incumplimiento por parte de unos y otros el Tratado INF zozobró, y seguramente los dos tenían razón. El ambiente se complicó aún más en 2012 cuando Moscú dio otra vuelta de tuerca y puso fin al Programa Nunn-Lugar de creación de confianza que permitía inspecciones directas en las instalaciones nucleares rusas.
Qué pasa con China
Los dos países tienen su lógica: Rusia piensa que una reducción de sus arsenales nucleares no le conviene a la vista de su inferioridad en términos de fuerzas convencionales, y, por otro lado, a Estados Unidos no le interesa atarse a una reducción pactada con Rusia mientras China no esté sometida a ninguna limitación. Porque el Tratado INF vinculaba a los rusos y a los estadounidenses, pero no a los chinos, que no lo firmaron porque no están en Europa, aunque estén fabricando misiles de alcance corto y medio para instalarlos en atolones, arrecifes e islas artificiales en el mar de China, con el consiguiente riesgo para la libertad de navegación en esas aguas que son internacionales, según el derecho del mar (Convención de Montego Bay), pero que Pekín reclama como propias.
Son aguas que no solo tienen valor estratégico como vías de comunicación, sino que parece que albergan fondos marinos muy ricos. Con el Tratado INF en vigor, los estadounidenses se encontraban en inferioridad de condiciones con respecto a los chinos porque estos, aunque hayan firmado el TNP (Pacto de No Proliferación Nuclear), pueden desplegar esos misiles de alcance intermedio que a ellos se les prohíben. Y en esto no les falta razón.
Washington sostiene que el INF se sustituya por otro tratado que comprometa a quienes disponen de misiles nucleares de medio alcance, incluidos China, India, Pakistán, Corea del Norte, Francia y Reino Unido
La postura de Washington es la de que el Tratado INF tal y como se firmó en 1987 ha perdido su razón de ser y que debería ser sustituido por otro que comprometa a todos los países que ahora disponen de este tipo de misiles: Estados Unidos, Rusia y China, por supuesto, pero también India, Pakistán, Corea del Norte, Francia y el Reino Unido. E Israel. A nadie se le oculta que una negociación de estas dimensiones y con tan distintos interlocutores es cualquier cosa menos sencilla y más aún en el mal ambiente que existe en el mundo desde que Putin lanzó su invasión de Ucrania.
La situación empeoró cuando en febrero de 2021 caducó la vigencia del otro gran tratado de reducción de armas nucleares de largo alcance entre Rusia y Estados Unidos, el Tratado START III que firmaron Obama y Medvedev en Praga en 2010 y que reemplazaba a otros anteriores como el Tratado de Moscú y el START, pues el START II nunca llegó a entrar en vigor.
El Tratado START III redujo a la mitad el número de armas y limitó a 1.550 el número de cabezas nucleares que podía tener cada uno (Rusia y Estados Unidos) desplegadas, que siguen pareciendo demasiadas a pesar de ser las cifras más bajas de los últimos sesenta años. Para mantener el tratado vivo, Estados Unidos insiste en que China debe también adherirse, pero Pekín no muestra el menor interés en reducir su arsenal que ya cuenta con unas 300 cabezas nucleares.
Y tampoco está muy claro cómo podría producirse esa eventual negociación a tres bandas porque ni Moscú ni Washington aceptan rebajar sus arsenales de 1.550 a 300, para igualar a los chinos, ni tiene ningún sentido animar a estos a alcanzar las 1.550 cabezas nucleares de los otros, porque si de lo que se trata es de eliminar ese tipo de armas, el camino no puede ser aumentarlas.
Confiar, pero comprobando
Al llegar Joe Biden a la Casa Blanca, una de sus primeras decisiones fue acordar con Putin la prórroga de este tratado durante cinco años más con objeto de dar tiempo a conversaciones que encuentren soluciones a estos asuntos tan espinosos y que lo puedan actualizar.
No es eso todo, pues Donald Trump también decidió retirarse de otro tratado de control de armas, el Tratado Cielos Abiertos (Open Skies Treaty), negociado por el presidente George H. W. Bush y su secretario de Estado James Baker cuando la Unión Soviética daba sus últimas bocanadas, y que luego fue firmado hasta por 34 países. Su objetivo era crear un clima de confianza al permitir vuelos sobre el territorio de la otra parte por aviones que llevan a bordo sensores y equipos que detectan que no se prepara ningún ataque o acción militar sospechosa. Es lo que en la jerga diplomática se llama un instrumento de creación de confianza donde no la hay (confidence building measures), basado en la política de Ronald Reagan de «confiar, pero comprobando» (trust but verify).
Donald Trump declaró que los rusos lo violan porque no dejan a los estadounidenses sobrevolar y vigilar Kaliningrado, que es una ciudad donde sospechan que se han podido instalar armas nucleares, ni tampoco permiten sobrevuelos sobre lugares donde las fuerzas rusas llevan a cabo maniobras militares, algo que la diplomacia estadounidense viene denunciando desde 2005. De forma que, tras años de protestas, Donald Trump anunció que Estados Unidos se retiraba también de este acuerdo.
El cuadro se completó con la revisión por Trump de la doctrina nuclear norteamericana (Nuclear Posture Review) que ahora aboga por "una estrategia de disuasión nuclear flexible y medida", que no excluye —y esto es muy importante— el primer uso de armas nucleares incluso contra ataques convencionales cuando se den "circunstancias extremas" o estén en juego "intereses vitales". Hasta ese momento los estadounidenses habían dicho que ellos nunca las utilizarían en primer lugar y ahora solo China continúa afirmándolo.
Consecuencias de la guerra de Ucrania
Hasta aquí el paisaje previo, que ya no era bueno, pero que acabó de saltar por los aires con la guerra de Ucrania y que se ha completado con la decisión de Putin el 21 de febrero de 2023, cuando se cumplía casi un año de la invasión, día por día, de "suspender la participación" (no retirada) rusa en el Tratado START III sobre misiles balísticos intercontinentales, que se había prorrogado por Biden y Putin por un periodo de cinco años, hasta 2026, al llegar a su término en 2021.
Cabe aquí recordar que el que avisa no es traidor, pues a poco de iniciarse la invasión de Ucrania, Dimitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia y un conocido halcón, irritado por la imposición de sanciones a Rusia, advirtió que su país podría abandonar algunos tratados importantes —y mencionó el START III—, amenazando también con la posibilidad de romper relaciones diplomáticas al decir sin rodeos que "es hora de colgar gruesos candados en las embajadas". Es un bocazas peligroso.
Por eso Jake Sullivan, consejero de Seguridad nacional de Biden dijo en junio de 2023 que nos encontramos ante "un punto de inflexión en nuestra estabilidad y seguridad nuclear", ante "nuevas amenazas que desafían el orden posterior a la guerra fría" y anunció la adopción de "contramedidas" de Washington a la decisión de Moscú como es la suspensión de las notificaciones diarias que el Tratado START preveía. El ambiente es peor cada día.
La doctrina nuclear rusa solo permite el uso del arma nuclear cuando el territorio ruso es atacado (también Donetsk, Lugansk, Zaporiya y Jersón) o el objetivo son los arsenales nucleares rusos
De hecho, Putin también había avisado ya en octubre de 2022 cuando reconoció que tras la anexión a Rusia de las cuatro provincias ucranianas de Donesk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón estaba dispuesto a utilizar todos los medios para defender lo que ahora consideraba parte de su territorio nacional. Es un golpe maestro. No hay que olvidar que la doctrina nuclear rusa solo permite el uso del arma nuclear en dos casos: cuando el territorio ruso es atacado (y para Rusia esas cuatro regiones son territorios rusos tras la anexión) o cuando el objeto del ataque son los propios arsenales nucleares rusos. De modo que Rusia agrede, ocupa territorio, lo convierte en propio por sí y ante sí, y luego dice que tiene que defenderlo con la bomba atómica si es necesario. ¡Bingo!
La situación actual, en plena guerra en Ucrania, es que no hay límites al número de cabezas nucleares que Rusia puede desplegar. En un discurso solemne ante ambas cámaras del Parlamento, Putin dijo: ·Hemos hecho absolutamente todo lo posible para resolver este problema (el de Donbás) pacíficamente… Nos quieren asestar una derrota estratégica y se meten en nuestras instalaciones nucleares. Por ello me veo obligado a anunciar hoy que Rusia suspende su participación en el Tratado sobre Armamento Estratégico Ofensivo… nosotros también vamos a ensayar nuevas municiones nucleares". Como reconoció entonces Stoltenberg, secretario general de la OTAN, con esta decisión quedaba "desmantelada toda la arquitectura de control de armas", algo que Antony Blinken, secretario de Estado de EEUU, calificó como "profundamente desafortunado e irresponsable".
Las potencias nucleares no pierden
A partir de ese momento comenzaron a llegar desde Rusia declaraciones que subían progresivamente el tono de la amenaza. Así, en marzo de 2023, Dimitri Medvedev, después de afirmar que "nuestras relaciones con Occidente son peores que nunca", respondió a la pregunta de un periodista que la amenaza de un conflicto nuclear "no ha disminuido, ha crecido. Cada día, cuando proporcionan a Ucrania armas extranjeras, se acerca el apocalipsis nuclear", porque "las potencias nucleares no pierden grandes conflictos de los que depende su destino… pero eso debería ser obvio para cualquiera. Incluso para un político occidental que haya conservado al menos un rastro de inteligencia".
Y en las mismas fechas, Putin admitió, en plena batalla de Bajmut, que la guerra de Ucrania podría prolongarse y advirtió que la amenaza de guerra nuclear es cada vez más alta, aunque Rusia nunca sería la primera en emplear armas de ese tipo: «Nuestra estrategia sería utilizarlas como defensa… cuando nos atacan, devolvemos el golpe», y luego anunció su intención de desplegar armas nucleares tácticas en Bielorrusia (el embajador ruso en Minsk matizó entonces, poco tranquilizador, que el despliegue se haría en la parte occidental, cerca de la frontera con los países bálticos y Polonia).
Es la primera vez que armas nucleares regresan a Bielorrusia, que en 1993 transfirió a Rusia 600 cabezas que el despliegue soviético había ubicado en su territorio
Las armas nucleares tácticas tienen un alcance normalmente no superior a los 500 kilómetros, cabezas nucleares más pequeñas de entre uno y 50 kilotones, y su utilidad es mayor contra concentraciones de tropas o bases militares en la retaguardia, por más que contaminen el terreno y lo dejen imposible a la vez para unos y para otros, «para vos y para mí», como diría don Mendo. Es la primera vez que armas de este tipo regresan a Bielorrusia, que en 1993 transfirió a Rusia 600 cabezas nucleares que el despliegue soviético había ubicado en su territorio.
Según Putin, el despliegue actual no viola los compromisos de Rusia con el TNP y añadió que las armas estarían en todo momento bajo control de Moscú. Washington se limitó entonces a considerar esta decisión como algo «irresponsable» y una «provocación», aunque el portavoz de la Casa Blanca añadió que «no vemos ninguna razón que nos lleve a reajustar nuestra postura nuclear».
En mayo del mismo año 2023, Medvedev dio otra vuelta de tuerca al advertir durante un viaje a Vietnam que si Ucrania recibe más armamento occidental y armas nucleares —cosa que nadie ha planteado nunca darle a Kiev—, "habrá que asestar un ataque preventivo… significará que sobre ellos caerán misiles con cargas nucleares". Fue por esas fechas cuando comenzó el traslado a Bielorrusia de esas armas tácticas. Para mayor intranquilidad, Zelenski repite que las fuerzas rusas planean ataques terroristas en Zaporiyia, la mayor central nuclear en suelo europeo que fue ocupada por los rusos a comienzos de la guerra. Y su amenaza es creíble si se considera el penoso estado en el que los rusos dejaron Chernóbil tras varios meses de ocupación —y saqueo— en 2022.
Por otra parte, a mediados de agosto de 2023 y en plena contraofensiva ucraniana, los nervios rusos aumentaban y el mismo Dimitri Medvedev no tenía empacho en afirmar públicamente que si la ofensiva tuviera éxito Rusia usaría armas nucleares, mientras que el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov insistía en la misma idea al decir en la XI Conferencia sobre Seguridad Internacional de Moscú, celebrada en las mismas fechas, que «Occidente está aumentando significativamente la amenaza de un choque militar directo entre potencias nucleares». ¿Farol? ¿Realidad? En todo caso, muy poco tranquilizador que se amenace tanto con su uso por aquello de que va tanto el cántaro a la fuente…
El caso es que en octubre de 2023 la Duma anunció que se proponía estudiar la retirada de Rusia del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT), lo que causó consternación generalizada. El Kremlin se apresuró entonces a dejar claro que no es que tuviera intención de llevar a cabo pruebas nucleares, sino que daba el paso para poner en evidencia a los estadounidenses que firmaron en su día el Tratado pero que nunca lo han ratificado. Es una prueba más del mal ambiente que hay entre Moscú y Washington, que se traslada también al dominio ultrasensible del armamento nuclear, aunque el mismo Putin, en un intento de calmar el mal ambiente, descartó que Rusia tuviera —al menos por el momento— intención de usar armas nucleares en Ucrania.
En un discurso pronunciado en Sochi a principios del mismo mes de octubre dijo: "No existe ninguna situación hoy en la que algo amenace la existencia del Estado ruso", en referencia a la doctrina militar que permitiría su uso si eso sucediera.
Tanto chinos como estadounidenses parecen considerar que al menos por el momento las amenazas rusas no son creíbles, mientras utilizan canales de diplomacia discreta para advertir a Moscú de las gravísimas consecuencias que tendría su utilización. Pero que no parezca probable su uso no quiere decir que sea imposible… sobre todo si las cosas en el campo de batalla se torcieran mucho para Rusia. Uno no puede por menos que preguntarse dónde ha quedado la acertada declaración conjunta que firmaron Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1985 según la cual "una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe pelear". Amén.
Oppenheimer ya lo dijo
El caso es que los riesgos de seguridad nuclear crecen por vez primera en una década, según confirma el índice anual hecho público en 2023 por la Nuclear Threat Initiative, un observador independiente con base en Washington. Según su presidente Ernest J. Moniz, antiguo secretario de Energía con Obama, el mundo "está desmantelando avances en seguridad nuclear conseguidos con mucho esfuerzo desde el final de la guerra fría", y en ello tiene mucho que ver la guerra de Ucrania y el mismo debate popular sobre el Armagedón nuclear que no por casualidad coincide con el estreno de la película Oppenheimer sobre el padre de la bomba atómica.
En un artículo escrito para Foreign Affairs en 1943, Oppenheimer auguraba un tiempo en el que habrá "una gran acumulación de materiales para (hacer) bombas atómicas. Y un preocupante margen de incertidumbre en relación con su responsabilidad, realmente preocupante si todavía vivimos con los vestigios de la sospecha, la hostilidad y el secretismo del mundo de hoy".
Oppenheimer acertó, porque mucho me temo que las cosas no han ido desgraciadamente a mejor desde que escribió esas proféticas líneas y han empeorado significativamente desde que Putin tomó la mala decisión de invadir a su vecino. Es una lástima, como ya decía el mismo Oppenheimer en otro ensayo escrito pocos años después, en 1948, que no fuéramos entonces capaces de convertir la energía nuclear en una herramienta para la paz y la estabilidad en el mundo. Ni entonces ni ahora, porque pone los pelos de punta constatar la creciente ligereza con la que los medios de comunicación tratan el tema.
El fin de una era'
Este texto corresponde a un capítulo del libro El fin de una era. Ucrania: la guerra que lo acelera todo, de Jorge Dezcallar, publicado por La Esfera de los Libros. Jorge Dezcallar (Palma de Mallorca, 1945) es diplomático de carrera. Ha sido embajador en Marruecos, la Santa Sede y EEUU. Fue el primer civil a cargo del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
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