Tenía que salir Delcy, con su nombre de natillas o de leche en polvo comunista, con sus maletas como del oro de Moscú pasado por Maracaibo, como si hubiera pasado el Dioni (aunque el Dioni se fue a Brasil, creo, donde ha ido Sánchez a hacer unas Américas de disimulo y como de estraperlo). Un informe de Hacienda sitúa al conseguidor o rebañador Víctor de Aldama en aquel día o aquella noche en Barajas, con Delcy y Ábalos y un decorado de la Warner de focos antiaéreos, aviones de papel de plata y destinos que se cruzan entre avisos de megafonía como de ángeles telefonistas. Lo primero que piensa uno es que la corrupción o el chanchulleo nacionales no pueden estar tan extendidos cuando parece que sólo hay cuatro encargándose de todo, de las mordidas, del marisco, de llevar y traer sombrereras, de las vacaciones y del blanqueo, de Baleares y de Venezuela, cosa que desde luego simplifica. Debe de ser una consecuencia de la competencia y la supervivencia, como en la selva o en Chicago.
El informe de Hacienda es un poco confuso, pero en las escuchas, el propio Juan Carlos Cueto, supuesto cerebro o al menos cerebelo de la cosa, ya se encargaba de ir desplegando el mapa de la trama, que abarca varios continentes y como varias mesas de almirante: “[A Aldama] le preguntarán por todos. Por mí, por Angola, por Ábalos, por el presidente del Gobierno, por la ministra de Defensa, por Delcy, por las maletas... por todo”. Lo de Delcy y las maletas, ya ven, no era un invento ni un adorno, como las maletas vacías o llenas sólo de grandeza huida de esas grandes duquesas huidas. Cueto cita las maletas de Delcy como una preocupación concretísima y principal, como un tema a prepararse, como el Derecho Mercantil para el opositor. Pero la verdad es que lo de Venezuela ya nos suena demasiado conocido, incluso idílico. Para esa España que no iba a ser Venezuela, que daba risa cuando se decía que nos íbamos a convertir en Venezuela, aún vemos que los jefazos de esta época siguen teniendo allí su sustento, su cofrecito, su novia o su guarida.
Tenía que salir Venezuela, póster de las vacaciones posmarxistas de igualísima igualdad e igualísima mierda de la ultraizquierda que aún nos gobierna, tenían que salir sus vicepresidentas o duquesas moviendo cubertería, candelabros o lo que muevan las vicepresidentas o duquesas posmarxistas o trafagadoras; tenían que salir sus aerolíneas de papel de periódico compradas, vendidas o rescatadas antes o después de incendios o estafas; y sus negocios sentimentales y fáciles, como de indiano o esclavista; y sus lazos zapateriles, que el bueno de Zapatero tiene allí su corazoncito como en un altar entre moscas, él que es como un santo rojo del Greco, leve, llameante y bobamente arrebatado, como más llamado por una flauta que por Dios. Tenía que salir Venezuela, ya digo, por su vecindad económica, sentimental, ideológica, ultramarina, pero uno lo que está deseando saber es qué pasa con Angola, que eso sí que me resulta exótico. Y qué pinta en ese mapa o en ese temario la ministra de Defensa, con su cosa de monja castrense de Fellini. Y, claro, el presidente del Gobierno, que ya se puede decir que el presidente del Gobierno sale en el sumario, o sea que esa defensa de Armengol no le serviría.
Hemos vuelto a Delcy y a Ábalos, que le hacía de porteador en el abismo como para una futura novia de Tarzán o de Clark Gable, que también cazaba rubias en la jungla como el otro cocodrilos.
Hemos vuelto a Delcy, al Delcygate que dicen, que es un caso enmarañado, nocturno, pringoso y plasticoso, con sus maletas en plástico como las de un científico atómico o un descuartizador. Hemos vuelto a Delcy y a Ábalos, que le hacía de porteador en el abismo como para una futura novia de Tarzán o de Clark Gable, que también cazaba rubias en la jungla como el otro cocodrilos. A mí lo de Delcy y Ábalos siempre me pareció un episodio muy novelero, entre los cuernos con mafioso y el atraco que sale mal, en plan Rififí. Pero ahora, encima, se nos meten estos comisionistas con gabardina de pervertido, estos conseguidores de rescates o de pacharanes, estos porteros de puticlub de putas resfriadas o tristes, estos intermediarios siempre en medio del sanchismo. Y lo que piensa uno no es tanto que el novelón engorda o revienta, y más que lo hará, sino que en realidad esto es muy pequeño, que caben todos en un camarote y que se están tropezando todos entre sí todo el tiempo, por el ministerio, por Venezuela, por Baleares, por Barajas, por la marisquería con sargazos o por el tigre del puticlub.
Ya ven que al final son cuatro o cinco que están en todas partes, oligarcas del chanchullo o franquiciados de la cantina del sanchismo, y se cruzan por los pasillos, se cruzan con las maletas, se cruzan con las putas cuando salen a fumar o a bostezar, o se cruzan con los presidentes autonómicos cuando van a subirse o a bajarse de sus dignidades como de la noria, un poco infantiles o mareados. Son cuatro o cinco en todas partes y la verdad es que esto simplifica pero no tranquiliza, porque suena a poder centralizado y darwinista, a pirámide de la corrupción o de la vida, a depredadores que se han comido a todos los demás, incluso a Tarzán y a Clark Gable. Son cuatro o cinco que se van tropezando o relevando o solapando, así que yo creo que basta con esperar e iremos viendo pasar a todos ellos por cada uno de los escenarios del extenso y exótico mapa de su negocio. Cualquier día vemos a Maduro en un puticlub, o a Ábalos en Angola, o a Delcy en la marisquería, o a Sánchez plastificado en una maleta, o a Begoña con el Dioni.
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