Félix Bolaños se ha felicitado a sí mismo por lo de la amnistía y a mí me parece lo más normal y lo más triste del mundo. Bolaños es un ministro que aún parece vivir en una infancia de niño solitario y ajedrecista, una infancia de hablar con los muñecos y los alfiles durante las secas meriendas de escay y carta de ajuste, una infancia con amigo imaginario o quizá gato humanizado, y con muchos cumpleaños y recreos solo ante el espejo de un zapatito de charol. Bolaños se felicita a sí mismo y a mí no me parece un lapsus, un alarde o un gustazo, sino, ya digo, lo más triste del mundo. Uno se felicita a sí mismo cuando no tiene nadie que lo felicite o, lo que es peor, no tiene nada por lo que te puedan felicitar. Bolaños felicitándose a sí mismo como un huerfanito, con esa aplicación que se diría que pone él en vestirse siempre de huerfanito, es como ese niño que se da él mismo las buenas noches y hasta se coloca también él mismo, disimulada y amargamente bajo la almohada, el duro del ratoncito Pérez que no existe o la carta inventada del padre que no le escribe.
Bolaños felicitándose a sí mismo es ese niño enclenque que ha ganado el Mundial en el cuarto de la lavadora, o que ha vencido a un supervillano con su pijama de Spiderman
Bolaños en realidad está solo ante sus tebeos, con un ojo vago que de repente es un ojo pirata o un ataquito de asma que lo ha convertido en Darth Vader. Bolaños felicitándose a sí mismo es ese niño enclenque que ha ganado el Mundial en el cuarto de la lavadora, o que ha vencido a un supervillano con su pijama de Spiderman, o que ha reunido un público torcido de muñecos de trapo para que lo aplaudan haciendo magia o kárate. Bolaños felicitándose a sí mismo es ese niño con balón y sin amigos, o con helado y sin amigos, o con violín y sin amigos, que se tiene que estar haciendo antifaces y medallas de cartulina para sobrevivir ya durante toda la vida, incluso cuando ya es ministro, que aun así sigue pareciendo el que se olvidaba el dónut o la cartera. En cualquier otro caso hablaríamos de mentiras o petulancia, simplemente, pero será que uno sigue viendo en Bolaños ese niño con un peón de plástico, una medallita de santo y un Geyperman con pala (se quiere más incondicionalmente a un Geyperman absurdo) como únicos amigos o familia.
Bolaños aún sobrevive con autoengaño, fantasía y suplentes emocionales, algo que, la verdad, hace todo el PSOE y hace por supuesto Sánchez. Lo que pasa es que Sánchez lleva la soledad, los espejos y hasta el autoerotismo mucho mejor que los chavales con ortodoncia y con solfeo y sin amigos y sin novia. Sánchez parece hecho para esa soledad no amarga ni morbosa sino plena y satisfecha, y para ese espejito de charol que sigue llevando en el zapato (ya he dicho alguna vez que el presidente se suele mirar en el zapato cuando está en su escaño), y donde ve no tristeza ni abandono sino la belleza y la venganza. Aun así, Sánchez también está solo ante sus tebeos, su armario de pirata, su colección de mariposas o sus Barbies desmembradas. Sus aliados no son aliados ni sus amigos son amigos, son sólo agraciados, beneficiarios o gorrones. Sánchez es como el niño solitario u odioso pero que puede comprarse amiguitos para su cumpleaños igual que merengues.
Bolaños se felicita él mismo por la amnistía, dando un sombrerazo de niño mago con miopía o haciéndose un arquero de niño futbolista con muletas. Es desde luego muy triste que uno se tenga que firmar las felicitaciones, y hornear la tarta, y hablar únicamente con Epi y Blas, y jugar al frontón con el balón de reglamento, pero es que no hay nadie más. Ni siquiera sus propios socios podrían felicitar al Gobierno, que los indepes siguen celebrando lo contrario de lo que celebra Bolaños. O sea, los indepes dijeron y siguen diciendo que la amnistía es “sólo un punto de partida”, y Bolaños nos dice que su amnistía es entrañable, histórica y mundial como el Mundial conseguido en el cuarto de la lavadora. Además, tampoco hay ningún mérito en ceder siempre y en todo, aunque sí lo hay en parecer igual de satisfechos por no haber cedido hace un mes que por ceder ahora. A lo mejor no es tan diferente a pasar de pirata a cowboy aun con el mismo pijama puesto.
Bolaños felicitándose a sí mismo es ese niño sin regalo y sin abuela, es ese Gobierno sin regalo y sin abuela, y es ese Sánchez sin regalo y sin abuela. Lo que pasa es que a Sánchez todas estas cosas de carencias sentimentales y rotos de la infancia le importan una higa, mientras que a Bolaños le exuda la tristeza como el sudor del gordito ante el plinto. Hay personas que llevan encima siempre como una soledad de niño en un hospital o en un entierro, y eso llama a la compasión. En cualquier caso, Bolaños, o el Gobierno, o Sánchez, se felicitan a sí mismos porque no hay nadie más, que los aplausos comprados o de teleñecos caedizos en fila no cuentan.
Habrá que felicitarse o consolarse, por protegerse del vértigo, de la soledad, del frío, de la escarlatina o de la verdad. A medida que el caso Koldo se convierte en el caso Ábalos y el caso Ábalos se puede convertir ya en cualquier cosa, estas alegrías, alivios o caramelos se harán vitales. El sanchismo se felicita a sí mismo porque está solo y porque Sánchez necesita alegrarse con algo, aunque sea por un piropo de la rana Gustavo o por la absurda amistad de un Geyperman alpino, como la de un Puigdemont alpino. Ahora, Sánchez se limita a ir día a día, merienda a merienda, juguete a juguete. Podrían llegar los presupuestos, y la remontada, y la resurrección, y Puigdemont, y hasta el ratoncito Pérez del autoengaño. O podría caer antes la amnistía. O el propio Sánchez, como el que se cae del colchón creyendo que es un ninja o Superman.
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