«Algo falló, si no, no se hubiesen producido los atentados, está claro». Así de sencilla y rotundamente lo afirmó quien ejercía como director en funciones de Europol –la Oficina Europea de Policía, con sede en La Haya– cuando ocurrió la matanza en los trenes de Cercanías. Es decir, que el 11-M tuviese lugar, que los terroristas consiguieran ejecutar semejante acto de terrorismo en Madrid, puso de manifiesto un fallo. Un fallo policial, aunque no sólo se trató de un fallo policial.
¿Por qué cabe hablar de un fallo policial? Sencillamente porque en distintas unidades, tanto del CNP como de la GC, conocían de antemano e incluso estaban siguiendo a un buen número de quienes prepararon y ejecutaron los atentados de Madrid. Pese a lo cual, los funcionarios adscritos a esas unidades no evitaron que los terroristas llevaran a cabo su voluntad de perpetrar una matanza en los trenes de Cercanías.
Empezaré este análisis del conocimiento policial que con antelación al 11-M se tenía de los terroristas que ejecutaron los atentados de Madrid por el primero de esos dos cuerpos policiales –es decir, el CNP–, pues es el que había llevado a cabo una gran mayoría de las investigaciones sobre terrorismo yihadista en España durante la década previa a la matanza en los trenes de Cercanías.
Lo haré, en concreto, por el desempeño de los funcionarios adscritos a la que se denominaba Sección de Asuntos Árabes e Islámicos, perteneciente a la unidad especializada en terrorismo internacional dentro de la CGI del CNP, esto es, la UCIE.
El conocimiento acumulado en esta unidad policial sobre buena parte de los terroristas del 11-M se remontaba a cuatro, cinco e incluso más años antes de que cometieran los atentados de Madrid. Y es que esos policías de la UCIE especializados en terrorismo yihadista estuvieron al corriente de las reuniones mantenidas en Madrid, a partir de marzo de 2002, por algunos de aquellos. Eran varios exmiembros de la célula de Abu Dahdah, la desarticulada en noviembre de 2001 con la Operación Dátil.
Ninguno de esos individuos que comenzaron a reunirse en marzo de 2002 había resultado detenido cuando se desarrolló la primera y principal fase de esa Operación Dátil. Pero, en vez de huir del país o de abandonar su actividad yihadista para sustraerse al interés policial, permanecieron en Madrid y pocos meses después comenzaron a reagruparse. Será el comienzo del proceso que a lo largo de ese y el siguiente año condujo a la formación de la red terrorista del 11-M.
Haber conseguido a tiempo la evidencia incriminatoria hubiese muy probablemente impedido que se articulara el entramado terrorista del 11-M
Inicialmente se reagruparon tres exmiembros de la célula de Abu Dahdah: Mustafa Maymouni y Driss Chebli con Serhane ben Abdelmajid Fakhet, el Tunecino. El primero es quien convocó a los otros dos siguiendo las órdenes que para reestablecer una célula yihadista en España le trasladaba Amer Azizi desde Pakistán, a través de un intermediario, el yihadista de nacionalidad igualmente marroquí cuyo nombre era Abdelatif Mourafik. Este utilizaba una dirección de correo electrónico para comunicarse con Maymouni, a quien había facilitado una clave de acceso.
A esos tres exmiembros de la célula de Abu Dahdah se unieron enseguida otros dos con su mismo origen: Said Berraj y Jamal Zougam. En conjunto, estos cinco individuos estaban transitando de una experiencia relativamente breve pero intensa como integrantes de dicha célula, a la que se habían incorporado entre 1999 y 2000, a participar de un modo decisivo en la configuración del primer componente de lo que terminará siendo la red del 11-M.
En vez de huir del país o de abandonar su actividad yihadista para sustraerse al interés policial, permanecieron en Madrid y pocos meses después comenzaron a reagruparse
Ocurre que, mientras se reagrupaban, esos cinco individuos continuaban siendo investigados por funcionarios de la UCIE, en el marco de la Operación Dátil, que permaneció abierta hasta octubre de 2003. El afán de estos funcionarios de la UCIE era el de obtener la evidencia incriminatoria que, de acuerdo con la legislación antiterrorista y el entendimiento judicial sobre el yihadismo entonces existentes en España, permitiese prenderlos y encarcelarlos. Haberlo conseguido a tiempo hubiese muy probablemente impedido que se articulara el entramado terrorista del 11-M.
Los funcionarios de la UCIE lo lograron con Chebli, quien pudo ser detenido, acusado de implicación en la desarticulada célula de Abu Dahdah y puesto en prisión preventiva aunque tarde, en una tercera fase de la Operación Dátil, en junio de 2003. Mientras, Maymouni, que había estado en Kenitra en febrero y en Tánger en abril de 2003 –tratando de activar una célula yihadista en la primera de esas ciudades–, viajó otra vez de España a Marruecos en mayo, coincidiendo su estancia en este último país con los atentados suicidas que ese mismo mes tuvieron lugar en Casablanca y un acto de terrorismo de mucho menor relevancia que su propia célula perpetró en Larache. Maymouni fue detenido en ese contexto y acusado de delitos de terrorismo por los que finalmente resultó condenado en su propio país, Marruecos. Por el contrario, tuvo que ser declarado en rebeldía en España.
Con Maymouni preso en Marruecos y Chebli encarcelado en España, el Tunecino pasó a ser el imprevisto –aunque ya definitivo– cabecilla local de los terroristas que cometerán la matanza en los trenes de Cercanías. Para entonces, el Tunecino y Maymouni habían fortalecido sus lazos de fidelidad mutua. El primero había contraído matrimonio con una hermana del segundo, convirtiéndose así en cuñados.Desde que se convirtió en imprevisto gestor local dentro de la red del 11-M, el Tunecino insistía a menudo en el cumplimiento de la yihad como obligación de los creyentes en el islam y en la idea de atentar en España.
Entre tanto, todavía durante 2002, a los cinco individuos que he mencionado antes se sumaron otros que no habían estado implicados en la célula de Abu Dahdah pero que terminarán por pertenecer a la red del 11-M, como el argelino Allekema Lamari y Rabei Osman Es Sayed Ahmed, conocido como Mohamed el Egipcio. También se unieron, ese mismo año, Mohamed Afalah, Mohamed Belhadj, Rifaat Anouar Asrih o Mohamed Bouharrat. Estos últimos lo hicieron como miembros del componente que el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) aportó a lo que será la red del 11-M.
Los funcionarios de la UCIE sabían sobre esas reuniones –que tenían lugar en una vivienda del barrio de San Cristóbal de Los Ángeles, en el distrito de Villaverde, en la zona sur de Madrid, aunque esporádicamente se fueron celebrando en otros lugares de la ciudad como el barrio de Lavapiés y el mercado de Chamberí–, al igual que sobre quiénes participaban en tales encuentros, porque a lo largo de 2002 contaron con al menos dos informantes que acudieron a varias de las convocatorias.
Por eso sabían que eran encuentros en los que se leían textos de los fundadores de Al Qaeda –es decir, de Osama bin Laden, Abdullah Azzam y Ayman al Zawahiri–, se recitaban edictos religiosos que aprobaban las matanzas indiscriminadas de infieles, se ensalzaba la yihad en zonas de conflicto que afectaban a poblaciones musulmanas y se vitoreaba a Amer Azizi por, precisamente, haberse ido a «hacer la yihad a Afganistán».
Los funcionarios de la UCIE también sabían que en esas reuniones se apelaba al islam para justificar que los actos de yihad pudieran llevarse a cabo también en países como Marruecos y España. Marruecos era el país en el que había nacido una amplia mayoría de los que se congregaban. España era el país donde todos ellos residían y en cuya capital se reunían.
Otro informante de los que se tiene noticia proporcionó a los mismos funcionarios de la UCIE, aunque ya al año siguiente, concretamente en la segunda mitad de 2003, noticias sobre otro individuo que se había incorporado a la red del 11-M, el argelino Allekema Lamari. Este informante era alguien cercano a yihadistas de origen argelino establecidos sobre todo en la provincia de Valencia y relacionados con los miembros de una célula que el denominado Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) había reconstituido en España en 2002 tras haber sido desmantelada en una operación del CNP llevada a cabo el año anterior.
Algo más adelante, ya a finales de 2003 o primeros días de 2004, es decir, una vez incorporado a la red del 11-M el tercero y último de sus componentes –el de los miembros de la banda de delincuentes que tenían como cabecilla al Chino–, la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO) del CNP contó con un confidente más en Madrid. Ese nuevo confidente llegó a informar sobre magrebíes que traficaban con droga y hablaban de atentar en trenes. Este confidente de la UDYCO supo de eso a través de un narcotraficante marroquí con el cual estaba emparentado y que tras los atentados de Madrid incluso le indicó, por cierto, que quien había organizado los atentados era Amer Azizi.
Al recibir noticia de que el Tunecino había empezado a frecuentar a Maymouni y Chebli, que como él mismo habían sido seguidores de Abu Dahdah, los funcionarios de la UCIE solicitaron y obtuvieron autorización judicial para intervenir su teléfono.
Las escuchas realizadas permitieron a esos funcionarios de la UCIE comprobar que, sólo entre junio y octubre de 2002, el Tunecino se comunicaba asiduamente con los individuos ya antes mencionados y algunos otros hasta ahora no referidos como, por ejemplo, Fouad el Morabit Amghar, al igual que, a través de este, con Mohamed Larbi ben Sellam. Todos ellos tenían en común el hecho de que se iban incardinando en lo que será el sustento que sobre el terreno tendrá la red del 11-M.
La finca de Morata de Tajuña fue el recinto que usarán como base operativa los terroristas del 11-M
Esas escuchas que llevaron a cabo los funcionarios de la UCIE también les permitieron averiguar otros hechos, como que Maymouni había alquilado una finca en Morata de Tajuña, en el término municipal de Chinchón, al sureste de Madrid. Aunque la venía utilizando desde marzo de 2002, su alquiler se formalizó en octubre de ese año y fue renovado en enero de 2004, siempre con la intervención del Tunecino, quien se servía para ello de la agencia inmobiliaria en la que estaba empleado, Arconsa.
La finca de Morata de Tajuña fue el recinto que usarán como base operativa los terroristas del 11-M. En relación con ese recinto hay además un dato particularmente interesante, que corrobora la continuidad entre el remanente de la célula de Abu Dahdah y la red yihadista del 11-M. La finca era propiedad de un individuo detenido en la Operación Dátil y que en 2005 fue condenado por pertenecer a la célula de Abu Dahdah.
Otro teléfono, el que usaba Mohamed el Egipcio, estuvo igualmente en observación por los funcionarios de la UCIE desde enero de 2002 hasta mayo de 2003. A partir de su llegada a Madrid en el otoño de 2001, este individuo, que acabará formando parte de la red del 11-M, desarrollaba tareas de proselitismo y distribución de propaganda yihadista en torno a lugares de culto como la mezquita de Abu Bakr, por lo que se había judicializado una investigación policial sobre sus actividades.
Además, en enero de 2003 los funcionarios de la UCIE intervinieron dos números de teléfono correspondientes al negocio que Zougam regentaba en el madrileño barrio de Lavapiés y en enero de 2004, dos meses antes de los atentados de Madrid, otro teléfono que era utilizado por Berraj.
Más aún, funcionarios de la UDYCO estuvieron investigando, en los meses previos a la matanza en los trenes de Cercanías, a varios de los delincuentes radicalizados que formaron parte de la red del 11-M, incluyendo a su cabecilla, el Chino, y a uno de sus subalternos, Othman el Gnaoui. Juzgados de Parla y Alcalá de Henares, en la Comunidad de Madrid, les autorizaron la intervención de los teléfonos que se conocía usaban regularmente. En el caso del primero, la intervención se extendió desde el 12 de diciembre de 2003 hasta el 5 de marzo de 2004 y en el del segundo, desde el 12 de diciembre de 2003 hasta el mismo 11 de marzo.
«Teníamos la idea de que España era un sitio de descanso, de aprovisionamiento logístico o de tránsito»
En lo que atañe a la GC, el teniente coronel que dirigía la Unidad Central Especial 2 (UCE 2), dedicada al terrorismo internacional dentro del Servicio de Información del cuerpo, sostuvo tras el 11-M, hablando sobre España y el terrorismo yihadista: «Teníamos la idea de que era un sitio de descanso, de aprovisionamiento logístico o de tránsito».
Sin embargo, en la UCE 2 tuvieron noticia del Tunecino desde al menos el inicio de 2002, mientras investigaban a un notable y adinerado miembro de Al Qaeda, Ahmed Brahim, detenido en abril de ese año por agentes de esa unidad de la GC en la localidad barcelonesa de Sant Joan Despí, a donde se había mudado tras permanecer domiciliado varios años en Palma de Mallorca.
En la sentencia de la Audiencia Nacional que lo condenó se describe cómo Brahim desarrollaba un proyecto para diseminar propaganda yihadista por Internet. Esto lo hacía en estrecha relación con altos responsables de Al Qaeda –por ejemplo, Mahmoud Mahmoum Salim, conocido como Abu Hajer al Iraqi, en aquel tiempo uno de los cinco integrantes del Majlis Shura o consejo consultivo de la organización, que había contribuido a fundar y en la que desarrollaba diversas funciones– y en contacto con prominentes doctrinarios yihadistas de la península arábiga –como el yemení Abdulmajid al Zindani o el saudí Salman al Ouda, mentor y colaborador de Osama bin Laden, respectivamente–.
Pero el contacto de Brahim en Madrid era, desde aproximadamente 1998, el Tunecino. Este último aparecía, en la agenda informática que la GC incautó a Brahim, «con sus datos personales, bajo la categoría de Islamic friend». El Tunecino y Brahim hablaban regularmente por teléfono. Sólo en noviembre de 1998, el segundo llamó al primero en cuatro ocasiones de las que se tenga constancia. También se encontraban en persona, en Madrid, precisamente en la mezquita de la M-30. Su relación era muy estrecha. Prueba de ello es que, cuando Brahim estaba en prisión, su esposa y su hija aparecían censadas en el domicilio madrileño del Tunecino.
Para entonces, aproximadamente la primavera de 2000, el Tunecino llevaba ya dos años al menos enlazado con Abu Dahdah y los suyos. Acudía a sus reuniones, en las cuales mostraba siempre su conformidad con lo que decían Abu Dahdah y Amer Azizi, el miembro más respetado de la célula después de su líder. El Tunecino se comportaba, desde al menos ese año, con un rigorismo tal que en Madrid amonestaba a personas de su mismo origen magrebí por escuchar música o buscar empleo en cafeterías, justificaba el robo a no musulmanes, únicamente tenía por buen creyente en el islam «al que hace la yihad» y repartía fotocopias con discursos de Bin Laden.
El Tunecino se comportaba con un rigorismo tal que en Madrid amonestaba a personas de su mismo origen magrebí por escuchar música o buscar empleo en cafeterías
A lo largo de 2001, el Tunecino estuvo en numerosos encuentros con allegados de Abu Dahdah, alguno de los cuales tuvo lugar en su propio domicilio, donde solían visionar vídeos sobre Chechenia, Palestina y otros conflictos que implicaban a musulmanes. Así fue estrechando lazos con individuos que se habían acercado hacía no demasiado tiempo a la célula de Abu Dahdah, como Maymouni, Chebli o el también ya aludido Berraj. Pero la tardía integración de estos nuevos adeptos a los seguidores de Abu Dahdah se vio abruptamente suspendida en noviembre de 2001, con la Operación Dátil. Sin embargo, el modo en que continuó desenvolviéndose el Tunecino no sugería alejamiento alguno de sus adhesiones ideológicas previas. Al contrario.
Pese a que el Tunecino no estuvo entre los detenidos, es reseñable que esperaba estarlo más pronto o más tarde. Según una de las tres personas con quienes entonces compartía domicilio, un día, «meses después de la detención del grupo de Abu Dahdah», el Tunecino les dijo que estuviesen tranquilas aun cuando por la noche «seguramente vendría la policía a detenerle, porque habían detenido a un amigo suyo en Barcelona».
Se trataba de la detención que se produjo el 2 de enero de 2002, en Hospitalet de Llobregat, en la provincia de Barcelona, de Najib Chaib Mohamed, miembro de la célula de Abu Dahdah que había eludido ser aprehendido en la primera fase de la Operación Dátil. La policía finalmente no fue a buscar al Tunecino, pero, por si acaso, «Serhane se había cortado el pelo, la barba y había cambiado mucho físicamente».
En cualquier caso, pese a que, como he señalado, la UCE 2 tuvo noticia del Tunecino como «amigo islámico» de Brahim desde al menos inicios de 2002, en la GC «no sabíamos quién era. Se ataron cabos después del 11-M», tal y como admitió uno de sus especialistas en terrorismo internacional tres meses después de la matanza en los trenes de Cercanías, cuando expertos de la UCE 2 investigaban, a posteriori, las relaciones entre Brahim y el Tunecino. Pero en la GC habrían atado cabos dos años antes, de haberse interesado debidamente por este último y de haber compartido sus pesquisas con el CNP.
Reproducción del capítulo 2 «Algo falló»: distintas unidades policiales conocían de antemano a buena parte de los terroristas del 11-M de 11-M: Pudo evitarse, publicado por Galaxia Gutenberg.
Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador asociado distinguido del Real Instituto Elcano además de Wilson Center Global Fellow y Adjunct Professor de la Universidad de Georgetown en Washington. Es también Fellow del GWU Program on Extremism y Senior Associate Research Fellow del ISPI en Milán. Fue investigador del Instituto Universitario Europeo en Florencia, Fulbright Scholar en la Universidad de Stanford y Fellow del St. Antony’s College en Oxford.
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