Mientras en el Congreso volaban plumas y cuajarones de gallera, Ayuso salía a defender su honra en la honra de su hombre, como si hubiéramos vuelto a La Regenta pero al revés. Al final, ya ven, esta progresía lo que tiene es mucha pelusa de beata en el bigote y el rodete y mucha moral putrefacta en el ombligo (Bertand Russell llamaba a esa moral del puritano “moral de linchamiento”). A mí me da un poco de pena el novio de Ayuso, que parece que no tiene nombre, ni personalidad, ni vida, ni hacienda propia, como si fuera un novio de Paris Hilton. El novio de Ayuso ya es como un san José de Ayuso, un san José un poco más canallita de negocio y de barbas, pero que está ahí sólo para iluminar el milagro de Ayuso o para denunciar el artificio de Ayuso. El hombre ni siquiera tiene pasado propio, que toda su vida sólo se entiende por la predestinación a Ayuso o por la guía sobrenatural de Ayuso, que lo determinaba incluso antes de conocer más o menos bíblicamente a la presidenta madrileña. Yo creo que Sánchez no está señalando una corruptela de Ayuso sino un pecado original, o sea que está ya con el infierno de infernillo de la beata, siempre triste y desesperado.
En el Congreso, con su cosa más de lonja de pescado que de anfiteatro romano, se desparramaban higadillos de corruptelas y consanguinidades, y lo típico es que las crónicas hablen de bronca y de barro, que son términos que enseguida igualan a todos justiciera o perezosamente, como un diluvio. Pero Ayuso parecía que se estaba defendiendo de algún remoto o arbitrario pecado original, del pecado de sangre o entrepierna de un antepasado, de esas maldiciones que alcanzan a toda la estirpe o de esas absurdas prohibiciones deuteronómicas. O sea, en plan “no tocarás el cuerpo muerto de un cerdo, ni yacerás con quien haya tenido multas de tráfico o facturas que resulten sospechosas a los ojos del Señor, pues serás impuro y maldito por Dios”. Es raro que en las acusaciones de corrupción entre partidos falte material, pero a Sánchez se le ve escaso, que tiene que irse casi a otro siglo o tiene que tirar de superstición, de santería y de oráculos, que a lo mejor es un poco también tirarse de las barbas de la desesperación.
Parece que aquí todo el mundo hizo negocio con las mascarillas, que mientras creíamos que el personal estaba haciendo pan de masa madre, croché de hilo gordo o gimnasia con la botella de Coca-Cola, en realidad todos estaban de comisionistas, importadores o mandarines de la China
El novio de Ayuso, al menos de momento, está más en una esfera y en un tiempo mitológicos, como en un versículo del Apocalipsis o en un sueño de eremita, que en la esfera de la realidad o la posibilidad de una trama de corrupción. Incluso cuando ese novio, anunciado por profetas y signos en el cielo, toca el tiempo presente y lo público, parece tocar más el levitón levítico de Illa, como se ha publicado, que las promiscuidades íntimas de la Comunidad de Madrid. Lo de que al pobre lo investiguen precisamente por una denuncia de la Comunidad de Madrid ya me parece increíble para una trama como Dios manda, o realmente había muy mala comunicación o muy poco oxígeno en esa alcoba en llamas. Eso sí, parece que aquí todo el mundo hizo negocio con las mascarillas, que mientras creíamos que el personal estaba haciendo pan de masa madre, croché de hilo gordo o gimnasia con la botella de Coca-Cola, en realidad todos estaban de comisionistas, importadores o mandarines de la China. O será que en España, cuando se ve un pelotazo, todos los zascandiles, listillos y canallitas van a él. Y ya digo que este novio no sé en qué devendrá pero pinta de canallita sí que tiene.
Lo del novio de Ayuso parece muy cogido por los pelos, esos pelos de canallita, y más cuando vemos que Sánchez está sudando lo de Koldo y Ábalos igual que Koldo o Ábalos en la marisquería, y vemos a María Jesús Montero exhibir datos personales que todavía no se han hecho públicos, y recordamos de quién depende la Fiscalía, con ese arqueado de cejas y esa repetición da capo que se marcó el presidente Sánchez con petulancia de divo buchón. Lo del novio de Ayuso es lateral, oportuno y perezoso, es un poco mágico y un poco chirriante, o sea es como el deus ex machina de última hora que se aparece para salvar al protagonista o la obra, justo cuando Sánchez se ahogaba en la miseria y los retortijones de los malos autores o actores.
Al novio de Ayuso lo ve uno un poco último recurso, como un ex o un santo dudoso o extremo, algo así como san Cucufato. La política, claro, no espera a la verdad, ni siquiera a los tribunales, trabaja con lo que tiene más a mano y a veces no hay a la mano cosas tan caldosas como lo de Ábalos, ni tan chirriantes como la agenda de Begoña Gómez (más o menos igual de chirriante que ese inglés de taxista que gasta ella, y que al final resulta de lo más exitoso para los negocios planetarios). O sea, que bien pueden servir de munición las facturas más o menos metafóricas que dejan la pasión o el alquiler compartidos (esa intimidad como de Bizum entre parejitas que tiene el caso) de la mujer que trae loca a la izquierda. O hasta esas multas de tráfico que dejan al novio más en dominguero que en corrupto. Todo esto nos llamaría más la atención si no hubiera ya una verdadera y gordísima trama corrupta que no deja demasiado sitio para la honra decimonónica, para el triste destino de los santos o canallitas calzonazos ni, más que nada, para la esperanza de Sánchez.
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