Sánchez no necesita presupuestos, ni nada, salvo su traje berenjena en el galán de noche, como el traje de luces de un torero ligón, paquetón y patillero, más jotero que torero y más de espejo y somier que de sangre y arena. El relato nos decía que la amnistía era buena y necesaria porque nos iba a dar estabilidad, presupuestos, progresía a toda máquina, políticas sociales fluyendo de esa cornucopia sanchista sostenida por la concordia y por Yolanda Díaz como por tallos y faunos. Pero resulta que, a pesar del novio de Ayuso, emprendedor creativo, artista del negociete capaz de eclipsar la corrupción de barandas ministeriales y autonómicos con una paralela de Hacienda y su coche y cortejo de hortera; a pesar del novio, decía, nos hemos enterado de que se ha aprobado la amnistía y, sin embargo, no vamos a tener estabilidad, ni presupuestos, ni nada. Nada salvo a Sánchez, quiero decir, que sólo necesita una mandorla en la que flotar suave y ambiguamente como en unas manoletinas.
Después de que Bolaños saliera con aleluyas, pompones y una gota temblona de dibujito japonés en la pupila de las gafas (Bolaños tiene algo del niño de Doraemon, siempre maravillado, increíble y torpe), un simple gesto de necesidad o de conveniencia de Pere Aragonès ha acabado con todo o lo ha dejado todo intacto, que es lo asombroso de la magia sanchista, que da igual lo uno o lo otro. Aragonès sí parece que necesita los presupuestos (es un ansioso, un maniático o un antiguo), para la estabilidad y también para fastidiar un poco el regreso pellejudo de Puigdemont a lo Tarradellas, a lo Ulises o a lo Borbón, así que no ha dudado en estropearle a Sánchez la historieta y a Bolaños el gorrito volador. Sin embargo, tampoco esto le supone mucho a Sánchez, y a mí eso me fascina más que los juegos, combinaciones y apuestas entre Junts, ERC e Illa, que es otro de la pandilla de Doraemon.
Veo a Sánchez muy capaz del gobierno contemplativo, sabático, playero e indefinido, ahí en batín en el atolón de su colchón, ahí en la Moncloa como si fuera Hugh Hefner en su mansión
Sánchez no necesita presupuestos y lo que está pensando uno es que a lo mejor no necesita ni a sus socios. O sea, que Sánchez es autosostenible y autosuficiente, se alimenta por inducción del magnetismo de la Moncloa, o se alimenta de los soles amoscados o lácteos de los Mirós o los Tàpies de sus salones, o de la electricidad de los azules eléctricos que él apila sobre sí como baterías, o de la energía fotoatómica que le devuelven los espejos radiantes, excitados (electrónicamente hablando) con su presencia ionizante. Si Sánchez no tiene socios para los presupuestos pasa de presupuestos, y supone uno que si no tiene socios para sus medidas y leyes pasará de medidas y leyes, o sea pasará de gobernar. Veo a Sánchez muy capaz del gobierno contemplativo, sabático, playero e indefinido, ahí en batín en el atolón de su colchón, ahí en la Moncloa como si fuera Hugh Hefner en su mansión.
Recordaba Alsina que el mismo Sánchez (perdón, otro Sánchez, uno pasado o caducado o sustituido o extinguido) decía en 2018 que “un gobierno sin presupuestos es un gobierno que no gobierna nada, que gobernar no consiste en vivir en la Moncloa”. Lo decía por Rajoy, que también gastaba pachorra para estas cosas. Claro que se podrían argumentar razones ideológicas, o sea algo propio de ese laissez faire (dejar hacer) de la derecha ultraliberal y tal, que además se sumaba con el otro laissez faire perezoso e impenitente de Rajoy. Lo que no ve uno es que la izquierda tan activa y activista, de acción y movidón, con tantas cosas urgentísimas y inapelables por hacer, por cambiar, por montar y desmontar, no ya por cumplir un programa sino por salvarnos a nosotros y al mundo; esta izquierda, en fin, se quede sin presupuestos y se limite a resoplar y a poner el despertador para el año que viene, como el oso Yogui.
Las elecciones catalanas a uno le parecen en realidad un factor redundante, simplificable. Si gana Illa, los indepes no lo harán presidente, pactarán antes entre ellos, aun tapándose esas narices altivas, y seguirán con el chantaje y el camino hacia la independencia. Si gana Junts o Esquerra y uno de ellos pacta con Illa, volverá a haber competición, celos y venganzas en el Congreso, y seguirán con el chantaje y el camino hacia la independencia. Si al final Illa no pinta nada, que en realidad ya sabemos que no pinta nada, y gobierna un frente indepe de nuevo (más si gana Puigdemont), seguirán con el chantaje y el camino hacia la independencia.
La legislatura está acabada o la legislatura está como siempre, Sánchez está acabado o Sánchez está como siempre, que no sabe uno qué pasa y no sabe uno qué asusta más. Lo que vemos es que las concesiones de Sánchez no comprometen a nada a sus socios, y que se hacen a cambio de nada, que hasta la amnistía, al final, ha sido a cambio de nada. Pero lo más asombroso es que el abandono de sus socios tampoco le supone mucho a Sánchez, aparte de que Bolaños parezca ahora ese Nobita de Doraemon con las gafas partidas. Todo lo que creíamos necesario se descubre superfluo, pero es que hasta lo que creíamos egoísta por parte de Sánchez se descubre ahora mera distracción o alarde: la misma amnistía parece ahora innecesaria o accesoria.
La verdad es que Sánchez, una vez conseguida la presidencia como mero traje de luces, no necesita presupuestos, ni amnistía, ni socios, ni partido, ni gobernar, ni nada. Quizá lo único que necesitaba era que creyéramos que aún se movía por algo y el adelanto de las catalanas acaba de estropearle la coartada, pero no la determinación. Sánchez no necesita presupuestos como Bolaños no necesita abuela. Sánchez no necesita nada, ni siquiera disfraz, pero (y ahí está el precio) en la misma medida en que España se da cuenta de que no necesita a Sánchez. Ni para sostener el cuerno de la abundancia, retrasado un año o siempre, ni mucho menos para tenerlo en la Moncloa vestido de torero.
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