De entre todos los mastodónticos desafíos a los que nos enfrentamos, la práctica imposibilidad de acceder a una vivienda es una de las principales preocupaciones de mi generación, ese grupo de jóvenes de entre 19 y 30 años que vamos camino a ser la primera generación que viviremos peor que nuestros padres.
Sí, aunque parezca mentira para algunos, los jóvenes preferiríamos tener la posibilidad de acceder a una vivienda antes que tener Spotify y Netflix. El avance tecnológico y productivo, que se aceleró tan intensamente en este siglo, no es ni de lejos suficiente para compensar la mucha menor asequibilidad de la vivienda, lo que ocasiona que, en este país, de media, abandonamos la casa de nuestros padres superada la treintena.
El mayor impulsor del encarecimiento de la vivienda ha sido la creación de dinero sin límites por parte del banco central
Hace algunas décadas, nuestros padres se podían permitir adquirir dos viviendas y dos coches incluso con un único salario. Impensable a día de hoy, viviendo una época en la que parejas de más de 30 años, con dos trabajos muy bien remunerados, no son capaces de acceder a una vivienda en propiedad. Es un fenómeno global, que puede verse intensificado si se acompaña de otras políticas y regulaciones perniciosas e intervencionistas que atacan a la oferta de vivienda sin conseguir ayudar lo suficiente al lado de la demanda como para compensar el lastre en el otro lado de la ecuación.
A pesar de lo dramático de esta situación, son muy pocos los que analizan bien el principal trasfondo del asunto, lo que ha sido el mayor impulsor del encarecimiento de la vivienda: la creación de dinero sin límites por parte del banco central. Cada país tendrá sus particularidades, en demografía, regulación, economías que maquillarán al alza o a la baja los precios de la vivienda, pero el grueso del encarecimiento, y lo que explica que sea un fenómeno universal y que se haya producido a lo largo del último medio siglo, es la eliminación de las limitaciones de los bancos centrales a la hora de expandir su oferta monetaria.
Fue en agosto de 1971 cuando Richard Nixon decidió cerrar la ventanilla del oro, a través de la cual, mediante un tipo de cambio fijo a 35 dólares la onza, se garantizaba que los bancos centrales no aumentasen drásticamente su oferta monetaria, al comprometerse todos a mantener una paridad fija con el dólar y este con el oro. Es decir, no se podía imprimir dinero o se restringía severamente, estando además respaldado por el valioso metal amarillo.
Bancos centrales y gobiernos no están interesados en que la gente sepa que el sistema monetario es el culpable de la dificultad de acceder a una vivienda
Sin embargo, desde el cierre de la ventanilla, se da paso al sistema monetario fiat (Del latín, hágase) en el que las monedas no están respaldadas por el oro ni ninguna mercancía, y que por tanto, abrió la veda a los bancos centrales para poner a funcionar las impresoras de dinero. Con ello entró en escena el endeudamiento, la alta inflación y la destrucción progresiva del poder adquisitivo del dinero. ¿La reacción de la gente? Una vez detectaron que el dinero ya no era un medio eficiente para mantener la riqueza en el tiempo, optaron por activos reales como el oro y, efectivamente, la vivienda.
Una de las principales consecuencias del sistema fiat es que el oro haya pasado de 35 dólares la onza a mantenerse de forma estable en torno a los 2.000 dólares a día de hoy. Sí entendemos que esto sucede por el refugio que es como activo, pero, ¿por qué no se explica que ocurre de igual forma con la vivienda?
Obviamente bancos centrales y gobiernos (los principales beneficiados de la actividad de la banca central puesto que les financian buena parte de su deuda) no están interesados en que la gente sea consciente de que es este sistema monetario el culpable de que acceder a una vivienda a día de hoy sea más un ejercicio de fe que otra cosa.
En EEUU en 1950, para comprar una vivienda era necesario ahorrar el sueldo medio que un trabajador percibía durante menos de dos años y medio, algo que desde 1970 ha ido creciendo hasta ser necesario a día de hoy ahorrar el equivalente a 7 años de salario. El precio medio de la vivienda en EEUU en 1915 era de 3.500 dólares, mientras que en 2021 este alcanzaba ya los 270.000, lo cual es un incremento anual en el precio del 4,18% durante más de un siglo.
La banca central y el dinero débil es culpable de muchos males hoy en día, y el problema de la vivienda es uno de ellos
Por si fuera poco, no es sólo que, en un escenario libre de manipulación monetaria, el precio de la vivienda debería ser estable, sino que incluso, en ausencia de otros factores como regulaciones agresivas, debería haber ido a la baja. Una economía libre crece y se desarrolla de forma progresiva, cada vez hacemos lo mismo a un menor coste o hacemos cosas mejores a un coste similar a los productos antiguos, porque una economía libre tiende a ser más productiva. ¿Acaso no creemos que la tecnología ha avanzado lo suficiente como para que construyamos viviendas de forma mucho más eficiente que hace 100 años? Entonces, lo lógico sería que esto redujera progresivamente los costes.
Quien en su momento se pudo comprar una vivienda, disfruta de este encarecimiento ya que su patrimonio aumenta, es por eso que mientras lo más jóvenes en este país han visto en los últimos 30 años ver su (poco) patrimonio reducirse enormemente, el de las generaciones que nos preceden ha aumentado, porque en su momento pudieron acceder a la vivienda a precios mucho más asequibles.
No es sólo un asunto económico, la vivienda va mucho más allá, es la seguridad que nos permite formar una familia, la estabilidad que nos facilita encarar al futuro con menos incertidumbre, la representación tangible de todos los esfuerzos que hemos acometido. La banca central y el dinero débil es culpable de muchos males hoy en día, y este es uno de ellos.
Rodrigo Floro Soler, analista macroeconómico.
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