El amigo marroquí parece que le agradece a Sánchez su colaboración o rendición mandándonos unos cargamentos de fresas con mierda que a lo mejor son como las fresas con nata de la seducción cuando la seducción no hace falta. Las fresas marroquíes, acelofanadas, brillantes, reventonas, como rosas de mierda o higos del culo, nos llegan con hepatitis y bacterias fecales, pero, más que nada, nos llegan con un mensaje: el mensaje de pereza y satisfacción de las tripas, de la economía y de toda la monarquía feudal y premicrobiológica de Marruecos, muy ufana porque no sólo le damos todo sino que nos comemos, empaquetadas, adornadas y casi culturizantes, como rosas del desierto, sus deposiciones bulbosas y acaracoladas. Nuestros agricultores se quejan, y con razón, porque parece imposible competir en costes y ventajas con esta agricultura circular y diarreica que lo aprovecha todo, incluida la muy sostenible, reciclable y eco-friendly mierda de privada, de rumiante o de pajar.
Se nos habían olvidado ya un poco nuestros agricultores, quizá porque últimamente parece que todo el mundo se dedica a la intermediación sanitaria, al sedoso y orientaloide tráfico de mascarillas o vacunas (yo creo que ya no se encuentran camareros ni jornaleros por eso mismo). Pero los agricultores siguen ahí, aunque hayan dejado muchos de los tractores pastando en sus llanuras antediluvianas, y siguen ahí sus problemas, que son los de una agricultura que no puede ser a la vez rentable y chic, precaria y astronáutica, saludable y barata, y así un gran catálogo de contradicciones posmodernas que el campo no puede soportar pero Europa, que lo soporta casi todo, sí. Aún se manifiestan, por detrás de los Maseratis como de los Picapiedra y de las marisquerías también como de los Picapiedra. Aún se manifiestan con su cosa de gente de museo del vestido o del queso, por las ciudades que los desprecian y ante los políticos que diseñan el pin antes que las soluciones. Y a lo mejor ahora los entendemos mejor.
Las tractoradas casi parecían arte moderno y mecanicista, alguna cosa de Jacob Epstein o así, pero yo creo que ahora se entienden mejor viendo que nuestros agricultores se tienen que enfrentar no ya a las agendas de los políticos, como agendas de Mafalda, sino al hecho de que Marruecos puede mandar carretadas de mierda pura o mierda con tropezones, mierda embutida en mierda o mierda trufada de mierda.
Aquí el burócrata con microscopio exige pureza biológica, química y casi moral a la lechuga y a su agricultor (los agricultores europeos no podrían ni hacer la lechuga de Jesulín) mientras que las fresas de Marruecos vienen con su hepatitis como algunas verduras vienen con su mariquita. Vienen, diría yo, con una mierda real y también una mierda simbólica, porque la mierda es como el adobe de la ofensa allí y por eso ofrecer o enseñar la mano izquierda, la de limpiarse el culo, es un insulto (ante un occidental ignorante tiene además algo de burla privada, de cachondeo arcano).
Las fresas no son sólo fresas, como las rosas no son sólo rosas, y yo sigo viendo la cosa más simbólica que sanitaria, como si Marruecos nos dijera que se caga en nuestras normas y en las agendas con corazoncitos de nuestros políticos
Las fresas no son sólo fresas, como las rosas no son sólo rosas, y yo sigo viendo la cosa más simbólica que sanitaria, como si Marruecos nos dijera que se caga en nuestras normas y en las agendas con corazoncitos o fresitas de nuestros políticos igual que el que caga en el campo. Que, por cierto, es justo lo que pasa. Todo parecía más abstracto y más literario entre legislaciones internacionales, diplomacias de cabotaje y rudo folclore agropecuario, hasta que se han detectado, ya por segunda vez, esas fresas con su hepatitis o sus enterococos, y ha sido como ver el mensaje descifrado y oloroso en una plasta, como un mensaje no demasiado sofisticado que ha pasado alguien metido en el culo. Y el mensaje viene a decir que hay que ser muy bobo para imponerse uno mismo unas normas que no se le aplican al que viene de fuera con el mismo producto bañado en mierda o en ironía.
Más que una amenaza para la salud o para la economía, estas fresas, rojas y ponzoñosas como manzanas envenenadas, son la prueba de que ni nuestro campo ni nuestra diplomacia pueden sobrevivir con esta ingenuidad o esta bobería. No hay ninguna sutileza en Marruecos, que, como sabemos, no tiene problemas en saltarse todas las normas de la higiene o de la humanidad si le conviene. Estas fresas encontradas ahora por nuestros agricultores no se quedaban aquí, iban en realidad camino de Polonia, lo que le da a la cosa una intención como más contaminante o invasora, entre el cargamento radiactivo y la guerra relámpago. Yo no sé si hubiera tenido mucho sentido que esas fresas en el chocolate de su mierda se hubieran mandado como mensaje, regalo o indirecta a Sánchez. Marruecos sabe de sobra que con nuestro presidente no hay necesidad de agradecimientos, de seducción ni de ironía.
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